~nubes de algodón en el mundo de las hadas~

porque si quieres que suceda, sucederá

viernes, 21 de septiembre de 2007

El Nuevo Señor Tenebroso cap. 6

Y aquí está, por fin, el sexto capítulo!
He de reconocer que la primera parte me gusta, entre otras cosas porque aparece una de mis canciones favoritas de Sentenced... "Excuse me while I kill myself". Pero fue terminar esa parte y mi vena creadora se fue de paseo, y bien lejos además. Mi mente se quedó en blanco, y no tenía ni idea de cómo continuar. Es más, este capítulo lo he terminado escribiendo sin más, intentando avanzar algo en la historia, pero creo que sin conseguirlo. La segunda parte la odio profundamente, creo que es lo peor que he escrito en mi vida.
Aunque tengo una buena noticia, anoche se obró el milagro! estaba leyendo los tomos 22 y 23 de Shaman King... (o eran el 5 y 6 de Tokyo Juliet?) Bueno, el caso es que de repente ya sabía cómo continuar!!! JO JO JO! ^o^ voy a escribir maldades miles y tendré que cambiar el rating de la historia! mwahahahaaaaaaaa! (xo por dios, que nadie malinterprete mis palabras, no va a haber ningún encuentro erótico-festivo entre malfoy y hermione... de momento. eso es algo que no vendría a cuento para nada, todavía están muy verdes xD)
En fin, que me estoy alargando mucho y estoy en la biblio, a este paso no podré subir el capítulo hasta las ocho (he empezado a escribir esto a las cinco y ya pasan de las seis!!)
Canción recomendada para parte de este capítulo:
Sentenced - Excuse me while I kill myself

cap. 6: Confesiones

Jamás le había ocurrido algo semejante a lo de esa mañana. Jamás había perdido el control cuando no le convenía de semejante forma. Y esta vez lo había perdido, del todo. Para cuando se dio cuenta estaba parloteando igual que Pansy. ¡Eso era terrible! ¡Si su padre le hubiera visto no habría dudado en lanzarle un cruciatus! Y habría sido el primero. Porque por mucha fama de cruel y despiadado que tuviera, él siempre había sabido manejarlo. Era el rey de la manipulación y la persuasión (después de Dumby, claro n.n). Hasta la fecha siempre había obtenido cualquier cosa que hubiera deseado. Pero eso sólo se consigue teniendo un absoluto control sobre lo que se hace y dice, y en esta ocasión lo había perdido. La sangresucia le había hecho perder los papeles por completo.

Y ahora ella estaría llorando, tirada en su cama, por alguna terrible desgracia ocurrida a sus amiguitos Weasel y Cara-rajada. Patética.

Y patético él por hacer lo mismo. Por encerrarse en su habitación como si fuera un apestado. Él era Draco Malfoy, no tenía por qué hacer esas cosas. Aunque tampoco quería ver a nadie y se estaba muriendo de hambre. Se había saltado el desayuno y por nada del mundo pensaba quedarse sin comer. Así que dejó de dar vueltas por la habitación como un idiota y se dispuso a bajar a las cocinas.

Los pasillos estaban vacíos, y en unos pocos minutos llegó a la entrada de la cocina. Dio gracias a Merlín una vez más por no haberse cruzado con nadie: los rugientes ruidos de su estómago no eran para nada estéticos. Frotó la pera y entró veloz.

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Después de mandar y ordenar como hacía días que no lo hacía, después de quedar plenamente satisfecho con los suculentos manjares que le ofrecieron los elfos domésticos, tan serviciales como siempre, se metió unos cuantos dulces en los bolsillos y cargó con un par de manzanas. Volvería a encerrarse en la torre un poco más. Que lo echaran de menos. No estaba huyendo, claro que no. Pero no quería ver a Nott otra vez, y que le montara una escenita de lealtades y bla bla bla. Porque lo mejor de todo es que tenía razón. Al principio del curso anterior, se mostró orgulloso sobre su relación con el Lord, fanfarroneó acerca de la misión que le había encomendado. Nada más lejos de la realidad, lo cierto es que estaba muerto de miedo. Y conforme avanzaba el curso ese miedo crecía más. Ya no estaba tan seguro de lo que quería hacer, pero eso no importaba porque estaba obligado a ello. Para cuando desertó, su objetivo era mantenerse neutral. Y oculto. Lo segundo lo consiguió, todavía no sabía cómo, pero lo hizo. Pero no pudo mantenerse neutral, pasó de un extremo a otro. Y si la gente se enterara de eso, no sabía cómo podrían reaccionar. Porque él ni siquiera había cambiado de bando, simplemente había hecho lo que le convenía. Nadie le creería si contara eso, por eso no debían enterarse. Y ahora la estúpida comelibros lo sabía. Bufó molesto por enésima vez en ese día.

