He de reconocer que la primera parte me gusta, entre otras cosas porque aparece una de mis canciones favoritas de Sentenced... "Excuse me while I kill myself". Pero fue terminar esa parte y mi vena creadora se fue de paseo, y bien lejos además. Mi mente se quedó en blanco, y no tenía ni idea de cómo continuar. Es más, este capítulo lo he terminado escribiendo sin más, intentando avanzar algo en la historia, pero creo que sin conseguirlo. La segunda parte la odio profundamente, creo que es lo peor que he escrito en mi vida.
Aunque tengo una buena noticia, anoche se obró el milagro! estaba leyendo los tomos 22 y 23 de Shaman King... (o eran el 5 y 6 de Tokyo Juliet?) Bueno, el caso es que de repente ya sabía cómo continuar!!! JO JO JO! ^o^ voy a escribir maldades miles y tendré que cambiar el rating de la historia! mwahahahaaaaaaaa! (xo por dios, que nadie malinterprete mis palabras, no va a haber ningún encuentro erótico-festivo entre malfoy y hermione... de momento. eso es algo que no vendría a cuento para nada, todavía están muy verdes xD)
En fin, que me estoy alargando mucho y estoy en la biblio, a este paso no podré subir el capítulo hasta las ocho (he empezado a escribir esto a las cinco y ya pasan de las seis!!)
Canción recomendada para parte de este capítulo:
Sentenced - Excuse me while I kill myself
cap. 6: Confesiones
Jamás le había ocurrido algo semejante a lo de esa mañana. Jamás había perdido el control cuando no le convenía de semejante forma. Y esta vez lo había perdido, del todo. Para cuando se dio cuenta estaba parloteando igual que Pansy. ¡Eso era terrible! ¡Si su padre le hubiera visto no habría dudado en lanzarle un cruciatus! Y habría sido el primero. Porque por mucha fama de cruel y despiadado que tuviera, él siempre había sabido manejarlo. Era el rey de la manipulación y la persuasión (después de Dumby, claro n.n). Hasta la fecha siempre había obtenido cualquier cosa que hubiera deseado. Pero eso sólo se consigue teniendo un absoluto control sobre lo que se hace y dice, y en esta ocasión lo había perdido. La sangresucia le había hecho perder los papeles por completo.
Y ahora ella estaría llorando, tirada en su cama, por alguna terrible desgracia ocurrida a sus amiguitos Weasel y Cara-rajada. Patética.
Y patético él por hacer lo mismo. Por encerrarse en su habitación como si fuera un apestado. Él era Draco Malfoy, no tenía por qué hacer esas cosas. Aunque tampoco quería ver a nadie y se estaba muriendo de hambre. Se había saltado el desayuno y por nada del mundo pensaba quedarse sin comer. Así que dejó de dar vueltas por la habitación como un idiota y se dispuso a bajar a las cocinas.
Los pasillos estaban vacíos, y en unos pocos minutos llegó a la entrada de la cocina. Dio gracias a Merlín una vez más por no haberse cruzado con nadie: los rugientes ruidos de su estómago no eran para nada estéticos. Frotó la pera y entró veloz.
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Después de mandar y ordenar como hacía días que no lo hacía, después de quedar plenamente satisfecho con los suculentos manjares que le ofrecieron los elfos domésticos, tan serviciales como siempre, se metió unos cuantos dulces en los bolsillos y cargó con un par de manzanas. Volvería a encerrarse en la torre un poco más. Que lo echaran de menos. No estaba huyendo, claro que no. Pero no quería ver a Nott otra vez, y que le montara una escenita de lealtades y bla bla bla. Porque lo mejor de todo es que tenía razón. Al principio del curso anterior, se mostró orgulloso sobre su relación con el Lord, fanfarroneó acerca de la misión que le había encomendado. Nada más lejos de la realidad, lo cierto es que estaba muerto de miedo. Y conforme avanzaba el curso ese miedo crecía más. Ya no estaba tan seguro de lo que quería hacer, pero eso no importaba porque estaba obligado a ello. Para cuando desertó, su objetivo era mantenerse neutral. Y oculto. Lo segundo lo consiguió, todavía no sabía cómo, pero lo hizo. Pero no pudo mantenerse neutral, pasó de un extremo a otro. Y si la gente se enterara de eso, no sabía cómo podrían reaccionar. Porque él ni siquiera había cambiado de bando, simplemente había hecho lo que le convenía. Nadie le creería si contara eso, por eso no debían enterarse. Y ahora la estúpida comelibros lo sabía. Bufó molesto por enésima vez en ese día.
