He tardado más de un mes en escribir esto!! En mi defensa he de decir que lo acabé ayer por la tarde, y que estoy "preparando" unas oposiciones, así que mi tiempo libre escasea un pelín. Éste es mi capítulo más largo hasta el momento. Pensaba continuarlo un poco más, pero mejor lo dejo para el siguiente n.n
Lo que preguntabas, Aya, de si ya tenía en mente toda la historia... la verdad es que en parte sí, y en parte no. Llevo pensadas muchas cosas que van a ocurrir... pero por ejemplo, el final lo tengo en el aire... espero que puedas leerlo y me des tu opinión, para mí vale mucho *^^* (si piensas que es un auténtico peñazo me lo dices también, y si alguien más lo lee, pues lo mismo. Así podré cambiar y/o mejorar en el futuro. Pero no hiráis mi sensibilidad, que soy muy llorica xD)
Y ya no me enrollo más, aquí está el cuarto capítulo n.n
Capítulo 4: Sorpresas en territorio enemigo
En la sala común había organizada una gran fiesta. Quizá no tan grande como la que montaron los gemelos Weasley cuando Harry fue seleccionado en Gryffindor, pero igualmente multitudinaria.
Haber conseguido al alumno de intercambio era todo un logro y una victoria frente a las demás casas, aunque no hubiera dependido de ellos.
- ¿Habéis visto cómo miraba fijamente a Malfoy? – Se hizo escuchar por encima de la algarabía Ron Weasley - ¡Ha descubierto a la primera quién es el enemigo! ¡Obviamente tenía que ser un Gryffindor!
Hermione se presentó como la Premio Anual de ese año, y le ofreció su ayuda y colaboración en todo lo que necesitara para adaptarse a la nueva escuela.
Al cabo de unos minutos tuvo que abandonar la torre, pues sus obligaciones como Premio Anual incluían rondas de vigilancia por los pasillos, para complementar las que hacían los prefectos de cada Casa.
Dumbledore, en uno de sus irracionales arranques de confraternización, les sugirió que hicieran esas rondas juntos, pues sería una útil actividad para limar asperezas. Sobre todo teniendo en cuenta que iban a tener que encargarse de varios proyectos conjuntos durante el resto del curso. Obviamente se negaron.
Tampoco estaba en sus planes pedirle a Ron que la acompañara. Prefería recorrer el castillo sola antes que aguantar una larga lista de improperios y ceños fruncidos durante un buen rato. Y eso contando con que su furibundo amigo quisiera acompañarla en vez de ser el perrito faldero de Lavender, cosa que dudaba muy seriamente.
Los había visto tan pegados que, por un momento, pensó que habían vuelto atrás en el tiempo. Para que luego Ginny fuera diciendo esas estupideces como que en realidad la quería a ella. ¡Ja! ¡Eso no había quién se lo creyera!
Estaba absolutamente convencida de que estaba más cercano el día en el que el arrogante y engreído de Malfoy le confesara que le importaba un rábano la pureza de sangre y estaba perdidamente enamorado de ella, al día en el que el alcornoque de Ron se diera cuenta de lo que ocurría a su alrededor y decidiera hacer algo al respecto. Para bien o para mal.
Saltaba a la vista que estaba enamorada. No es que quisiera hacerlo notar, pero cada vez le costaba más disimular sus sentimientos (y pensaba, por cierto, que era algo realmente vergonzoso). Y si él no había hecho nada hasta ese momento era porque no pensaba hacerlo nunca.
El pequeño rayito de esperanza que se mantuvo gracias a la ruptura con Lavender había terminado por desaparecer durante esos días. Ya no cabía esperar más. Lo mejor sería pasar página.
Otra vez que discuto con Ron, otra vez que aparece un alumno de Durmstrang – pensó sin saber realmente si eso era curioso o amargante. – Hace tiempo que no escribo a Viktor, seguro que le agradará saber que hay un compañero de su colegio aquí – imaginó la castaña mientras revisaba que todas las aulas estaban vacías.
Los pasillos estaban en silencio. Parecía que no iba a haber ningún contratiempo esa noche. Se cruzó con la pareja de prefectos Ravenclaw de quinto curso que se dirigían ya a su sala común. Sus caras le resultaban vagamente familiares, pero ni siquiera conocía sus nombres. Apenas se saludaron y siguieron su camino.
Tenía que recorrer todo el castillo, pues ni siquiera había convenido con Malfoy qué zonas debían abarcar cada uno.
Efectivamente, la ronda fue apacible. Más bien aburrida, pues no se cruzó con nadie más. No es que hubiera preferido andar quitando puntos a diestro y siniestro, pero pensar que todo el curso iba a ser así de aburrido… Todas las noches recorriendo los vacíos y silenciosos pasillos, hasta pasada la medianoche, no era un plan que le entusiasmara demasiado.
Después de echar un último vistazo a la biblioteca con la excusa de “buscar desvalidos alumnos extraviados”, como ella llamaba a aspirar el seco y penetrante aroma de los viejos libros por última vez en el día, se dirigió a su nueva torre.
Al traspasar el cuadro que daba acceso a la sala común, escuchó unos pasos apresurados que subían las escaleras con rapidez y un leve portazo en el piso superior.
¿Y éste qué trama ahora? – se preguntó pensativa – porque esto no se explica con la excusa de que le voy a apestar – recordó algo malhumorada.
Se tiró al sofá descuidadamente. El fuego de la chimenea crepitaba alegre, las brillantes llamas bailoteaban entre los troncos confiriendo un ambiente agradable y acogedor a la sala.
Se acurrucó encogiendo las rodillas y observó melancólicamente la fogata llameante. No podía evitar pensar en Ron cada vez que se sentaba frente al fuego. Aunque, interiormente, sospechaba que todo aquel que conociera a los Weasley no podría evitar pensar en ellos al estar frente al rojizo fuego de una chimenea.
Lo que ya dudaba, era que todas esas personas pensaran en ellos de la misma forma en que ella lo hacía. Se había prometido pasar página, pero momentos más tarde estaba imaginando, otra vez, cómo sería el momento – ficticio, por supuesto, – en el que ambos se declararan sus sentimientos.
- Vaya mierda de fuerza de voluntad – se recriminó en un suspiro. – Como si eso fuera a pasar alguna vez.
Tibias lágrimas surcaron su rostro al tiempo que entrecerraba los ojos. Eso era imposible.
- Ron… – susurró suavemente. Momentos más tarde estaba profundamente dormida.
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- ¡Sangresucia! – canturreó Malfoy mientras se dedicaba a pulular a su alrededor.
Hermione se removió en su sitio molesta, pero todavía sin abrir los ojos. ¿Qué hacía ese inútil fastidiándola tan pronto?
- Snape te ha quitado 100 puntos por saltarte su clase, porque a ninguno de tus inteligentes amiguitos se le ha ocurrido decir que estabas en enfermería – comentó jocoso, observando cómo la castaña se incorporaba violentamente en el sofá.
- ¿CÓMO? – Exclamó horrorizada abriendo sus ojos de golpe - ¿Y qué hago aquí? – preguntó observando desconcertada a su alrededor. Posó su mirada en el Slytherin, interrogándole.
- Y a mí qué me cuentas, Granger. Ya eres bastante mayorcita para decidir dónde dormir cada noche – apuntó socarronamente el rubio. – Mientras no intentes colarte en mi cama…
Hermione lo miró entre asqueada y escandalizada. Pero no respondió nada. Se levantó, tirando al suelo la manta que la cubría y subió corriendo a preparar sus cosas rápidamente.
- ¡Granger! – oyó que la llamaban desde abajo. – ¡Era broma! – se escuchó una mal contenida risita. – ¡Ni siquiera es la hora del desayuno!
La maliciosa carcajada se escuchó más tenue conforme se acercaba a la entrada. En unos segundos, la sala quedó en completo silencio. Se había quedado sola en la torre.
- ¡IMBÉCIL! – gritó con fuerza desde el baño, a pesar de que él ya no podía oírla.
¿Cómo es que no se había dado cuenta? Si lo de Snape hubiera sido cierto, lo más seguro es que ese maldito no le habría dicho nada para ver si faltaba a más clases.
Lo más irónico era que, aunque de forma poco ortodoxa, le había hecho un gran favor: la había despertado a tiempo. Su despertador estaba en la mesita de noche junto a su cama; no lo habría escuchado desde allí.
- “Esta es mi buena acción del año, no esperes ninguna más” – imitó el tono de voz de Malfoy varios días atrás. – Pues ya van dos en menos de una semana, ¡si lo supiera le daría un soponcio!
Se duchó rápido, no fuera a ser que por descuidada sí que llegara tarde a clase.