Fue entonces cuando escuchó un murmullo que se acercaba por el corredor contiguo. Ojalá fuera un grupito de insulsos niños Hufflepuff, o mejor, uno de estridentes Gryffindor. Les quitaría un puñado de puntos a cada uno por cualquier tontería y entonces se sentiría mejor. Sí, abusar de su poder era algo que se le daba realmente bien. Esbozó una torcida sonrisa e hizo oído para ver de quién se trataba.

- ¿Seguro que esa aula estaba por aquí, Gin? No reconozco este pasillo…

- ¿Tú no eras el famoso Harry Potter? – le preguntó coqueta entre besos – Pensaba que conocías todos los rincones del castillo…

Draco contuvo las arcadas y se ocultó tras una armadura convenientemente colocada en el extremo del pasillo. La estúpida pareja de moda: el maldito niño-que-vivió, al que todavía no sabía cómo, había terminado ayudando y la zanahoria venían caminando, tan estridentes como siempre, por el pasillo que cruzaba.

- Tu hermano tiene la delicadeza en el culo – comentó Harry en un suspiro resignado.

- Lo que es, es gilipollas – puntualizó la pelirroja – ¿A quién se le ocurre volver con Lavender?

Así que por eso lloraba la sabelotodo. Sí, realmente patética.

Las voces se acercaban lentamente.

- Creo que al menos Ron ha madurado un poco – convino Harry. – Esta mañana estaba preocupado por ella.

- ¿Preocupado? Yo sólo le he oído gritar.

- Por culpa de Malfoy – aclaró el chico. – Espera, – dijo agachándose – se me ha desatado un zapato.

-¿Qué ha hecho? – se interesó Ginny.

- Existir… Y vivir con Hermione, supongo.

Draco decidió que ya había escuchado bastante. ¿Existir? ¡Eso era un regalo que le hacía a la humanidad!

- Deja esos cordones en paz, si de todas formas te vas a quitar los zapatos en un momen..

- Potter, Mini-Weasley – saludó el rubio descuidadamente saliendo de su escondite al tiempo que mordía una brillante y verde manzana. Siguió de frente, con expresión indiferente en su rostro y con paso firme y elegante.

Los dos se quedaron mirándole con sorpresa, encima de que les había pillado hablando de él, ese parecía ser el trato más educado que habían recibido por su parte desde que… Bueno, desde siempre.

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Hermione había decidido esa misma mañana no salir de su habitación hasta el lunes. Pero parecía ser que en esos últimos días nada salía tal y como esperaba. Los chillidos estridentes de Parkinson en la entrada de la torre vencieron. Al parecer Malfoy había salido, porque le estaba haciendo esperar demasiado. Y por muy cabrón que fuera, no le veía haciendo esperar tanto a ninguna chica, no fuera a ser que alguna mala lengua acabara por estropear la fama que le precedía.

Después de fingir lástima por su mal aspecto con un “pobrecita, ¿no te has tomado ninguna poción para eso? Pídele alguna a Drakín, que seguro que tiene de sobras” y creerse en el derecho de poder dejarle recados para Malfoy, se despidió sonriéndole y llamándola Hermione.

Y eso ya fue demasiado por un día para la pobre. Probó a pellizcarse un brazo. Y sí, le dolió. Así que había sido real. Quizá entonces, lo que vio en el comedor la primera noche, tampoco había sido un sueño: Pansy Parkinson se había levantado entusiasta para celebrar la reaparición de Dumbledore porque de verdad se sentía feliz por ello. ¿Sería cierto? También observó como Malfoy la secundaba a los pocos segundos. Y luego estaba lo que le había dicho esa mañana, él le había pasado cierta información a Harry que le había ayudado. Y al parecer mucho, según la carta del último. ¿El mundo se había vuelto del revés? ¿O simplemente era que a la hora de la verdad incluso las serpientes obraban correctamente?

Fuera lo que fuera, acabaría por descubrirlo. Pero de momento, y ya que había acabado bajando a la sala común, aprovecharía la tarde en algo productivo como leer cualquiera de los interesantísimos libros que poblaban su nueva biblioteca. Finalmente se decantó por el volumen que había descubierto el día anterior, y que curiosamente Malfoy ya había consultado: “Ejercite la mente. Prácticas diarias del arte de la Oclumancia”.

Se acomodó en el sofá e hizo un suave movimiento de varita mientras susurraba “accio reproductor de cd’s”. A los pocos segundos el pequeño aparatito circular levitó por las escaleras desde la mesilla de noche hasta su mano. Lo dejó sobre la mesita que tenía al lado. Lo encendió y con otro movimiento de varita amplificó su sonido por toda la sala.

Los acordes de guitarra inundaron la estancia al instante, y la irreverente voz del cantante logró evadirla de la realidad como hacía ya días que necesitaba.

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Cuando Draco llegó de nuevo a la torre de Premios Anuales, terminando ya su segunda manzana, se encontró con un panorama que lo dejó completamente paralizado en la puerta.