Fue entonces cuando escuchó un murmullo que se acercaba por el corredor contiguo. Ojalá fuera un grupito de insulsos niños Hufflepuff, o mejor, uno de estridentes Gryffindor. Les quitaría un puñado de puntos a cada uno por cualquier tontería y entonces se sentiría mejor. Sí, abusar de su poder era algo que se le daba realmente bien. Esbozó una torcida sonrisa e hizo oído para ver de quién se trataba.
- ¿Seguro que esa aula estaba por aquí, Gin? No reconozco este pasillo…
- ¿Tú no eras el famoso Harry Potter? – le preguntó coqueta entre besos – Pensaba que conocías todos los rincones del castillo…
Draco contuvo las arcadas y se ocultó tras una armadura convenientemente colocada en el extremo del pasillo. La estúpida pareja de moda: el maldito niño-que-vivió, al que todavía no sabía cómo, había terminado ayudando y la zanahoria venían caminando, tan estridentes como siempre, por el pasillo que cruzaba.
- Tu hermano tiene la delicadeza en el culo – comentó Harry en un suspiro resignado.
- Lo que es, es gilipollas – puntualizó la pelirroja – ¿A quién se le ocurre volver con Lavender?
Así que por eso lloraba la sabelotodo. Sí, realmente patética.
Las voces se acercaban lentamente.
- Creo que al menos Ron ha madurado un poco – convino Harry. – Esta mañana estaba preocupado por ella.
- ¿Preocupado? Yo sólo le he oído gritar.
- Por culpa de Malfoy – aclaró el chico. – Espera, – dijo agachándose – se me ha desatado un zapato.
-¿Qué ha hecho? – se interesó Ginny.
- Existir… Y vivir con Hermione, supongo.
Draco decidió que ya había escuchado bastante. ¿Existir? ¡Eso era un regalo que le hacía a la humanidad!
- Deja esos cordones en paz, si de todas formas te vas a quitar los zapatos en un momen..
- Potter, Mini-Weasley – saludó el rubio descuidadamente saliendo de su escondite al tiempo que mordía una brillante y verde manzana. Siguió de frente, con expresión indiferente en su rostro y con paso firme y elegante.
Los dos se quedaron mirándole con sorpresa, encima de que les había pillado hablando de él, ese parecía ser el trato más educado que habían recibido por su parte desde que… Bueno, desde siempre.
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Hermione había decidido esa misma mañana no salir de su habitación hasta el lunes. Pero parecía ser que en esos últimos días nada salía tal y como esperaba. Los chillidos estridentes de Parkinson en la entrada de la torre vencieron. Al parecer Malfoy había salido, porque le estaba haciendo esperar demasiado. Y por muy cabrón que fuera, no le veía haciendo esperar tanto a ninguna chica, no fuera a ser que alguna mala lengua acabara por estropear la fama que le precedía.
Después de fingir lástima por su mal aspecto con un “pobrecita, ¿no te has tomado ninguna poción para eso? Pídele alguna a Drakín, que seguro que tiene de sobras” y creerse en el derecho de poder dejarle recados para Malfoy, se despidió sonriéndole y llamándola Hermione.
Y eso ya fue demasiado por un día para la pobre. Probó a pellizcarse un brazo. Y sí, le dolió. Así que había sido real. Quizá entonces, lo que vio en el comedor la primera noche, tampoco había sido un sueño: Pansy Parkinson se había levantado entusiasta para celebrar la reaparición de Dumbledore porque de verdad se sentía feliz por ello. ¿Sería cierto? También observó como Malfoy la secundaba a los pocos segundos. Y luego estaba lo que le había dicho esa mañana, él le había pasado cierta información a Harry que le había ayudado. Y al parecer mucho, según la carta del último. ¿El mundo se había vuelto del revés? ¿O simplemente era que a la hora de la verdad incluso las serpientes obraban correctamente?