Bajó la escalera y recogió la manta que había dejado caer al levantarse. Frunció el ceño. No recordaba haberse tapado con ninguna manta cuando llegó. Sin embargo, debía de haberlo hecho. Malfoy jamás haría algo semejante, además de que esa sería ya su tercera buena acción. Sonrió al pensarlo, vaya idea más descabellada.
Se dispuso a plegar la manta. Era suave y esponjosa, muy calentita, de color verde oscuro.
- Coincidencia – se convenció Hermione – no todo lo verde en esta vida tiene que ver con Slytherin. – Sin embargo, seguía sin recordar haber cogido una manta esa noche.
Iba a salir ya por el cuadro que hacía las veces de puerta cuando vio un pergamino tirado en el suelo, al lado de la biblioteca. Se sorprendió, pues ni ella ni Malfoy eran personas que dejaran nada en desorden. Lo recogió con la única intención de dejarlo sobre la mesa. Fue entonces cuando vio que se trataba de una carta. Evidentemente, el destinatario era su compañero de torre, y el remitente no era otro que ¡Lucius Malfoy!
Así que esa sabandija iba por ahí, deslumbrando con su fingida inocencia, esperando pillarles a todos desprevenidos.
- ¡Será mal nacido! – escupió enfadada.
Se metió la carta en el bolsillo de la túnica y salió apresuradamente.
Comprendió que se había perdido el desayuno cuando escuchó a lo lejos el alboroto de los alumnos dirigiéndose a sus clases. Contrariada, encaminó sus pasos hacia el aula de Runas Antiguas, que era su primera asignatura del día. Hubiera preferido hablar con Harry durante el desayuno, ahora le resultaría imposible con su club de fans persiguiéndole. Además, seguro que andaba escabulléndose lo máximo posible con su recién recuperada novia…
La clase pasó rápida e interesante, como siempre en Runas Antiguas. Había compartido pupitre con Ernie McMillian.
Hermione se preguntó cómo habría sido su curso si Ernie hubiera sido elegido Premio Anual: seguramente unos meses mucho más agradables, aunque compartir torre con Malfoy tenía sus ventajas, le podía vigilar.
No pudo evitar recordar la cara de asco que puso Ginny al pensar que le podría haber tocado con él en lugar de Malfoy, “que al menos estaba bueno”. Reconocía que su amiga tenía parte de razón, Ernie no era precisamente un adonis, pero Malfoy era un desgraciado, y además, mortífago.
Se dirigieron juntos a su siguiente clase, Aritmancia, que también compartían.
A pesar de lo estirado que era, Ernie solía comportarse de forma bastante agradable. Oyó que le preguntaba acerca de la torre de Premios Anuales y varias cosas más: algo así como que le gustaría verla. Hermione caminaba asintiendo distraída a lo que McMillian iba diciendo. Se preguntaba si todos los Malfoy estaban locos, al menos tan locos como para continuar con la labor de Voldemort a pesar de que hubiera muerto.
No regresó a la realidad hasta que, al llegar a la puerta de la clase, se encontró con una desagradable sorpresa: Draco Malfoy estaba allí, apostado en el marco de la puerta junto a Blaise Zabini. Y tenía una petulante sonrisa en sus labios.
- ¡Eh, pelo de rata! – se dirigió a ella sonriendo con altivez – Veo que al final no te ha dado un infarto, la próxima vez me esforzaré más.
- Vete a la mierda Malfoy, no quiero saber nada de ti ni de tus estúpidas bromitas – le encaró la castaña escrutándole con la mirada. Una mirada que no pasó desapercibida al rubio.
- ¿Qué pasa, Granger? ¿Te gusta lo que ves? – le preguntó observándola desde arriba.
Zabini dejó escapar una risa divertida.
- ¡Qué más quisieras, hurón! – replicó ella con desagrado. Entró a la clase empujándole levemente al pasar.
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- Pssst ¡Draco! – susurró Zabini cuando la profesora se giró para escribir en la pizarra.
El rubio, sentado a su lado, levantó los ojos de su libro y lo miró interrogante.
- Granger te está mirando – le avisó. – Todo el rato.
Malfoy se encogió de hombros y se dispuso a copiar los apuntes de la pizarra.
- Te mira con cara de mala ostia, ¿qué le has hecho?
- Nada – respondió escuetamente.
- Sigo pensando que tampoco es tan fea, demasiado flacucha y con pelo de estropajo, pero pasable – continuó con la cháchara cuchicheando el Slytherin, a pesar de notar que su interlocutor no estaba mucho por la labor.
Draco lo miro escandalizado. ¿Acaso Blaise se había vuelto loco? Estaba hablando de la sangresucia, ¡por Merlín!
- De todas formas, – continuó el moreno aun a riesgo de que la profesora les acabara pillando – no es ni por mucho la mejor opción entre los Gryffindor.
- Los Gryffindor no son opción – dictaminó Malfoy seco, cansado de tanta charla estúpida. Su tono dio por concluida la conversación, y al parecer Zabini también lo consideró mejor así.
Hermione Granger, dos mesas más atrás, intentaba infructuosamente, enterarse de la conversación entre los dos Slytherin. Ernie McMillian terminó desistiendo de sus intentos de hablar con su compañera de mesa aprovechando que la profesora estaba de espaldas.
Pero el silencio de Zabini no fue muy prolongado. Extrañamente, tenía un día de lo más hablador.
- Pssst, ¡Draco! – insistió el moreno. Malfoy se giró hacia él, molesto.
- ¿Qué quieres ahora, Zabini? – le preguntó hastiado, remarcando su apellido – ¡con tu estúpida cháchara no haces más que recordarme a Pansy!
- ¿Sabes algo de… ya sabes? – preguntó en tono enigmático, pero desafortunadamente, no lo suficientemente bajo.
Hermione se inclinó todo lo que pudo en su asiento. Si ese par iban a ser tan insensatos como para hablar precisamente de eso en clase, ella haría todo lo que fuera posible por escucharlos.
- No sé nada, y ahora cállate.
Pues no, al parecer Malfoy no era tan insensato.
La profesora dejó de escribir en la pizarra en ese mismo instante. Todo el mundo guardó silencio de golpe y se afanaron en copiar velozmente lo que había estado escribiendo.
- Si pensáis que por hablar en susurros no me doy cuenta, os equivocáis – puntualizó con voz seria, pero sin mirar a nadie en concreto – No me gustaría tener que castigar a nadie, así que trabajad: quiero toda la pizarra copiada en cinco minutos.
La clase pronto dio a su fin, con una extensa redacción por deberes para el siguiente día.
En la puerta del aula, una emperifollada Pansy Parkinson se alisaba la túnica distraídamente.
- ¡Draki! – exclamó en cuanto lo vio salir.
La mueca de asco de Hermione al ver a la chica colgada del brazo del rubio en actitud posesiva no pasó desapercibida para nadie.
Son repugnantes – no pudo evitar pensar la castaña al pasar por su lado, –retorcidos y falsos como nadie.
- ¿Qué pasa Granger, te gustaría estar en mi lugar? – le preguntó la Slytherin con una sonrisa de satisfactoria superioridad bailando en sus labios. Evidentemente, parecía haber interpretado mal su expresión.
- Bastante voy a tener que soportarlo todo el curso en mi torre. Por mí como si lo secuestras y desaparece para siempre, Parkinson – indicó Hermione dejándolos atrás.
Malfoy pegó el tirón definitivo que hizo que la morena se soltara de su brazo.
- Bueno, Draco – dijo Zabini alejándose de ellos, - suerte a esta loca y a ti en la doble clase de la Trelawney. No entiendo cómo podéis soportar dos horas seguidas con esa chiflada.
- Me gusta el té – se limitó a contestar Draco.
Pansy le dirigió una desagradable mueca a Blaise, a la que el chico respondió con una brillante sonrisa.
Los tres se separaron, unos caminando en dirección a la torre de Astronomía y el otro a su sala común.
Así que dos horas de Adivinación, ¿eh, Malfoy? – sonrió para sí misma Hermione. – Pues eso habrá que aprovecharlo – pensó mientras se dirigía rápida hacia su torre.
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- Pans, ¿no te das cuenta que con esos comentarios no molestas a Granger? – inquirió el rubio mientras subía las escaleras que llevaban al aula de la Trelawney. – Quizás al resto de chicas de la escuela les afecte, pero con ella no funciona.
Pansy no le contestó, se limitó a mirarle sonriente.
- No sé que tramas, Parkinson – le espetó visiblemente molesto. – Pero a mí no me metas.
- ¿De qué hablas, Draco? ¡Yo no estoy tramando nada! – replicó la chica luciendo una mirada angelical, sin amilanarse ante el mal tono de su amigo.
- Pansy, te conozco – aclaró Draco. – Eres casi tan retorcida como yo, siempre estás maquinando algo.
La morena calló unos delatores instantes, tras los que volvió a dirigirse al rubio con su cara más inocente:
- Ya sé que el contacto físico te da grima…
- No me cambies de tema ahora – le ordenó.