Granger estaba saltando sobre el sofá, moviendo la cabeza frenéticamente, haciendo que su estropajoso pelo desafiara a la gravedad. Tenía su varita cogida del revés y apuntaba a su boca como si fuera un micrófono.

- Well, fuck you too-oooooo!! – se escuchó su voz bastante más aguda que la original mientras seguía dando brincos.

Sí, ahora ya podía decir que lo había visto todo.

Esperaba que cuando se diera cuenta de que la estaba observando no decidiera pegarle otro puñetazo. Pero es que no podía dejar de mirar, era ridículamente hipnótico.

- I kill myseeeelf… I blow my brains onto the waaaaaaaaaall! – continuaba vocalizando la castaña, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor.

Sin duda era una forma original de descargar tensiones, aunque con esto quedaba claro que la puritana Granger de sexo nada.

La verdad es que lo vivía, parecía que no hubiera en el mundo nada más que ella y su “micrófono”. Seguía cantando, saltando, y agitando la cabeza al compás de la música. Y él seguía cada movimiento francamente divertido.

- I put a bullet in my head!! – sus dedos apuntaron levemente a su sien, escenificando fielmente la letra de la canción. Draco observó extrañado ese gesto, pero acabó suponiendo que se trataba de alguna estúpida costumbre muggle que no le interesaba para nada. – Excuse me whiiiiiiile – cantó todavía más fuerte, parando después bruscamente.

Draco contuvo la respiración, la canción estaba por terminar.

- I kill myseeeeelf – entonó suavemente dejándose caer desmadejada en el sofá como último efecto dramático.

Unos lentos y sonoros aplausos la trajeron de vuelta a la tierra. Apenas asomó la punta de la nariz por encima del respaldo del sofá se dejó caer de nuevo ahogando un gritito estrangulado.

- Vaya, vaya, Granger – aprovechó rápidamente la ventaja de la situación Malfoy. – No sabía que te iban las canciones suicidas.

Ella estiró el brazo y apagó el reproductor, quedando la sala en completa y tensa calma.

- ¿Llevas mucho tiempo aquí? – preguntó con voz temblorosa, sin atreverse a asomar ni siquiera un pelo por encima del respaldo.

- El suficiente para ver que cantas de pena – constató él, divertido. – Y que eres tan estúpida como pensaba si crees que llorando de esa manera y actuando así Weasley va a cambiar a la Brown esa por ti.

Esas palabras repicaron violentamente en la cabeza de Hermione que se incorporó como un resorte, visiblemente enfurecida:

- ¿¡Quién te crees que eres para opinar sobre mi vida, Malfoy!?

- Seamos sinceros, Granger. A pesar de tus limitaciones como sangresucia, podrías aspirar a algo más que a ese pobretón que no te comprende ni valora para nada, y con el cual jamás podrás llegar a tener una conversación a la altura de tu nivel intelectual.

- ¿Y quién está a la altura de mi “nivel intelectual”? – se mofó ella. – ¿Tú?

- No te confundas, Granger. Tú eres una sangresucia, jamás estarías a mi nivel – declaró el rubio sin contemplaciones. – Por cierto, ¿qué era lo que estabas cantando?

Frunció el ceño. ¿Ese racista era el que había ayudado a Harry?

- Es de un grupo muggle – apuntó atenta a su reacción. Sonrió interiormente porque, tal y como esperaba, una mueca de desagrado cruzó su rostro. - ¿Es que acaso te gusta?

Tocado y hundido.

- Te recuerdo que no soy yo el que va escuchando canciones suicidas porque no me hacen caso – apostilló el rubio rehaciéndose rápidamente y tomando el control.

- Como si hubiera mucha gente que preguntara por ti, sólo ha venido tu sombra chillona, Parkinson – si eso iba a convertirse en un concurso de pullas haría todo lo posible por estar a la altura de esa lengua viperina.

- ¿Ha estado aquí Pansy? ¿Y te ha dicho qué quería?

Pues no, al parecer no quería un enfrentamiento verbal. Y era de agradecer. Porque aunque en algunas ocasiones había sabido cerrarle esa bocaza, este no era el mejor momento para lograrlo.

- Que recordaras que a las once tienes una cita, en el mismo lugar de siempre.

- Bien.

- Malfoy, ni por un momento pienses que voy a ser tu recadera, si Parkinson quiere ser tu PDA ambulante allá ella, pero no contéis conmigo para nada más.

- No contaba con ello, sangresucia – aseguró Draco. - ¿Qué has dicho que es Pansy?

- Un PDA, un aparato muggle – le explicó orgullosa del efecto que producía esa palabra en el Slytherin, que en esos momentos se debatía entre poner cara de asco o de incomprensión – es algo parecido a una agenda.

- ¿Y quién te ha pedido tantas explicaciones? Como si me interesara…

- No finjas tanta repugnancia, Malfoy, que sé que has estado usando pegamento y eso es un invento completamente muggle.

Draco puso cara de no comprender.