Fuera lo que fuera, acabaría por descubrirlo. Pero de momento, y ya que había acabado bajando a la sala común, aprovecharía la tarde en algo productivo como leer cualquiera de los interesantísimos libros que poblaban su nueva biblioteca. Finalmente se decantó por el volumen que había descubierto el día anterior, y que curiosamente Malfoy ya había consultado: “Ejercite la mente. Prácticas diarias del arte de la Oclumancia”.
Se acomodó en el sofá e hizo un suave movimiento de varita mientras susurraba “accio reproductor de cd’s”. A los pocos segundos el pequeño aparatito circular levitó por las escaleras desde la mesilla de noche hasta su mano. Lo dejó sobre la mesita que tenía al lado. Lo encendió y con otro movimiento de varita amplificó su sonido por toda la sala.
Los acordes de guitarra inundaron la estancia al instante, y la irreverente voz del cantante logró evadirla de la realidad como hacía ya días que necesitaba.
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Cuando Draco llegó de nuevo a la torre de Premios Anuales, terminando ya su segunda manzana, se encontró con un panorama que lo dejó completamente paralizado en la puerta.
Granger estaba saltando sobre el sofá, moviendo la cabeza frenéticamente, haciendo que su estropajoso pelo desafiara a la gravedad. Tenía su varita cogida del revés y apuntaba a su boca como si fuera un micrófono.
- Well, fuck you too-oooooo!! – se escuchó su voz bastante más aguda que la original mientras seguía dando brincos.
Sí, ahora ya podía decir que lo había visto todo.
Esperaba que cuando se diera cuenta de que la estaba observando no decidiera pegarle otro puñetazo. Pero es que no podía dejar de mirar, era ridículamente hipnótico.
- I kill myseeeelf… I blow my brains onto the waaaaaaaaaall! – continuaba vocalizando la castaña, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor.
Sin duda era una forma original de descargar tensiones, aunque con esto quedaba claro que la puritana Granger de sexo nada.
La verdad es que lo vivía, parecía que no hubiera en el mundo nada más que ella y su “micrófono”. Seguía cantando, saltando, y agitando la cabeza al compás de la música. Y él seguía cada movimiento francamente divertido.
- I put a bullet in my head!! – sus dedos apuntaron levemente a su sien, escenificando fielmente la letra de la canción. Draco observó extrañado ese gesto, pero acabó suponiendo que se trataba de alguna estúpida costumbre muggle que no le interesaba para nada. – Excuse me whiiiiiiile – cantó todavía más fuerte, parando después bruscamente.
Draco contuvo la respiración, la canción estaba por terminar.
- I kill myseeeeelf – entonó suavemente dejándose caer desmadejada en el sofá como último efecto dramático.
Unos lentos y sonoros aplausos la trajeron de vuelta a la tierra. Apenas asomó la punta de la nariz por encima del respaldo del sofá se dejó caer de nuevo ahogando un gritito estrangulado.
- Vaya, vaya, Granger – aprovechó rápidamente la ventaja de la situación Malfoy. – No sabía que te iban las canciones suicidas.
Ella estiró el brazo y apagó el reproductor, quedando la sala en completa y tensa calma.
- ¿Llevas mucho tiempo aquí? – preguntó con voz temblorosa, sin atreverse a asomar ni siquiera un pelo por encima del respaldo.
- El suficiente para ver que cantas de pena – constató él, divertido. – Y que eres tan estúpida como pensaba si crees que llorando de esa manera y actuando así Weasley va a cambiar a la Brown esa por ti.
Esas palabras repicaron violentamente en la cabeza de Hermione que se incorporó como un resorte, visiblemente enfurecida:
- ¿¡Quién te crees que eres para opinar sobre mi vida, Malfoy!?
- Seamos sinceros, Granger. A pesar de tus limitaciones como sangresucia, podrías aspirar a algo más que a ese pobretón que no te comprende ni valora para nada, y con el cual jamás podrás llegar a tener una conversación a la altura de tu nivel intelectual.
- ¿Y quién está a la altura de mi “nivel intelectual”? – se mofó ella. – ¿Tú?
- No te confundas, Granger. Tú eres una sangresucia, jamás estarías a mi nivel – declaró el rubio sin contemplaciones. – Por cierto, ¿qué era lo que estabas cantando?