- Pero que cada vez que me acerque – continuó, ignorándole – me esquives como si quemara es demasiado – la nariz de la chica se arrugó y su expresión se endureció levemente. – Te he ayudado a obtener una reputación, cuídala.
Draco se vio obligado a reconocer que su amiga tenía razón. Exhaló un suspiro resignado.
- Sí, mamá.
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Hermione necesitaba hablar con alguien ya, o de lo contrario explotaría. Más bien, era con Harry con quien tenía que hablar. Los descubrimientos hechos minutos atrás no podía contárselos a Dumbledore, si no quería dejar al descubierto su poco ortodoxa forma de conseguirlos.
Además, hacía tiempo que no había pasado tanto miedo. Vivir una aventura, aunque fuera tan pequeña como la que acababa de suceder, sin sus amigos al lado era algo escalofriante.
Todavía le temblaban las rodillas cuando entró en el Gran Comedor y escuchó a Neville comentarle a Colin Creevey que Harry estaba en Hogsmeade, con Ginny, en una entrevista con Rita Skeeter.
Se sintió desfallecer, ¿con quién hablaría ahora? Era Harry el único que podía responder a las dudas que tenía.
- Hermione – la llamó una voz a sus espaldas.
Era Ron. La chica se giró lentamente, temerosa del motivo por el que el pelirrojo se dirigía a ella. Dejó escapar un pequeño suspiro, aliviada, al ver cómo su amigo parecía avergonzado y no levantaba la vista del suelo.
- ¿Sí, Ron? – le respondió con una pequeña sonrisa.
- Yo… bueno, verás… - comenzó, todavía con la mirada fija en el suelo y las orejas ardiéndole. – No creo que seas una traidora – confesó, ahora mirándola a la cara. – Y aunque lo fueras no me importaría, seguirías siendo mi mejor amiga – su cara estaba del mismo color que su pelo, y sus ojos azules brillaban esperando la reacción de la chica.
No le contestó, pero le cogió de la mano fuertemente.
- Vamos al lago, tengo que contarte algo.
- Pero Herms, todavía no he comido – se quejó el pelirrojo. Un oportuno ruido en su estómago corroboró su historia. – ¡Me muero de hambre!
No le dejó sentarse. En vez de eso, le pasó varias manzanas y ella cogió un par de pastelillos.
- Es urgente – le dijo mientras le empujaba por el hall, para dirigirse al exterior.
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- ¿Y bien? ¿Qué era eso tan importante?
Había hablado con la boca llena. Normalmente, eso supondría una tremenda reprimenda acerca de sus escasos modales y de las náuseas que generaba en quien los presenciaba. Pero Hermione estaba demasiado feliz como para percatarse de esas menudencias. Y Ginny se equivocaba, pensó recordando la conversación del día anterior. Ni siquiera había hecho falta que le dijera que la quería para perdonarle. Le miró sonriendo, le había echado muchísimo de menos.
Respiró profundo y comenzó a contarle lo que había sucedido, desde la carta que descubrió por la mañana hasta el momento de bajar al Gran Comedor minutos atrás.
Vio cómo Parkinson y Malfoy se alejaban, y cómo Zabini bajaba por las escaleras más cercanas. Tenía que aprovechar esa ocasión. Normalmente era Harry quien le incitaba a actuar de esa forma, pero tanto tiempo a su lado había ido generando un espíritu temerario que intentaba mellar, a veces con éxito, su lógica, íntegra y prudente consciencia.
Y así es como se encontró, corriendo cual loca escapada del manicomio, en dirección a la torre de Premios Anuales.
Arrolló a un grupito de Hufflepuffs de segundo, pero por primera vez no le importó. Tenía que descubrir si ese maldito mortífago sabía algo más acerca del posible ataque de su padre, y cómo pensaba ayudarle. Esa misión tenía que cumplirla ella, sola. Además, era algo personal, apenas ayudó en la repentina caída de Voldemort. No se sentiría bien hasta que hiciera algo importante.
Comenzó su búsqueda de información en la mini-biblioteca, donde encontró la dichosa carta. Todos los libros eran antiguos y estaban muy bien conservados, se notaba que habían estado bajo el cuidado de la señora Pince.
Si la carta se le había caído allí, era porque había consultado uno de los libros de esa zona. Empezó a leer los títulos, y no se sorprendió al descubrir que la mayoría trataban sobre las Artes Oscuras. Seguramente se estaba documentando para ayudar a su padre. Estaba más que claro.
No sabía por qué continuaba mirando los libros, éstos no la ayudarían a descifrar los planes de Malfoy. Sin embargo uno puede encontrar algo bueno hasta en las situaciones más insospechadas. Al menos eso pensó la castaña al descubrir un libro interesante en una sección de la que jamás pensó tocar nada. Se trataba de un ejemplar de un manual de Oclumancia que jamás había visto: “Ejercite la mente. Prácticas diarias del arte de la Oclumancia”.
Por un momento olvidó lo que estaba buscando. La rugosa piel bajo sus dedos, el embriagador aroma del papel antiguo…Pero algo le hizo salir de su ensimismamiento. Sus dedos se habían pegado. Parecía como si las tapas estuvieran manchadas de pegamento. Y ahora que lo recordaba, sacó un momento la carta durante la clase de Aritmancia: tenía una esquina cubierta por pelusilla negra procedente del bolsillo de su túnica. Se percató de ello, pero no le dio mayor importancia hasta ese momento. La carta había terminado en el suelo porque se había quedado pegada a las tapas del libro.
- ¡Pegado con pegamento! – exclamó asombrada Hermione a la habitación vacía – ¿Desde cuándo usa Malfoy cualquier invento muggle?
Dejó el libro en su sitio y decidió que si quería hacer una buena investigación tendría que revisar a fondo la habitación del odioso Slytherin.
Subió las escaleras decidida, repasando mentalmente todos los hechizos que conocía que sirvieran para abrir cosas. Estaba convencida de que la puerta del rubio estaría protegida bajo un sinfín de conjuros. No pudo evitar soltar un gritito excitado al ver cómo la puerta estaba solamente entornada. La terminó de abrir con cuidado y entró.
Ron la miraba con la boca abierta.
- ¡Te colaste en la habitación del hurón! – parecía tan feliz como si le hubiera tocado la lotería muggle - ¡Bien hecho! – la felicitó palmeando su espalda y sonriendo ampliamente.
Hermione lo miró consternada. ¿Le había palmeado como si fuera un amigote? ¿Cuándo se había convertido en eso? Reprimió su repentino impulso de pegarle un puñetazo y continuó relatando su aventura.
Ahora entiendo por qué dicen que la elegancia está en lo simple – pensó maravillada al descubrir lo que la habitación mostraba a su alrededor.
Una cama de grandes dimensiones, de una torneada madera oscura y reflejos caoba, con un suave dosel de gasa verde, coronaba la estancia. La colcha y las cortinas también combinaban con el dosel, en distintas tonalidades de verde.
Su habitación no era, ni por mucho, tan aristocrática, era más acogedora, pero al lado de ésta se veía vulgar.
Salió de su ensoñación. De nada valía una habitación maravillosa si su inquilino era un maldito mortífago que planeaba matarlos a todos.
Sobre un escritorio pulcramente ordenado, de la misma tonalidad que la madera de la cama, había una barra de pegamento. Así que de verdad estaba utilizando un invento muggle…
- ¿En serio que Malfoy utiliza el pega… pega… pegacosas ese? – preguntó sorprendido Ron.
- Parece ser que sí, pero eso no es lo más sorprendente…
Además de la barra de pegamento y una caja con costosas plumas, sobre el escritorio había un grueso libro. Las tapas eran de piel negra, y se veían algo desgastadas por el uso. En la primera página, con una redondeada letra de colegial se podía leer: “Propiedad de Draco Malfoy”.
¿Qué era eso, un diario? Hermione se mordió el labio inferior preocupada. Si eso era un diario, ¿sería capaz de leerlo? ¿Sería capaz de violar la intimidad de Malfoy hasta tal punto, con tal de obtener información?
No, no sería capaz de leerlo, pero sí de hojearlo brevemente por si acaso.
Fue pasando las hojas nerviosamente para darse cuenta de que, en realidad, no se trataba de un diario. Las páginas estaban repletas de recortes del Profeta en los que se nombraba a la familia Malfoy, a Voldemort y en algunos casos, Harry Potter. El nombre de Harry era tachado continuamente con tinta verde mediante un hechizo, y en su lugar aparecía la frase “maldito cara-rajada”. Después se borraba y volvía a comenzar. Si no hubiera sido por el odio hacia su amigo que profesaba ese hechizo, que casi hasta se podía palpar, habría sido ocurrente y divertido.