- El tubito con el que pegaste los recortes de los diarios “muggles” a tu cuaderno – apuntó solícita la chica. – No te hagas el ingenuo, sabes de sobra de qué te hablo – añadió sonriendo triunfal. Si sabía que había estado en su habitación, supondría también que había husmeado en su cuaderno.

La mueca de desprecio que surcaba permanentemente el pálido rostro de Malfoy se acentuó todavía más.

- Eres insoportable.

- Lo mismo digo.

- Y no sé qué cojones haces tomándote tantas confianzas conmigo – espetó el rubio. – Eres realmente patética si piensas…

- ¿Confianzas? – le interrumpió Hermione – Perdona si me alegra ver que has tenido que “rebajarte” pasando un tiempo rodeado de muggles. Perdona si me río al ver que has tenido que soportar todo aquello que detestas. ¡Te lo mereces! ¡Y tú sí que eres patético! – exclamó exaltada. Ese estúpido de Malfoy siempre lograba sacarla de sus casillas.

Malfoy sintió cómo la ira llegaba a todos y cada uno de los rincones de su ser. Nadie se le reía a la cara y se iba de rositas. Nadie osaba insultarle sin saber que lo lamentaría. Él era Draco Malfoy y nadie tenía ningún derecho a tratarle así. Y todavía menos Granger, por mucho que Blaise dijera que tiene buen culo.

- ¡A ver de quién te ríes, Granger! – la amenazó, visiblemente colérico – ¡Deberías agradecer todo lo que he hecho por los de tu calaña! – inmediatamente se lamentó por haber dicho eso. Insultarla estaba bien, le divertía. Hacía tiempo que había descubierto un morboso placer en ello. Las dosis de Granger-enfados eran altamente estimulantes. Pero no debía ser a costa de recordarle que había ayudado a San Potter. Jamás debería hacerse público. Y menos con su padre y sus seguramente ambiciosos planes, y su tía Bellatrix con su facilidad para la Legeremancia de por medio.

Hermione le miró fijamente. ¿Cómo podía ser tan odioso? ¿Cómo alguien, de apariencia tan sofisticada podía llegar a ser tan miserable?

- ¡No te hagas el santo! – le increpó enfurecida - ¡Está más que claro que si ayudaste a Harry fue para que tu padre ocupe el lugar de Vold…demort – todavía le costaba decir su nombre. – Supongo que ahora tú serás su mano derecha, ¿no?

Draco la miró perplejo. ¿Es que acaso también había visto esa carta? ¿Por qué sino iba a asegurar eso? Y pensándolo bien, un poco de razón podía tener. La idea era bastante tentadora…

- Lo que me suponía – murmuró Hermione interpretando como una confirmación el silencio del chico. – Voy a llevarle la carta a Dumbledore, que es lo que tenía que haber hecho cuando la encontré – sacó un pergamino del bolsillo de la túnica y se giró hacia la entrada.

Mas no llegó a alcanzar la puerta. Draco tiró de ella con fuerza y la obligó a sentarse de nuevo en el sofá.

- ¿Acaso piensas que vas a contarle algo a ese viejo chiflado que no sepa ya? Granger, Granger, Granger… te hacía más lista.

Hermione le miró con el ceño fruncido, y se volvió a levantar, desafiante.

- ¡No le llames viejo chiflado!

- Como si no lo fuera…

Hermione siguió mirándole con fiereza, aunque sin replicar. Y sin saber por qué, volvió a sentarse otra vez.

- ¿Lo ves? En el fondo sabes que tengo razón.

Draco se sentó en el otro extremo del sofá, recostándose sobre el apoyabrazos y estirando su brazo izquierdo sobre el respaldo. Su postura reflejaba una relajación distante, una situación algo surrealista siendo que en el mismo sofá estaba sentada Hermione Granger.

Ésta notó en seguida la reacción extraña de su compañero de torre, por lo que arqueó una ceja con escepticismo.

- ¿Qué planeas, Malfoy? Pareces muy tranquilo, siendo que sé que estáis tramando algo – inmediatamente se tapó la boca con la mano, maldiciéndose por ser tan bocazas. Sí, genial, no tenía nada mejor que hacer que decirle a un mortífago que estaba al tanto de sus planes.

- ¿Qué hacías ayer en mi cuarto, Granger? ¿Cómo conseguiste la carta de mi padre?

Los ojos grises de Malfoy estaban fijos en la chica, observándola serios y expectantes. Una mirada helada con la que pretendía intimidarla, y con la que lo consiguió. Hermione disimuló como pudo un escalofrío. ¿Realmente ése era el mismo idiota que iba fanfarroneando por ahí con sus guardaespaldas los gorilas, y a quien ella misma había pegado un puñetazo? Ahora mismo no se atrevería ni a rechistarle, algo había cambiado en él.

- Va, Granger. ¿Qué hacías? ¿Buscar información sobre mi padre, sobre mí? ¿O quizás esperar escondida para verme desnudo?