Frunció el ceño. ¿Ese racista era el que había ayudado a Harry?
- Es de un grupo muggle – apuntó atenta a su reacción. Sonrió interiormente porque, tal y como esperaba, una mueca de desagrado cruzó su rostro. - ¿Es que acaso te gusta?
Tocado y hundido.
- Te recuerdo que no soy yo el que va escuchando canciones suicidas porque no me hacen caso – apostilló el rubio rehaciéndose rápidamente y tomando el control.
- Como si hubiera mucha gente que preguntara por ti, sólo ha venido tu sombra chillona, Parkinson – si eso iba a convertirse en un concurso de pullas haría todo lo posible por estar a la altura de esa lengua viperina.
- ¿Ha estado aquí Pansy? ¿Y te ha dicho qué quería?
Pues no, al parecer no quería un enfrentamiento verbal. Y era de agradecer. Porque aunque en algunas ocasiones había sabido cerrarle esa bocaza, este no era el mejor momento para lograrlo.
- Que recordaras que a las once tienes una cita, en el mismo lugar de siempre.
- Bien.
- Malfoy, ni por un momento pienses que voy a ser tu recadera, si Parkinson quiere ser tu PDA ambulante allá ella, pero no contéis conmigo para nada más.
- No contaba con ello, sangresucia – aseguró Draco. - ¿Qué has dicho que es Pansy?
- Un PDA, un aparato muggle – le explicó orgullosa del efecto que producía esa palabra en el Slytherin, que en esos momentos se debatía entre poner cara de asco o de incomprensión – es algo parecido a una agenda.
- ¿Y quién te ha pedido tantas explicaciones? Como si me interesara…
- No finjas tanta repugnancia, Malfoy, que sé que has estado usando pegamento y eso es un invento completamente muggle.
Draco puso cara de no comprender.
- El tubito con el que pegaste los recortes de los diarios “muggles” a tu cuaderno – apuntó solícita la chica. – No te hagas el ingenuo, sabes de sobra de qué te hablo – añadió sonriendo triunfal. Si sabía que había estado en su habitación, supondría también que había husmeado en su cuaderno.
La mueca de desprecio que surcaba permanentemente el pálido rostro de Malfoy se acentuó todavía más.
- Eres insoportable.
- Lo mismo digo.
- Y no sé qué cojones haces tomándote tantas confianzas conmigo – espetó el rubio. – Eres realmente patética si piensas…
- ¿Confianzas? – le interrumpió Hermione – Perdona si me alegra ver que has tenido que “rebajarte” pasando un tiempo rodeado de muggles. Perdona si me río al ver que has tenido que soportar todo aquello que detestas. ¡Te lo mereces! ¡Y tú sí que eres patético! – exclamó exaltada. Ese estúpido de Malfoy siempre lograba sacarla de sus casillas.
Malfoy sintió cómo la ira llegaba a todos y cada uno de los rincones de su ser. Nadie se le reía a la cara y se iba de rositas. Nadie osaba insultarle sin saber que lo lamentaría. Él era Draco Malfoy y nadie tenía ningún derecho a tratarle así. Y todavía menos Granger, por mucho que Blaise dijera que tiene buen culo.
- ¡A ver de quién te ríes, Granger! – la amenazó, visiblemente colérico – ¡Deberías agradecer todo lo que he hecho por los de tu calaña! – inmediatamente se lamentó por haber dicho eso. Insultarla estaba bien, le divertía. Hacía tiempo que había descubierto un morboso placer en ello. Las dosis de Granger-enfados eran altamente estimulantes. Pero no debía ser a costa de recordarle que había ayudado a San Potter. Jamás debería hacerse público. Y menos con su padre y sus seguramente ambiciosos planes, y su tía Bellatrix con su facilidad para la Legeremancia de por medio.
Hermione le miró fijamente. ¿Cómo podía ser tan odioso? ¿Cómo alguien, de apariencia tan sofisticada podía llegar a ser tan miserable?
- ¡No te hagas el santo! – le increpó enfurecida - ¡Está más que claro que si ayudaste a Harry fue para que tu padre ocupe el lugar de Vold…demort – todavía le costaba decir su nombre. – Supongo que ahora tú serás su mano derecha, ¿no?