Pero no eran sólo recortes de periódico los que llenaban el libro, sino que su carta de admisión en Hogwarts también estaba allí.
Así que ella no era la única en ese maldito colegio que la guardaba. Al parecer Malfoy se estaba descubriendo como todo un sentimental.
Multitud de cartas de sus padres y un grupo aún más numeroso de tarjetitas rosadas y hojas perfumadas con cuidada caligrafía inundaban cada pequeño hueco del libro. ¿Guardaba las cartas de sus admiradoras? ¿De todas las chicas a las que engatusaba y a las que rechazaba? No era un sentimental, era un maldito cerdo alimentando su, ya de por sí, enorme ego.
Habría dejado de curiosear, asqueada, de no ser porque se dio cuenta de un pequeño detalle: todo estaba sujeto con un sencillo hechizo de pegado, pero a partir de ese verano (según una fecha escrita en las páginas), los recortes estaban pegados con pegamento. ¿Por qué?
Los miró detenidamente, ¡eso no eran recortes del Profeta! ¡Eran noticias sacadas de diversos periódicos muggle! Parecía que todos trataban sobre las “catástrofes” acontecidas durante el verano. ¿Para qué demonios había recopilado Malfoy esas noticias? ¡Y de un periódico muggle!
En aquel momento acababa de entrar en una espiral de sorpresas, pues las dos cartas de McGonagall pegadas a continuación bien podían calificarse como tal.
En la primera, se notaba a la profesora gratamente sorprendida. Al parecer, Malfoy había contactado con ella previamente y eso le alegraba. Sin embargo, le pedía muestras de fiabilidad con respecto a algo. El texto parecía estar escrito en clave, pues a simple vista parecía incomprensible.
Por el contrario, la segunda carta estaba más clara. McGonagall confesaba estar eternamente agradecida a Malfoy por su inestimable ayuda y colaboración. Y que estaría orgullosa de volver a verle pronto en Hogwarts, cuando comenzaran el curso.
Sin embargo, las sorpresas no terminaban ahí, pues la última página ocupada contenía, ni más ni menos, que ¡una carta de Harry Potter!
Sí, no había duda alguna, era su letra, era su firma. ¡Harry Potter le había escrito una carta a Draco Malfoy! Le importaba un bledo si era inmiscuirse demasiado en la vida de los demás, o no. Ni aunque la amenazaran con encerrarla en Azkaban dejaría de leer esa carta. Miró su reloj de pulsera, todavía le quedaba algo más de media hora hasta que la clase de Adivinación finalizara. Comenzó a leer pues la carta, curiosa e intrigada.
Malfoy:
Ya sé que el otro día me dijiste que no te tenía que agradecer nada. Y no te preocupes porque, tal y como te prometí, no le diré a nadie lo que hiciste.
Me gustaría tener la misma oportunidad que tú, y pasar desapercibido. Pero otra vez va a resultar imposible.
Sé que piensas que me encanta llamar la atención. Pero si vivieras lo que me va a tocar a mí en los próximos tiempos te darías cuenta de que es imposible que yo desee esto. No te preocupes, no te haría esa putada, ni siquiera a ti. Podrás seguir guardando las apariencias.
No me caes bien, Malfoy. Jamás pensé que pudieras llegar a arriesgarte tanto, ni siquiera pensé que alguna vez fueras a ser valiente.
Y sin embargo allí estabas, mi mayor rival, ayudándome como nadie más ha podido hacerlo. Me da igual que no quieras agradecimientos. Sin ti no lo hubiera conseguido.
Gracias.
Harry Potter
- ¿Y estás segura de que esa carta no la ha escrito el propio Malfoy? – consiguió articular el pelirrojo después de inhalar el aire desesperadamente a bocanadas.
Hermione negó con la cabeza, exasperada.
- ¿Y para qué querría hacer Malfoy algo así?
- ¿Para que tú lo leyeras? – apuntó Ron dándoselas de entendido.
- Si Malfoy hubiera querido que yo la leyera, - le rebatió la castaña – habría dejado esa carta en la sala común y no la de su padre, en vez de esperar a que yo me cuele en su habitación y la encuentre.
Ron no tuvo más remedio que aceptar la explicación de su amiga. Pero, ¿qué era eso tan importante que había hecho Malfoy para que Harry se lo agradeciera tan efusivamente? Y peor aún: ¿por qué no les había contado nada? Una promesa hecha al hurón no era válida, a no ser que le hubiera prometido romperle todos los dientes.
Por unos instantes no pudo reaccionar, el ruido en el piso inferior la había dejado paralizada. ¡Malfoy había vuelto antes de tiempo!
Miró a su alrededor con desespero. ¿Cómo había podido ser tan inconsciente?
Se oían pasos en las escaleras. Malfoy estaba subiendo y no podría salir de la habitación sin ser vista. Decir aterrada era poco para lo que sentía. En un último acto de desesperación, se metió debajo de la cama. No era el escondite más original, pero la habitación no tenía ningún otro sitio grande a excepción del armario, que suponía un gran riesgo.
La puerta se abrió con violencia. Tanta, que chocó contra la pared y se tambalearon todos los cuadros colgados. Por fortuna, no se cayó ninguno. Si se hubiera agachado a recogerlos, quizás se hubiera percatado de la presencia de unos ojos pardos bajo la cama. De todas formas, Malfoy parecía demasiado enfadado como para agacharse a recoger nada.
Contuvo la respiración angustiada, al tiempo que se pegaba con más fuerza contra el suelo.
- ¡Maldito ruso! – bramó el rubio mientras abría con fuerza la puerta del armario.
Hermione suspiró interiormente, aliviada por no haber escogido esa opción. Al parecer Alexei no le había caído muy bien. Normal, era un Gryffindor.
- ¡Malditos Gryffindor! – siguió hablando enfurecido. Debía estar rebuscando algo dentro del armario, pues su voz se escuchaba amortiguada.
El dosel de la cama se abrió de repente. Los muelles bajaron unos centímetros sobre la cabeza de Hermione. Ésta ahogó un gemido; una sensación de claustrofobia comenzaba a apoderarse de ella.
- ¡Maldita sangresucia! – continuó despotricando el Slytherin sentado en el borde de la cama.
¿Y ahora qué pasaba con ella? No la había descubierto, sino ya estaría volando ventana abajo – concluyó aliviada la chica.
- ¿Quién me mandaría a mí arroparla anoche? ¡Esto es terrible, parece que es cierto que me estoy ablandando! ¡Tendría que haberla dejado congelarse y que pillara un gripazo! – se quitó los zapatos y los calcetines – Si la estúpida de Pansy se enterara de esto le faltaría tiempo para maquinar alguna de sus ideas absurdas.
Malfoy se levantó, pues la distancia entre los muelles y la maraña de pelo castaño de Hermione volvió a aumentar.
- ¡Estúpido ruso! ¡Nadie le habla así a un Malfoy! – se quitó los pantalones - ¡Y nadie mira así a un Malfoy!
Hermione vio como la blanca camisa del uniforme caía al suelo. Sólo veía los descalzos pies del rubio dando vueltas por la habitación, pero aun con todo, se sonrojó al evaluar la situación: Draco Malfoy estaba desnudándose a escasos centímetros de ella, ajeno al inesperado voyeurismo de su compañera de torre.
Junto a la camisa, cayeron unos bóxers gris oscuro. La cara de Hermione había adquirido el color de la cabeza de todos los Weasley juntos. Si la descubría ahora se moriría de vergüenza.
No fue así, puesto que Draco se dirigió inmediatamente a la puerta, sin advertir la respiración entrecortada de la mirona accidental.
Se oyó abrir el grifo del baño, y el aroma del agua perfumada que salía de los diferentes caños inundó el pasillo.
Hermione dudó unos instantes en salir de su escondrijo. Confiaba en que el baño apaciguara la rabia de Malfoy, pero no sería lo suficiente como para evitar que le lanzara una imperdonable si la pillaba allí.
Salió de debajo de la cama con cuidado de no tocar la ropa esparcida por el suelo. El rubor regresó de nuevo a sus mejillas al ver las prendas. ¡Había “visto” a un chico desnudarse en su habitación! ¡Nunca había estado en una situación parecida! ¡Y por si fuera poco, se trataba de Draco Malfoy!
De esto sí que no iba a decir ni una sola palabra a nadie. Se moriría de vergüenza si tuviera que hablar de ello. Aunque quizá sí que se lo contara a Ginny, a fin de cuentas era fan de las historias subidas de tono, seguro que su imaginación hacía el resto.
Tampoco diría ni una palabra sobre el hecho de que el hurón la tapó con una manta por la noche. ¡Un momento! ¡Así que al final sí que lo había hecho! Sintió sus orejas arder y bajó veloz las escaleras para huir de la torre.