Las mejillas de Hermione pasaron de un blanco pálido a un furioso rojo en cuestión de segundos. Y qué decir de sus orejas, que parecía que iban a explotar. ¿Qué se proponía ese imbécil?

Una fuerte carcajada resonó en toda la estancia. Una carcajada limpia y fresca, irreconocible para un Malfoy. Y sin embargo era él, Draco Malfoy el que se reía en su cara, tan tranquilo, como si fuera su amigo o algo. No, un momento, se estaba riendo de ella, eso no lo hacía un amigo.

- ¿Así que de verdad estabas ahí para espiarme? Y yo que pensaba que llorabas por el pobretón… era obvio que una pataleta como la tuya sólo podía ser por mí – afirmó, presuntuoso como siempre.

- ¡Eres un cerdo! – espetó Hermione ofendida - ¿Cómo te atreviste a desnudarte si sabías que estaba allí?

- ¿Y tú cómo te atreviste a fisgonear en mis cosas? ¡Tuviste suerte de que no te matara! La próxima vez no seré tan benevolente.

- ¿Me estás amenazando, Malfoy? – inquirió Hermione, envalentonada de nuevo levantándose como un resorte del sofá. - ¿Qué pretendes con esta conversación? Si no querías que entrara en tu cuarto haber puesto algún conjuro protector.

- Como si no lo hubiera intentado. No se puede – explicó el chico ignorando el tono agresivo de Hermione. Ésta lo miró sorprendida. No se le había pasado por la cabeza que no se pudieran cerrar las puertas con un hechizo. Ella no tenía nada que ocultar, por lo que no había pensado en poner ninguno a su cuarto. – De todas formas, si hubiera tenido algo importante que guardar hubiera logrado poner un hechizo, de eso no cabe duda.

-¿Dónde estuviste este verano, Malfoy?

Draco la miró serio, sus ojos volvían a estar helados y la miraban con fiereza.

- Eso no te importa, Granger.

- Has estado escondido en algún lugar muggle.

- ¿Si ya lo sabes para qué preguntas?

- Sólo quería asegurarme.

- Por qué.

- Porque ayudaste a Harry, y ahora estas planeando algo con tu padre. No te entiendo.

- ¿Qué no entiendes, Granger? ¿Que hago lo que más me conviene? – le preguntó en tono sarcástico. Sin embargo respondió a su pregunta – Estuve en una casa muggle en Londres. Me aparecí allí con Severus. Los dueños estaban de vacaciones, al parecer se habían ido a España para todo el verano. Me dejó allí, abandonado, sin poder hacer magia porque me encontrarían del Ministerio. O peor aún, el Lord. Debía de estar furioso conmigo por no haber cumplido la misión, y no soy tan tonto como para querer comprobarlo.

- ¿Pretendes darme pena? ¡Tú te buscaste esa situación!

- Sólo te estoy contando qué es lo que pasó, ¿tienes algún problema? – preguntó en un tono que no admitía réplicas.

Hermione le observó atenta. Definitivamente Malfoy se había vuelto tarumba. Ya lo había demostrado varias veces desde que se encontraron en el tren. Estaba de lo más raro, aunque todos habían cambiado en los últimos meses. Era inevitable que no les afectara lo sucedido.

- Yo no tenía ni idea del mundo muggle, sus costumbres, funcionamiento de aparatos ni nada – continuó relatando, absorto, como si hablara para sí mismo.- Severus no volvió a acercarse por allí, pensaba que lo habrían matado. Esos periódicos muggles en la puerta de la casa me fueron de gran ayuda, pude seguir con mi colección de recortes. Además de la gran cantidad de experimentos que hice en aquella casa, supongo que al volver se habrán asustado.

- ¿Y por eso ayudaste a Harry? – aprovechó a preguntar Hermione, viendo que Malfoy estaba hablándole civilizadamente.

- No te confundas Granger, si ofrecí cierta ayuda a Potter fue porque no estaba dispuesto a pasarme toda la vida encerrado en ese cuchitril, del que ni siquiera sabía cuánto tiempo estaría libre. Además de que no me parecía muy justo que un simple mestizo se alzara con semejante poder. ¡Yo no obedezco a ningún mestizo!

Hermione lo miró con la boca abierta. Draco Malfoy acababa de confesar que no era partidario de Voldemort. No es que eso importara ya mucho, estaba muerto. Pero eso significaba realmente que había “cambiado de bando” o algo parecido, ¿no?. ¿Importaba mucho cuáles hubieran sido sus motivaciones?

- Ya has tenido demasiada dosis de conversación civilizada por mi parte, sangresucia – volvió a su habitual tono despectivo. – Y ahora devuélveme el pergamino.

- Aún no me has dicho qué hiciste para ayudar a Harry – insistió tozuda.

- ¿Acaso piensas que tus amiguitos son tan listos como para descubrir dónde estaban los horrocrux en tan poco tiempo? – apuntó sarcástico. – Y ahora dámelo – exigió estirando de la carta.