Draco la miró perplejo. ¿Es que acaso también había visto esa carta? ¿Por qué sino iba a asegurar eso? Y pensándolo bien, un poco de razón podía tener. La idea era bastante tentadora…
- Lo que me suponía – murmuró Hermione interpretando como una confirmación el silencio del chico. – Voy a llevarle la carta a Dumbledore, que es lo que tenía que haber hecho cuando la encontré – sacó un pergamino del bolsillo de la túnica y se giró hacia la entrada.
Mas no llegó a alcanzar la puerta. Draco tiró de ella con fuerza y la obligó a sentarse de nuevo en el sofá.
- ¿Acaso piensas que vas a contarle algo a ese viejo chiflado que no sepa ya? Granger, Granger, Granger… te hacía más lista.
Hermione le miró con el ceño fruncido, y se volvió a levantar, desafiante.
- ¡No le llames viejo chiflado!
- Como si no lo fuera…
Hermione siguió mirándole con fiereza, aunque sin replicar. Y sin saber por qué, volvió a sentarse otra vez.
- ¿Lo ves? En el fondo sabes que tengo razón.
Draco se sentó en el otro extremo del sofá, recostándose sobre el apoyabrazos y estirando su brazo izquierdo sobre el respaldo. Su postura reflejaba una relajación distante, una situación algo surrealista siendo que en el mismo sofá estaba sentada Hermione Granger.
Ésta notó en seguida la reacción extraña de su compañero de torre, por lo que arqueó una ceja con escepticismo.
- ¿Qué planeas, Malfoy? Pareces muy tranquilo, siendo que sé que estáis tramando algo – inmediatamente se tapó la boca con la mano, maldiciéndose por ser tan bocazas. Sí, genial, no tenía nada mejor que hacer que decirle a un mortífago que estaba al tanto de sus planes.
- ¿Qué hacías ayer en mi cuarto, Granger? ¿Cómo conseguiste la carta de mi padre?
Los ojos grises de Malfoy estaban fijos en la chica, observándola serios y expectantes. Una mirada helada con la que pretendía intimidarla, y con la que lo consiguió. Hermione disimuló como pudo un escalofrío. ¿Realmente ése era el mismo idiota que iba fanfarroneando por ahí con sus guardaespaldas los gorilas, y a quien ella misma había pegado un puñetazo? Ahora mismo no se atrevería ni a rechistarle, algo había cambiado en él.
- Va, Granger. ¿Qué hacías? ¿Buscar información sobre mi padre, sobre mí? ¿O quizás esperar escondida para verme desnudo?
Las mejillas de Hermione pasaron de un blanco pálido a un furioso rojo en cuestión de segundos. Y qué decir de sus orejas, que parecía que iban a explotar. ¿Qué se proponía ese imbécil?
Una fuerte carcajada resonó en toda la estancia. Una carcajada limpia y fresca, irreconocible para un Malfoy. Y sin embargo era él, Draco Malfoy el que se reía en su cara, tan tranquilo, como si fuera su amigo o algo. No, un momento, se estaba riendo de ella, eso no lo hacía un amigo.
- ¿Así que de verdad estabas ahí para espiarme? Y yo que pensaba que llorabas por el pobretón… era obvio que una pataleta como la tuya sólo podía ser por mí – afirmó, presuntuoso como siempre.
- ¡Eres un cerdo! – espetó Hermione ofendida - ¿Cómo te atreviste a desnudarte si sabías que estaba allí?
- ¿Y tú cómo te atreviste a fisgonear en mis cosas? ¡Tuviste suerte de que no te matara! La próxima vez no seré tan benevolente.
- ¿Me estás amenazando, Malfoy? – inquirió Hermione, envalentonada de nuevo levantándose como un resorte del sofá. - ¿Qué pretendes con esta conversación? Si no querías que entrara en tu cuarto haber puesto algún conjuro protector.
- Como si no lo hubiera intentado. No se puede – explicó el chico ignorando el tono agresivo de Hermione. Ésta lo miró sorprendida. No se le había pasado por la cabeza que no se pudieran cerrar las puertas con un hechizo. Ella no tenía nada que ocultar, por lo que no había pensado en poner ninguno a su cuarto. – De todas formas, si hubiera tenido algo importante que guardar hubiera logrado poner un hechizo, de eso no cabe duda.