Si hubiera prestado más atención, habría visto, tras la puerta entreabierta del baño, una varita que hacía chapotear el agua como si alguien se estuviera bañando. Y unos ojos grises que observaban como la chica castaña aparecía por el lado de su habitación y bajaba presurosa las escaleras.
Lo que preguntabas, Aya, de si ya tenía en mente toda la historia... la verdad es que en parte sí, y en parte no. Llevo pensadas muchas cosas que van a ocurrir... pero por ejemplo, el final lo tengo en el aire... espero que puedas leerlo y me des tu opinión, para mí vale mucho *^^* (si piensas que es un auténtico peñazo me lo dices también, y si alguien más lo lee, pues lo mismo. Así podré cambiar y/o mejorar en el futuro. Pero no hiráis mi sensibilidad, que soy muy llorica xD)
Y ya no me enrollo más, aquí está el cuarto capítulo n.n
Capítulo 4: Sorpresas en territorio enemigo
En la sala común había organizada una gran fiesta. Quizá no tan grande como la que montaron los gemelos Weasley cuando Harry fue seleccionado en Gryffindor, pero igualmente multitudinaria.
Haber conseguido al alumno de intercambio era todo un logro y una victoria frente a las demás casas, aunque no hubiera dependido de ellos.
- ¿Habéis visto cómo miraba fijamente a Malfoy? – Se hizo escuchar por encima de la algarabía Ron Weasley - ¡Ha descubierto a la primera quién es el enemigo! ¡Obviamente tenía que ser un Gryffindor!
Hermione se presentó como la Premio Anual de ese año, y le ofreció su ayuda y colaboración en todo lo que necesitara para adaptarse a la nueva escuela.
Al cabo de unos minutos tuvo que abandonar la torre, pues sus obligaciones como Premio Anual incluían rondas de vigilancia por los pasillos, para complementar las que hacían los prefectos de cada Casa.
Dumbledore, en uno de sus irracionales arranques de confraternización, les sugirió que hicieran esas rondas juntos, pues sería una útil actividad para limar asperezas. Sobre todo teniendo en cuenta que iban a tener que encargarse de varios proyectos conjuntos durante el resto del curso. Obviamente se negaron.
Tampoco estaba en sus planes pedirle a Ron que la acompañara. Prefería recorrer el castillo sola antes que aguantar una larga lista de improperios y ceños fruncidos durante un buen rato. Y eso contando con que su furibundo amigo quisiera acompañarla en vez de ser el perrito faldero de Lavender, cosa que dudaba muy seriamente.
Los había visto tan pegados que, por un momento, pensó que habían vuelto atrás en el tiempo. Para que luego Ginny fuera diciendo esas estupideces como que en realidad la quería a ella. ¡Ja! ¡Eso no había quién se lo creyera!
Estaba absolutamente convencida de que estaba más cercano el día en el que el arrogante y engreído de Malfoy le confesara que le importaba un rábano la pureza de sangre y estaba perdidamente enamorado de ella, al día en el que el alcornoque de Ron se diera cuenta de lo que ocurría a su alrededor y decidiera hacer algo al respecto. Para bien o para mal.
Saltaba a la vista que estaba enamorada. No es que quisiera hacerlo notar, pero cada vez le costaba más disimular sus sentimientos (y pensaba, por cierto, que era algo realmente vergonzoso). Y si él no había hecho nada hasta ese momento era porque no pensaba hacerlo nunca.
El pequeño rayito de esperanza que se mantuvo gracias a la ruptura con Lavender había terminado por desaparecer durante esos días. Ya no cabía esperar más. Lo mejor sería pasar página.
Otra vez que discuto con Ron, otra vez que aparece un alumno de Durmstrang – pensó sin saber realmente si eso era curioso o amargante. – Hace tiempo que no escribo a Viktor, seguro que le agradará saber que hay un compañero de su colegio aquí – imaginó la castaña mientras revisaba que todas las aulas estaban vacías.
Los pasillos estaban en silencio. Parecía que no iba a haber ningún contratiempo esa noche. Se cruzó con la pareja de prefectos Ravenclaw de quinto curso que se dirigían ya a su sala común. Sus caras le resultaban vagamente familiares, pero ni siquiera conocía sus nombres. Apenas se saludaron y siguieron su camino.
Tenía que recorrer todo el castillo, pues ni siquiera había convenido con Malfoy qué zonas debían abarcar cada uno.
Efectivamente, la ronda fue apacible. Más bien aburrida, pues no se cruzó con nadie más. No es que hubiera preferido andar quitando puntos a diestro y siniestro, pero pensar que todo el curso iba a ser así de aburrido… Todas las noches recorriendo los vacíos y silenciosos pasillos, hasta pasada la medianoche, no era un plan que le entusiasmara demasiado.
Después de echar un último vistazo a la biblioteca con la excusa de “buscar desvalidos alumnos extraviados”, como ella llamaba a aspirar el seco y penetrante aroma de los viejos libros por última vez en el día, se dirigió a su nueva torre.
Al traspasar el cuadro que daba acceso a la sala común, escuchó unos pasos apresurados que subían las escaleras con rapidez y un leve portazo en el piso superior.
¿Y éste qué trama ahora? – se preguntó pensativa – porque esto no se explica con la excusa de que le voy a apestar – recordó algo malhumorada.
Se tiró al sofá descuidadamente. El fuego de la chimenea crepitaba alegre, las brillantes llamas bailoteaban entre los troncos confiriendo un ambiente agradable y acogedor a la sala.
Se acurrucó encogiendo las rodillas y observó melancólicamente la fogata llameante. No podía evitar pensar en Ron cada vez que se sentaba frente al fuego. Aunque, interiormente, sospechaba que todo aquel que conociera a los Weasley no podría evitar pensar en ellos al estar frente al rojizo fuego de una chimenea.
Lo que ya dudaba, era que todas esas personas pensaran en ellos de la misma forma en que ella lo hacía. Se había prometido pasar página, pero momentos más tarde estaba imaginando, otra vez, cómo sería el momento – ficticio, por supuesto, – en el que ambos se declararan sus sentimientos.
- Vaya mierda de fuerza de voluntad – se recriminó en un suspiro. – Como si eso fuera a pasar alguna vez.
Tibias lágrimas surcaron su rostro al tiempo que entrecerraba los ojos. Eso era imposible.
- Ron… – susurró suavemente. Momentos más tarde estaba profundamente dormida.
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- ¡Sangresucia! – canturreó Malfoy mientras se dedicaba a pulular a su alrededor.
Hermione se removió en su sitio molesta, pero todavía sin abrir los ojos. ¿Qué hacía ese inútil fastidiándola tan pronto?
- Snape te ha quitado 100 puntos por saltarte su clase, porque a ninguno de tus inteligentes amiguitos se le ha ocurrido decir que estabas en enfermería – comentó jocoso, observando cómo la castaña se incorporaba violentamente en el sofá.
- ¿CÓMO? – Exclamó horrorizada abriendo sus ojos de golpe - ¿Y qué hago aquí? – preguntó observando desconcertada a su alrededor. Posó su mirada en el Slytherin, interrogándole.
- Y a mí qué me cuentas, Granger. Ya eres bastante mayorcita para decidir dónde dormir cada noche – apuntó socarronamente el rubio. – Mientras no intentes colarte en mi cama…
Hermione lo miró entre asqueada y escandalizada. Pero no respondió nada. Se levantó, tirando al suelo la manta que la cubría y subió corriendo a preparar sus cosas rápidamente.
- ¡Granger! – oyó que la llamaban desde abajo. – ¡Era broma! – se escuchó una mal contenida risita. – ¡Ni siquiera es la hora del desayuno!
La maliciosa carcajada se escuchó más tenue conforme se acercaba a la entrada. En unos segundos, la sala quedó en completo silencio. Se había quedado sola en la torre.
- ¡IMBÉCIL! – gritó con fuerza desde el baño, a pesar de que él ya no podía oírla.
¿Cómo es que no se había dado cuenta? Si lo de Snape hubiera sido cierto, lo más seguro es que ese maldito no le habría dicho nada para ver si faltaba a más clases.
Lo más irónico era que, aunque de forma poco ortodoxa, le había hecho un gran favor: la había despertado a tiempo. Su despertador estaba en la mesita de noche junto a su cama; no lo habría escuchado desde allí.
- “Esta es mi buena acción del año, no esperes ninguna más” – imitó el tono de voz de Malfoy varios días atrás. – Pues ya van dos en menos de una semana, ¡si lo supiera le daría un soponcio!
Se duchó rápido, no fuera a ser que por descuidada sí que llegara tarde a clase.
Bajó la escalera y recogió la manta que había dejado caer al levantarse. Frunció el ceño. No recordaba haberse tapado con ninguna manta cuando llegó. Sin embargo, debía de haberlo hecho. Malfoy jamás haría algo semejante, además de que esa sería ya su tercera buena acción. Sonrió al pensarlo, vaya idea más descabellada.