Se la devolvió. ¿Qué más daba? Ella sabía que algo ocurría, no necesitaba la carta. Y al parecer Dumbledore estaba al corriente de todo. ¿Cómo se las apañaba el buen hombre para enterarse de todos los chismes antes que nadie?

Draco guardó el pergamino en el bolsillo de su túnica y subió a su habitación.

- Que no se te olvide hacer tu ronda esta noche, porque yo no pienso recorrer todo el castillo otra vez.

Hermione se quedó mirando las escaleras por donde había subido Malfoy, confusa. Malfoy había ayudado a Harry. Malfoy sabía de la existencia de los horrocrux y había ayudado a Harry. Ahora estaba en contacto con su padre a saber con qué fines, pero tampoco parecía más agresivo que de costumbre ni tampoco parecía ocultar nada demasiado grave. Estaba raro y no sabía por qué esto le preocupaba. Bueno, no mucho, pero tenía curiosidad. Tenía demasiadas noticias que compartir con alguien, y no tenía con quién.

viernes, 7 de septiembre de 2007

un siglo más tarde

hace unos días que terminé el sexto capítulo. no lo he colgado todavía pq no me convence el final, y pq todavía no tengo confianza para llevarme el lápiz al trabajo (aparte que apenas tengo tiempo). mañana estaré sola, si veo que la cosa está tranquila lo subiré.
perdón por la tardanza.

sábado, 5 de mayo de 2007

El Nuevo Señor Tenebroso cap. 5

Terminé esto hace una semana, pero no he podido colgarlo antes. Estoy actualizando desde mi portátil, estoy que no me lo creo!! jujuju *^.^* Este es el capítulo más corto hasta la fecha, 6 páginas de word. Y el que menos me gusta, pero hay cosas necesarias para el futuro, así que ahí queda. Gracias Aya por tus comentarios, y a ti también, Ylenia!! Espero no defraudaros demasiado... Y sino, en fin, ya sabéis... mandadme un abucheo y listo. El otro día vi un cachito de "Ana y el rey" (que no Ana y los siete :/) para ver a Malfoy de más peque, y sigo diciendo que nunca ha estado más mono como en Harry Potter y la Piedra Filosofal. A falta de ver los Borrowers, claro. Los diminutoooooooos (8) nadie sabe donde estaaaaaan (8) me sé el resto de la canción, pero creo que no viene al caso. Os dejo con el quinto capi:
Capítulo 5: Un mal día en la torre
La paciencia no se encontraba entre las mayores virtudes de Lucius Malfoy. Hecho que, innegablemente, había heredado su hijo. Sin embargo, sabía que a veces esperar merecía la pena. Y esta era una de esas ocasiones. Un plan bien trazado requería su tiempo. No debía presionar a nadie todavía, y menos a su hijo. Él sabía cómo hacerle caer definitivamente hacia su lado. Y en ese aspecto tampoco tenía demasiada prisa, tenía noticias de otros que le servirían gustosos.

- ¡Igor! – llamó autoritario, dirigiendo su voz hacia la puerta.

Acto seguido ésta se abrió, dando paso a un hombre alto, de abundante pelo y barba morenos.

- ¿Qué deseas, Lucius?

- ¡Cuántas veces he de repetirte que no me llames Lucius! – le gritó enfurecido. – Para ti soy “Lord Malfoy”, o “mi Lord”, lo que prefieras.

- Sí, Lord Malfoy – susurró entre dientes el hombre.

- Deberías mostrar más agradecimiento al que salvó tu vida de la ira del Señor Tenebroso – exigió Malfoy – Y sabes que yo no me arriesgo por nada. Quiero mi recompensa, y espero que cumplas con lo que te exijo – añadió con voz gélida.

- Sí, Lord Malfoy – respondió de nuevo el hombre, inclinando levemente el rostro en señal de sumisión.

El silencio se adueñó de la estancia por unos minutos. Malfoy estaba concentrado escribiendo en un pergamino, mientras el otro esperaba pacientemente cualquier gesto de su señor.

- ¿Y el chico? – preguntó al cabo de un tiempo Lucius, dejando de escribir – ¿Ha dicho algo más?

- No desde anoche, Lord Malfoy.

- No quiero dejar nada al azar, nadie debe sospechar… - divagó el hombre rubio balanceando una elegante pluma plateada entre sus dedos pulgar e índice – Hazle hablar, no querrá que baje yo mismo a sonsacarle.

- Eso no será necesario, mi Lord – se apresuró a decir Igor, mientras un escalofrío recorría su columna vertebral.

- Está bien, puedes retirarte, Karkaroff.

Con una inclinación de cabeza, éste se despidió de Malfoy cerrando la puerta tras él.

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- ¡Hermione! ¡Hermione, abre la puerta!

Haciendo caso omiso de las quejas de sus dos ocupantes, Ron Weasley seguía aporreando el cuadro que hacía las veces de puerta a la torre de Premios Anuales.