-¿Dónde estuviste este verano, Malfoy?
Draco la miró serio, sus ojos volvían a estar helados y la miraban con fiereza.
- Eso no te importa, Granger.
- Has estado escondido en algún lugar muggle.
- ¿Si ya lo sabes para qué preguntas?
- Sólo quería asegurarme.
- Por qué.
- Porque ayudaste a Harry, y ahora estas planeando algo con tu padre. No te entiendo.
- ¿Qué no entiendes, Granger? ¿Que hago lo que más me conviene? – le preguntó en tono sarcástico. Sin embargo respondió a su pregunta – Estuve en una casa muggle en Londres. Me aparecí allí con Severus. Los dueños estaban de vacaciones, al parecer se habían ido a España para todo el verano. Me dejó allí, abandonado, sin poder hacer magia porque me encontrarían del Ministerio. O peor aún, el Lord. Debía de estar furioso conmigo por no haber cumplido la misión, y no soy tan tonto como para querer comprobarlo.
- ¿Pretendes darme pena? ¡Tú te buscaste esa situación!
- Sólo te estoy contando qué es lo que pasó, ¿tienes algún problema? – preguntó en un tono que no admitía réplicas.
Hermione le observó atenta. Definitivamente Malfoy se había vuelto tarumba. Ya lo había demostrado varias veces desde que se encontraron en el tren. Estaba de lo más raro, aunque todos habían cambiado en los últimos meses. Era inevitable que no les afectara lo sucedido.
- Yo no tenía ni idea del mundo muggle, sus costumbres, funcionamiento de aparatos ni nada – continuó relatando, absorto, como si hablara para sí mismo.- Severus no volvió a acercarse por allí, pensaba que lo habrían matado. Esos periódicos muggles en la puerta de la casa me fueron de gran ayuda, pude seguir con mi colección de recortes. Además de la gran cantidad de experimentos que hice en aquella casa, supongo que al volver se habrán asustado.
- ¿Y por eso ayudaste a Harry? – aprovechó a preguntar Hermione, viendo que Malfoy estaba hablándole civilizadamente.
- No te confundas Granger, si ofrecí cierta ayuda a Potter fue porque no estaba dispuesto a pasarme toda la vida encerrado en ese cuchitril, del que ni siquiera sabía cuánto tiempo estaría libre. Además de que no me parecía muy justo que un simple mestizo se alzara con semejante poder. ¡Yo no obedezco a ningún mestizo!
Hermione lo miró con la boca abierta. Draco Malfoy acababa de confesar que no era partidario de Voldemort. No es que eso importara ya mucho, estaba muerto. Pero eso significaba realmente que había “cambiado de bando” o algo parecido, ¿no?. ¿Importaba mucho cuáles hubieran sido sus motivaciones?
- Ya has tenido demasiada dosis de conversación civilizada por mi parte, sangresucia – volvió a su habitual tono despectivo. – Y ahora devuélveme el pergamino.
- Aún no me has dicho qué hiciste para ayudar a Harry – insistió tozuda.
- ¿Acaso piensas que tus amiguitos son tan listos como para descubrir dónde estaban los horrocrux en tan poco tiempo? – apuntó sarcástico. – Y ahora dámelo – exigió estirando de la carta.
Se la devolvió. ¿Qué más daba? Ella sabía que algo ocurría, no necesitaba la carta. Y al parecer Dumbledore estaba al corriente de todo. ¿Cómo se las apañaba el buen hombre para enterarse de todos los chismes antes que nadie?
Draco guardó el pergamino en el bolsillo de su túnica y subió a su habitación.
- Que no se te olvide hacer tu ronda esta noche, porque yo no pienso recorrer todo el castillo otra vez.
Hermione se quedó mirando las escaleras por donde había subido Malfoy, confusa. Malfoy había ayudado a Harry. Malfoy sabía de la existencia de los horrocrux y había ayudado a Harry. Ahora estaba en contacto con su padre a saber con qué fines, pero tampoco parecía más agresivo que de costumbre ni tampoco parecía ocultar nada demasiado grave. Estaba raro y no sabía por qué esto le preocupaba. Bueno, no mucho, pero tenía curiosidad. Tenía demasiadas noticias que compartir con alguien, y no tenía con quién.