Se dispuso a plegar la manta. Era suave y esponjosa, muy calentita, de color verde oscuro.
- Coincidencia – se convenció Hermione – no todo lo verde en esta vida tiene que ver con Slytherin. – Sin embargo, seguía sin recordar haber cogido una manta esa noche.
Iba a salir ya por el cuadro que hacía las veces de puerta cuando vio un pergamino tirado en el suelo, al lado de la biblioteca. Se sorprendió, pues ni ella ni Malfoy eran personas que dejaran nada en desorden. Lo recogió con la única intención de dejarlo sobre la mesa. Fue entonces cuando vio que se trataba de una carta. Evidentemente, el destinatario era su compañero de torre, y el remitente no era otro que ¡Lucius Malfoy!
Así que esa sabandija iba por ahí, deslumbrando con su fingida inocencia, esperando pillarles a todos desprevenidos.
- ¡Será mal nacido! – escupió enfadada.
Se metió la carta en el bolsillo de la túnica y salió apresuradamente.
Comprendió que se había perdido el desayuno cuando escuchó a lo lejos el alboroto de los alumnos dirigiéndose a sus clases. Contrariada, encaminó sus pasos hacia el aula de Runas Antiguas, que era su primera asignatura del día. Hubiera preferido hablar con Harry durante el desayuno, ahora le resultaría imposible con su club de fans persiguiéndole. Además, seguro que andaba escabulléndose lo máximo posible con su recién recuperada novia…
La clase pasó rápida e interesante, como siempre en Runas Antiguas. Había compartido pupitre con Ernie McMillian.
Hermione se preguntó cómo habría sido su curso si Ernie hubiera sido elegido Premio Anual: seguramente unos meses mucho más agradables, aunque compartir torre con Malfoy tenía sus ventajas, le podía vigilar.
No pudo evitar recordar la cara de asco que puso Ginny al pensar que le podría haber tocado con él en lugar de Malfoy, “que al menos estaba bueno”. Reconocía que su amiga tenía parte de razón, Ernie no era precisamente un adonis, pero Malfoy era un desgraciado, y además, mortífago.
Se dirigieron juntos a su siguiente clase, Aritmancia, que también compartían.
A pesar de lo estirado que era, Ernie solía comportarse de forma bastante agradable. Oyó que le preguntaba acerca de la torre de Premios Anuales y varias cosas más: algo así como que le gustaría verla. Hermione caminaba asintiendo distraída a lo que McMillian iba diciendo. Se preguntaba si todos los Malfoy estaban locos, al menos tan locos como para continuar con la labor de Voldemort a pesar de que hubiera muerto.
No regresó a la realidad hasta que, al llegar a la puerta de la clase, se encontró con una desagradable sorpresa: Draco Malfoy estaba allí, apostado en el marco de la puerta junto a Blaise Zabini. Y tenía una petulante sonrisa en sus labios.
- ¡Eh, pelo de rata! – se dirigió a ella sonriendo con altivez – Veo que al final no te ha dado un infarto, la próxima vez me esforzaré más.
- Vete a la mierda Malfoy, no quiero saber nada de ti ni de tus estúpidas bromitas – le encaró la castaña escrutándole con la mirada. Una mirada que no pasó desapercibida al rubio.
- ¿Qué pasa, Granger? ¿Te gusta lo que ves? – le preguntó observándola desde arriba.
Zabini dejó escapar una risa divertida.
- ¡Qué más quisieras, hurón! – replicó ella con desagrado. Entró a la clase empujándole levemente al pasar.
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- Pssst ¡Draco! – susurró Zabini cuando la profesora se giró para escribir en la pizarra.
El rubio, sentado a su lado, levantó los ojos de su libro y lo miró interrogante.
- Granger te está mirando – le avisó. – Todo el rato.
Malfoy se encogió de hombros y se dispuso a copiar los apuntes de la pizarra.
- Te mira con cara de mala ostia, ¿qué le has hecho?
- Nada – respondió escuetamente.
- Sigo pensando que tampoco es tan fea, demasiado flacucha y con pelo de estropajo, pero pasable – continuó con la cháchara cuchicheando el Slytherin, a pesar de notar que su interlocutor no estaba mucho por la labor.
Draco lo miro escandalizado. ¿Acaso Blaise se había vuelto loco? Estaba hablando de la sangresucia, ¡por Merlín!
- De todas formas, – continuó el moreno aun a riesgo de que la profesora les acabara pillando – no es ni por mucho la mejor opción entre los Gryffindor.
- Los Gryffindor no son opción – dictaminó Malfoy seco, cansado de tanta charla estúpida. Su tono dio por concluida la conversación, y al parecer Zabini también lo consideró mejor así.
Hermione Granger, dos mesas más atrás, intentaba infructuosamente, enterarse de la conversación entre los dos Slytherin. Ernie McMillian terminó desistiendo de sus intentos de hablar con su compañera de mesa aprovechando que la profesora estaba de espaldas.
Pero el silencio de Zabini no fue muy prolongado. Extrañamente, tenía un día de lo más hablador.
- Pssst, ¡Draco! – insistió el moreno. Malfoy se giró hacia él, molesto.
- ¿Qué quieres ahora, Zabini? – le preguntó hastiado, remarcando su apellido – ¡con tu estúpida cháchara no haces más que recordarme a Pansy!
- ¿Sabes algo de… ya sabes? – preguntó en tono enigmático, pero desafortunadamente, no lo suficientemente bajo.
Hermione se inclinó todo lo que pudo en su asiento. Si ese par iban a ser tan insensatos como para hablar precisamente de eso en clase, ella haría todo lo que fuera posible por escucharlos.
- No sé nada, y ahora cállate.
Pues no, al parecer Malfoy no era tan insensato.
La profesora dejó de escribir en la pizarra en ese mismo instante. Todo el mundo guardó silencio de golpe y se afanaron en copiar velozmente lo que había estado escribiendo.
- Si pensáis que por hablar en susurros no me doy cuenta, os equivocáis – puntualizó con voz seria, pero sin mirar a nadie en concreto – No me gustaría tener que castigar a nadie, así que trabajad: quiero toda la pizarra copiada en cinco minutos.
La clase pronto dio a su fin, con una extensa redacción por deberes para el siguiente día.
En la puerta del aula, una emperifollada Pansy Parkinson se alisaba la túnica distraídamente.
- ¡Draki! – exclamó en cuanto lo vio salir.
La mueca de asco de Hermione al ver a la chica colgada del brazo del rubio en actitud posesiva no pasó desapercibida para nadie.
Son repugnantes – no pudo evitar pensar la castaña al pasar por su lado, –retorcidos y falsos como nadie.
- ¿Qué pasa Granger, te gustaría estar en mi lugar? – le preguntó la Slytherin con una sonrisa de satisfactoria superioridad bailando en sus labios. Evidentemente, parecía haber interpretado mal su expresión.
- Bastante voy a tener que soportarlo todo el curso en mi torre. Por mí como si lo secuestras y desaparece para siempre, Parkinson – indicó Hermione dejándolos atrás.
Malfoy pegó el tirón definitivo que hizo que la morena se soltara de su brazo.
- Bueno, Draco – dijo Zabini alejándose de ellos, - suerte a esta loca y a ti en la doble clase de la Trelawney. No entiendo cómo podéis soportar dos horas seguidas con esa chiflada.
- Me gusta el té – se limitó a contestar Draco.
Pansy le dirigió una desagradable mueca a Blaise, a la que el chico respondió con una brillante sonrisa.
Los tres se separaron, unos caminando en dirección a la torre de Astronomía y el otro a su sala común.
Así que dos horas de Adivinación, ¿eh, Malfoy? – sonrió para sí misma Hermione. – Pues eso habrá que aprovecharlo – pensó mientras se dirigía rápida hacia su torre.
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- Pans, ¿no te das cuenta que con esos comentarios no molestas a Granger? – inquirió el rubio mientras subía las escaleras que llevaban al aula de la Trelawney. – Quizás al resto de chicas de la escuela les afecte, pero con ella no funciona.
Pansy no le contestó, se limitó a mirarle sonriente.
- No sé que tramas, Parkinson – le espetó visiblemente molesto. – Pero a mí no me metas.
- ¿De qué hablas, Draco? ¡Yo no estoy tramando nada! – replicó la chica luciendo una mirada angelical, sin amilanarse ante el mal tono de su amigo.
- Pansy, te conozco – aclaró Draco. – Eres casi tan retorcida como yo, siempre estás maquinando algo.
La morena calló unos delatores instantes, tras los que volvió a dirigirse al rubio con su cara más inocente:
- Ya sé que el contacto físico te da grima…
- No me cambies de tema ahora – le ordenó.