Estuvo varias horas esperando y gritando para que saliera la tarde anterior, cuando ella corrió a encerrarse. Jamás pensó que el decirle que había vuelto con Lavender le afectaría tanto. Pero estaba claro que sí. Y aunque su primera opción fue enfadarse ante la reacción de su amiga, ahora estaba preocupado.

Estaban a sábado y eran las ocho y media de la mañana. Si ir a verla a esas horas en vez de estar durmiendo a gustito en su blanda cama no era quererla y apreciarla, nada lo sería.

Empezó con otra tanda de golpes y gritos en medio del pasillo cuando un ruido se escuchó en el interior de la torre.

- ¿Hermione? ¿Eres tú?

El cuadro se abrió de un brusco tirón, pero no fue una desordenada melena castaña lo que apareció por él, sino una cabeza rubia que mostraba un visible enfado.

- Comadreja, que tu vida social sea un desastre no quiere decir que puedas venir a molestar a los demás a estas horas.

Ron le lanzó una mirada furibunda y le empujó para hacerse paso y entrar en la torre. Sin embargo, Malfoy, a pesar de no ser tan alto como él, le hizo frente impidiéndole pasar.

- ¿Qué crees que estás haciendo, Weasley? – escupió con desagrado al tiempo que se ocupaba de taponar toda la puerta con su cuerpo – ¡No pensarás que te voy a dejar entrar!

- ¡Hurón de mierda! – los ojos de Malfoy se entrecerraron peligrosamente, odiaba que le recordaran lo del hurón – Vengo a ver a Hermione, así que ¡quita de ahí!

- ¿Y no crees que – insinuó Draco esbozando una sonrisa torcida – si la sangresucia quisiera verte – continuó, mirándole con infinita superioridad – te habría abierto la puerta hace horas?

Ron no tuvo más opción que callarse, pues eso era absolutamente cierto.

- Vete a pedir limosna a otra parte, pobretón. Aquí no tenemos sobras para ti – se despidió Malfoy dándole con el cuadro en las narices.

- ¡Maldito mortífago! – gritó el pelirrojo al cuadro cerrado - ¡Púdrete!

Malfoy se apoyó en la parte interior del cuadro, con una mueca de asco desfigurándole el rostro. Estúpido pobretón y estúpida sangresucia, ya bastantes quebraderos de cabeza tenía como para que no le dejaran dormir sus nueve horas de la belleza.

- Granger, ¿sigues viva? – se vio en la obligación de preguntar antes de subir de nuevo a su habitación.

No recordaba haberla visto cambiar de postura desde la tarde anterior, cuando la vio tirada en el sofá, con la cara escondida entre varios cojines. Volvió de cenar y ella seguía igual. Llegó a pensar que se había ahogado, pero al observar cómo su cuerpo se movía casi imperceptiblemente al compás de la lenta respiración, suspiró con alivio.

Bueno, se excusó, no es que estuviera realmente preocupado por ella. No le importaba si se moría o no, pero a nadie le gusta tener un cadáver decorando su salón.

La maraña castaña se movió un poco, dejando visible un rostro de tono enfermizo y con unas profundas ojeras.

Hermione alzó la vista y se topó con un fino pijama de seda negra. Se irguió hasta lograr cruzar la mirada con los grises ojos de Malfoy. Lanzó un gruñido y volvió a desplomarse sobre el sofá.

Draco estaba perplejo. Ya no eran sólo esas pintas de muerta en vida, con esas horribles ojeras, sino que sus ojos estaban completamente enrojecidos e hinchados. Era todavía más repulsiva que de costumbre, y además estaba seguro de que no le había reconocido.

¿No era ella la sabelotodo insufrible y repelente, que le devolvía los insultos de forma increíblemente mordaz, sin inmutarse, siendo que los dirigía a un superior como él?

¿No era ésa la bestia que había osado pegarle un puñetazo en tercero, cuando ni siquiera su padre se había atrevido a ponerle un dedo encima?

Ese tipo de personas no lloraban. La sangresucia no lloraba, ¿no?

Draco reconoció que si él hubiera tenido la desgracia de nacer como un muggle, o peor, como un sangresucia, se habría pasado todos los días de su vida llorando. O se habría suicidado. Un escalofrío le recorrió la columna sólo de pensarlo.

La sangresucia era orgullosa, altiva y chillona. Pero no parecía de esas personas que se echaban a llorar sin más. Algo grave tenía que haberle ocurrido.

- Granger… vete a tu habitación, no quiero ver semejante espectáculo cada vez que entre o salga de la torre.

Increíblemente Hermione se levantó, como una autómata, y se dispuso a obedecer a Malfoy.

Esto último le consternó más que todo lo anterior. ¿Qué carajo le había pasado a Granger para que no se desviviera por replicarle? ¿Qué mierda hacía obedeciéndole? ¡Eso no era propio de ella!