- Pero que cada vez que me acerque – continuó, ignorándole – me esquives como si quemara es demasiado – la nariz de la chica se arrugó y su expresión se endureció levemente. – Te he ayudado a obtener una reputación, cuídala.
Draco se vio obligado a reconocer que su amiga tenía razón. Exhaló un suspiro resignado.
- Sí, mamá.
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Hermione necesitaba hablar con alguien ya, o de lo contrario explotaría. Más bien, era con Harry con quien tenía que hablar. Los descubrimientos hechos minutos atrás no podía contárselos a Dumbledore, si no quería dejar al descubierto su poco ortodoxa forma de conseguirlos.
Además, hacía tiempo que no había pasado tanto miedo. Vivir una aventura, aunque fuera tan pequeña como la que acababa de suceder, sin sus amigos al lado era algo escalofriante.
Todavía le temblaban las rodillas cuando entró en el Gran Comedor y escuchó a Neville comentarle a Colin Creevey que Harry estaba en Hogsmeade, con Ginny, en una entrevista con Rita Skeeter.
Se sintió desfallecer, ¿con quién hablaría ahora? Era Harry el único que podía responder a las dudas que tenía.
- Hermione – la llamó una voz a sus espaldas.
Era Ron. La chica se giró lentamente, temerosa del motivo por el que el pelirrojo se dirigía a ella. Dejó escapar un pequeño suspiro, aliviada, al ver cómo su amigo parecía avergonzado y no levantaba la vista del suelo.
- ¿Sí, Ron? – le respondió con una pequeña sonrisa.
- Yo… bueno, verás… - comenzó, todavía con la mirada fija en el suelo y las orejas ardiéndole. – No creo que seas una traidora – confesó, ahora mirándola a la cara. – Y aunque lo fueras no me importaría, seguirías siendo mi mejor amiga – su cara estaba del mismo color que su pelo, y sus ojos azules brillaban esperando la reacción de la chica.
No le contestó, pero le cogió de la mano fuertemente.
- Vamos al lago, tengo que contarte algo.
- Pero Herms, todavía no he comido – se quejó el pelirrojo. Un oportuno ruido en su estómago corroboró su historia. – ¡Me muero de hambre!
No le dejó sentarse. En vez de eso, le pasó varias manzanas y ella cogió un par de pastelillos.
- Es urgente – le dijo mientras le empujaba por el hall, para dirigirse al exterior.
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- ¿Y bien? ¿Qué era eso tan importante?
Había hablado con la boca llena. Normalmente, eso supondría una tremenda reprimenda acerca de sus escasos modales y de las náuseas que generaba en quien los presenciaba. Pero Hermione estaba demasiado feliz como para percatarse de esas menudencias. Y Ginny se equivocaba, pensó recordando la conversación del día anterior. Ni siquiera había hecho falta que le dijera que la quería para perdonarle. Le miró sonriendo, le había echado muchísimo de menos.
Respiró profundo y comenzó a contarle lo que había sucedido, desde la carta que descubrió por la mañana hasta el momento de bajar al Gran Comedor minutos atrás.
Vio cómo Parkinson y Malfoy se alejaban, y cómo Zabini bajaba por las escaleras más cercanas. Tenía que aprovechar esa ocasión. Normalmente era Harry quien le incitaba a actuar de esa forma, pero tanto tiempo a su lado había ido generando un espíritu temerario que intentaba mellar, a veces con éxito, su lógica, íntegra y prudente consciencia.
Y así es como se encontró, corriendo cual loca escapada del manicomio, en dirección a la torre de Premios Anuales.
Arrolló a un grupito de Hufflepuffs de segundo, pero por primera vez no le importó. Tenía que descubrir si ese maldito mortífago sabía algo más acerca del posible ataque de su padre, y cómo pensaba ayudarle. Esa misión tenía que cumplirla ella, sola. Además, era algo personal, apenas ayudó en la repentina caída de Voldemort. No se sentiría bien hasta que hiciera algo importante.
Comenzó su búsqueda de información en la mini-biblioteca, donde encontró la dichosa carta. Todos los libros eran antiguos y estaban muy bien conservados, se notaba que habían estado bajo el cuidado de la señora Pince.
Si la carta se le había caído allí, era porque había consultado uno de los libros de esa zona. Empezó a leer los títulos, y no se sorprendió al descubrir que la mayoría trataban sobre las Artes Oscuras. Seguramente se estaba documentando para ayudar a su padre. Estaba más que claro.
No sabía por qué continuaba mirando los libros, éstos no la ayudarían a descifrar los planes de Malfoy. Sin embargo uno puede encontrar algo bueno hasta en las situaciones más insospechadas. Al menos eso pensó la castaña al descubrir un libro interesante en una sección de la que jamás pensó tocar nada. Se trataba de un ejemplar de un manual de Oclumancia que jamás había visto: “Ejercite la mente. Prácticas diarias del arte de la Oclumancia”.
Por un momento olvidó lo que estaba buscando. La rugosa piel bajo sus dedos, el embriagador aroma del papel antiguo…Pero algo le hizo salir de su ensimismamiento. Sus dedos se habían pegado. Parecía como si las tapas estuvieran manchadas de pegamento. Y ahora que lo recordaba, sacó un momento la carta durante la clase de Aritmancia: tenía una esquina cubierta por pelusilla negra procedente del bolsillo de su túnica. Se percató de ello, pero no le dio mayor importancia hasta ese momento. La carta había terminado en el suelo porque se había quedado pegada a las tapas del libro.
- ¡Pegado con pegamento! – exclamó asombrada Hermione a la habitación vacía – ¿Desde cuándo usa Malfoy cualquier invento muggle?
Dejó el libro en su sitio y decidió que si quería hacer una buena investigación tendría que revisar a fondo la habitación del odioso Slytherin.
Subió las escaleras decidida, repasando mentalmente todos los hechizos que conocía que sirvieran para abrir cosas. Estaba convencida de que la puerta del rubio estaría protegida bajo un sinfín de conjuros. No pudo evitar soltar un gritito excitado al ver cómo la puerta estaba solamente entornada. La terminó de abrir con cuidado y entró.
Ron la miraba con la boca abierta.
- ¡Te colaste en la habitación del hurón! – parecía tan feliz como si le hubiera tocado la lotería muggle - ¡Bien hecho! – la felicitó palmeando su espalda y sonriendo ampliamente.
Hermione lo miró consternada. ¿Le había palmeado como si fuera un amigote? ¿Cuándo se había convertido en eso? Reprimió su repentino impulso de pegarle un puñetazo y continuó relatando su aventura.
Ahora entiendo por qué dicen que la elegancia está en lo simple – pensó maravillada al descubrir lo que la habitación mostraba a su alrededor.
Una cama de grandes dimensiones, de una torneada madera oscura y reflejos caoba, con un suave dosel de gasa verde, coronaba la estancia. La colcha y las cortinas también combinaban con el dosel, en distintas tonalidades de verde.
Su habitación no era, ni por mucho, tan aristocrática, era más acogedora, pero al lado de ésta se veía vulgar.
Salió de su ensoñación. De nada valía una habitación maravillosa si su inquilino era un maldito mortífago que planeaba matarlos a todos.
Sobre un escritorio pulcramente ordenado, de la misma tonalidad que la madera de la cama, había una barra de pegamento. Así que de verdad estaba utilizando un invento muggle…
- ¿En serio que Malfoy utiliza el pega… pega… pegacosas ese? – preguntó sorprendido Ron.
- Parece ser que sí, pero eso no es lo más sorprendente…
Además de la barra de pegamento y una caja con costosas plumas, sobre el escritorio había un grueso libro. Las tapas eran de piel negra, y se veían algo desgastadas por el uso. En la primera página, con una redondeada letra de colegial se podía leer: “Propiedad de Draco Malfoy”.
¿Qué era eso, un diario? Hermione se mordió el labio inferior preocupada. Si eso era un diario, ¿sería capaz de leerlo? ¿Sería capaz de violar la intimidad de Malfoy hasta tal punto, con tal de obtener información?
No, no sería capaz de leerlo, pero sí de hojearlo brevemente por si acaso.
Fue pasando las hojas nerviosamente para darse cuenta de que, en realidad, no se trataba de un diario. Las páginas estaban repletas de recortes del Profeta en los que se nombraba a la familia Malfoy, a Voldemort y en algunos casos, Harry Potter. El nombre de Harry era tachado continuamente con tinta verde mediante un hechizo, y en su lugar aparecía la frase “maldito cara-rajada”. Después se borraba y volvía a comenzar. Si no hubiera sido por el odio hacia su amigo que profesaba ese hechizo, que casi hasta se podía palpar, habría sido ocurrente y divertido.
Pero no eran sólo recortes de periódico los que llenaban el libro, sino que su carta de admisión en Hogwarts también estaba allí.
Así que ella no era la única en ese maldito colegio que la guardaba. Al parecer Malfoy se estaba descubriendo como todo un sentimental.
Multitud de cartas de sus padres y un grupo aún más numeroso de tarjetitas rosadas y hojas perfumadas con cuidada caligrafía inundaban cada pequeño hueco del libro. ¿Guardaba las cartas de sus admiradoras? ¿De todas las chicas a las que engatusaba y a las que rechazaba? No era un sentimental, era un maldito cerdo alimentando su, ya de por sí, enorme ego.
Habría dejado de curiosear, asqueada, de no ser porque se dio cuenta de un pequeño detalle: todo estaba sujeto con un sencillo hechizo de pegado, pero a partir de ese verano (según una fecha escrita en las páginas), los recortes estaban pegados con pegamento. ¿Por qué?
Los miró detenidamente, ¡eso no eran recortes del Profeta! ¡Eran noticias sacadas de diversos periódicos muggle! Parecía que todos trataban sobre las “catástrofes” acontecidas durante el verano. ¿Para qué demonios había recopilado Malfoy esas noticias? ¡Y de un periódico muggle!
En aquel momento acababa de entrar en una espiral de sorpresas, pues las dos cartas de McGonagall pegadas a continuación bien podían calificarse como tal.
En la primera, se notaba a la profesora gratamente sorprendida. Al parecer, Malfoy había contactado con ella previamente y eso le alegraba. Sin embargo, le pedía muestras de fiabilidad con respecto a algo. El texto parecía estar escrito en clave, pues a simple vista parecía incomprensible.
Por el contrario, la segunda carta estaba más clara. McGonagall confesaba estar eternamente agradecida a Malfoy por su inestimable ayuda y colaboración. Y que estaría orgullosa de volver a verle pronto en Hogwarts, cuando comenzaran el curso.
Sin embargo, las sorpresas no terminaban ahí, pues la última página ocupada contenía, ni más ni menos, que ¡una carta de Harry Potter!
Sí, no había duda alguna, era su letra, era su firma. ¡Harry Potter le había escrito una carta a Draco Malfoy! Le importaba un bledo si era inmiscuirse demasiado en la vida de los demás, o no. Ni aunque la amenazaran con encerrarla en Azkaban dejaría de leer esa carta. Miró su reloj de pulsera, todavía le quedaba algo más de media hora hasta que la clase de Adivinación finalizara. Comenzó a leer pues la carta, curiosa e intrigada.
Malfoy:
Ya sé que el otro día me dijiste que no te tenía que agradecer nada. Y no te preocupes porque, tal y como te prometí, no le diré a nadie lo que hiciste.
Me gustaría tener la misma oportunidad que tú, y pasar desapercibido. Pero otra vez va a resultar imposible.
Sé que piensas que me encanta llamar la atención. Pero si vivieras lo que me va a tocar a mí en los próximos tiempos te darías cuenta de que es imposible que yo desee esto. No te preocupes, no te haría esa putada, ni siquiera a ti. Podrás seguir guardando las apariencias.
No me caes bien, Malfoy. Jamás pensé que pudieras llegar a arriesgarte tanto, ni siquiera pensé que alguna vez fueras a ser valiente.
Y sin embargo allí estabas, mi mayor rival, ayudándome como nadie más ha podido hacerlo. Me da igual que no quieras agradecimientos. Sin ti no lo hubiera conseguido.
Gracias.
Harry Potter
- ¿Y estás segura de que esa carta no la ha escrito el propio Malfoy? – consiguió articular el pelirrojo después de inhalar el aire desesperadamente a bocanadas.
Hermione negó con la cabeza, exasperada.
- ¿Y para qué querría hacer Malfoy algo así?
- ¿Para que tú lo leyeras? – apuntó Ron dándoselas de entendido.
- Si Malfoy hubiera querido que yo la leyera, - le rebatió la castaña – habría dejado esa carta en la sala común y no la de su padre, en vez de esperar a que yo me cuele en su habitación y la encuentre.
Ron no tuvo más remedio que aceptar la explicación de su amiga. Pero, ¿qué era eso tan importante que había hecho Malfoy para que Harry se lo agradeciera tan efusivamente? Y peor aún: ¿por qué no les había contado nada? Una promesa hecha al hurón no era válida, a no ser que le hubiera prometido romperle todos los dientes.
Por unos instantes no pudo reaccionar, el ruido en el piso inferior la había dejado paralizada. ¡Malfoy había vuelto antes de tiempo!
Miró a su alrededor con desespero. ¿Cómo había podido ser tan inconsciente?
Se oían pasos en las escaleras. Malfoy estaba subiendo y no podría salir de la habitación sin ser vista. Decir aterrada era poco para lo que sentía. En un último acto de desesperación, se metió debajo de la cama. No era el escondite más original, pero la habitación no tenía ningún otro sitio grande a excepción del armario, que suponía un gran riesgo.
La puerta se abrió con violencia. Tanta, que chocó contra la pared y se tambalearon todos los cuadros colgados. Por fortuna, no se cayó ninguno. Si se hubiera agachado a recogerlos, quizás se hubiera percatado de la presencia de unos ojos pardos bajo la cama. De todas formas, Malfoy parecía demasiado enfadado como para agacharse a recoger nada.
Contuvo la respiración angustiada, al tiempo que se pegaba con más fuerza contra el suelo.
- ¡Maldito ruso! – bramó el rubio mientras abría con fuerza la puerta del armario.
Hermione suspiró interiormente, aliviada por no haber escogido esa opción. Al parecer Alexei no le había caído muy bien. Normal, era un Gryffindor.
- ¡Malditos Gryffindor! – siguió hablando enfurecido. Debía estar rebuscando algo dentro del armario, pues su voz se escuchaba amortiguada.
El dosel de la cama se abrió de repente. Los muelles bajaron unos centímetros sobre la cabeza de Hermione. Ésta ahogó un gemido; una sensación de claustrofobia comenzaba a apoderarse de ella.
- ¡Maldita sangresucia! – continuó despotricando el Slytherin sentado en el borde de la cama.
¿Y ahora qué pasaba con ella? No la había descubierto, sino ya estaría volando ventana abajo – concluyó aliviada la chica.
- ¿Quién me mandaría a mí arroparla anoche? ¡Esto es terrible, parece que es cierto que me estoy ablandando! ¡Tendría que haberla dejado congelarse y que pillara un gripazo! – se quitó los zapatos y los calcetines – Si la estúpida de Pansy se enterara de esto le faltaría tiempo para maquinar alguna de sus ideas absurdas.
Malfoy se levantó, pues la distancia entre los muelles y la maraña de pelo castaño de Hermione volvió a aumentar.
- ¡Estúpido ruso! ¡Nadie le habla así a un Malfoy! – se quitó los pantalones - ¡Y nadie mira así a un Malfoy!
Hermione vio como la blanca camisa del uniforme caía al suelo. Sólo veía los descalzos pies del rubio dando vueltas por la habitación, pero aun con todo, se sonrojó al evaluar la situación: Draco Malfoy estaba desnudándose a escasos centímetros de ella, ajeno al inesperado voyeurismo de su compañera de torre.
Junto a la camisa, cayeron unos bóxers gris oscuro. La cara de Hermione había adquirido el color de la cabeza de todos los Weasley juntos. Si la descubría ahora se moriría de vergüenza.
No fue así, puesto que Draco se dirigió inmediatamente a la puerta, sin advertir la respiración entrecortada de la mirona accidental.
Se oyó abrir el grifo del baño, y el aroma del agua perfumada que salía de los diferentes caños inundó el pasillo.
Hermione dudó unos instantes en salir de su escondrijo. Confiaba en que el baño apaciguara la rabia de Malfoy, pero no sería lo suficiente como para evitar que le lanzara una imperdonable si la pillaba allí.
Salió de debajo de la cama con cuidado de no tocar la ropa esparcida por el suelo. El rubor regresó de nuevo a sus mejillas al ver las prendas. ¡Había “visto” a un chico desnudarse en su habitación! ¡Nunca había estado en una situación parecida! ¡Y por si fuera poco, se trataba de Draco Malfoy!
De esto sí que no iba a decir ni una sola palabra a nadie. Se moriría de vergüenza si tuviera que hablar de ello. Aunque quizá sí que se lo contara a Ginny, a fin de cuentas era fan de las historias subidas de tono, seguro que su imaginación hacía el resto.
Tampoco diría ni una palabra sobre el hecho de que el hurón la tapó con una manta por la noche. ¡Un momento! ¡Así que al final sí que lo había hecho! Sintió sus orejas arder y bajó veloz las escaleras para huir de la torre.
Si hubiera prestado más atención, habría visto, tras la puerta entreabierta del baño, una varita que hacía chapotear el agua como si alguien se estuviera bañando. Y unos ojos grises que observaban como la chica castaña aparecía por el lado de su habitación y bajaba presurosa las escaleras.