- ¡Granger! – le gritó para ver si reaccionaba. No parecía escucharle. – ¡Granger! – volvió a llamarla zarandeándola por los hombros con sus manos, que previamente había cubierto con las mangas de su pijama. Ahora tendría que quemarlo, menudo fastidio.

Hermione pegó un respingo bajo las manos de Malfoy. ¿Qué quería ahora? ¿No le estaba haciendo caso e iba a esconderse a su habitación?

- ¿Qué quieres, Malfoy? – preguntó hastiada, girándose para encararle. Su voz sonaba algo ronca y cansada. – ¿No ves que me estoy escondiendo para que luego no tengas pesadillas?

- Haberlo pensado antes, esa cara de zombie me perseguirá por años.

Hermione disimuló, como pudo, una pequeña sonrisa. La estaba insultando de verdad, eso no tenía que parecerle divertido. Sin embargo, tras largas horas de llanto, un comentario como ése, lejos de ofenderla, la hacía volver a la normalidad.

- ¿Te parece divertido, Granger? – el semblante de Malfoy se tornó serio – ¿Tanto como fisgonear en mi habitación?

Los ojos de Hermione se abrieron alarmados. ¿La había visto?

- No sé de qué…

- Vamos, Granger – la interrumpió. – Déjalo, los Gryffindor no sabéis mentir. ¿No te fiabas de la palabra de Potty y has tenido que comprobarlo por ti misma? ¿Desde cuándo los Gryffindor no se fían de sus amigos? ¿Y desde cuándo la “perfecta” Granger incumple las normas?

Hermione le miró confusa, mas el rubio siguió hablando.

- Mi habitación no está cerrada con ningún hechizo porque no guardo nada de verdadero valor en él. Y si lo hubiera, nadie, ni siquiera tú, sabelotodo, podrías encontrarlo – explicó, como retándola – Por cierto, como vuelvas a entrar lo lamentarás.

Sólo conseguía mirarle extrañada. Ella no había ido a comprobar nada, Harry no le había contado nada de nada.

- Pero… yo… Harry no…

- Vamos, Granger, no seas estúpida. Te lo estoy confirmando – continuó bastante exasperado el rubio. ¿Qué quería, una confesión? Ponía semejante cara de idiota que hasta parecía no saber de qué le hablaba. – Yo le pasé la información. TODA la información, ¿vale? Y de verdad arriesgué mi vida para conseguirla, así que valóralo. Pero no creas que ha cambiado mi opinión sobre los sangresucia – aclaró apresurado. – Apestáis. Sobre todo tú.

Abrió la boca con sorpresa. ¡Así que de eso hablaban las cartas!

- ¿De verdad pasaste información? – consiguió articular después de procesar toda la información recibida.

Por unos instantes, la tez de Malfoy se vio más pálida de lo normal.
- ¿¡No lo sabías!? – chilló espantado, en un acto reflejo. ¡Esa era la primera vez que hablaba de más en su vida! Debería darse de cabezazos como el estúpido elfo doméstico ese que tuvieron, Fobby o algo así se llamaba.

Ella negó enérgicamente con la cabeza, para consternación del rubio.

- Joder, fantástico – masculló para sí mientras se hacía paso en la escalera, sin importarle si la empujaba con sus propias manos sin protección.

Se encerró en su habitación con un sonoro portazo.

¿Así que lo que había hecho era pasar información sobre los mortífagos? Ahora entendía por qué estaba exigiendo una habitación propia a Dumbledore. Si sus compañeros se enteraran de eso lo matarían. Pero después había dicho que seguía odiando a los “sangresucia”. ¿Por qué lo haría entonces? ¿Y qué pasaba con la carta de su padre?

Bueno, todo eso eran muchas cosas en las que pensar. Suficientes como para ignorar el tema “Ron”.

- Ron… - murmuró. ¡Estúpido, estúpido Ron! Ya no lloraba, pero el enfado y la decepción eran mayúsculos. Tanto como para no salir de su habitación en todo el fin de semana.

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En la torre de Gryffindor se respiraba tranquilidad. La mayoría de alumnos se encontraban en el Gran Comedor desayunando y los más perezosos bajaban ya lentamente hacia la sala común. Un pequeño grupito de chicas de tercero y cuarto cuchicheaban en un rincón, parapetadas tras el último número de “Corazón de Bruja” y lanzando furtivas miradas hacia el sofá más cercano al hogar.

- Alexei, ¿vienes a practicar un poco de quidditch?

El ruso levantó la vista desde el sofá frente al fuego en el que estaba sentado. Dejó de escribir en el cuaderno negro que tenía sobre las rodillas y lo cerró con un inaudible conjuro.

- ¿Perr-dón?

Harry Potter se sentó a su lado.

- Que si vienes a echar una partidita de quidditch – le sonrió. – Gryffindor tiene reservado el campo ahora.

- ¿Quidditch? – repitió el ruso con un pequeño resuello - ¿Ahora? – la voz le temblaba ligeramente.

- ¿No juegas al quidditch? – se sorprendió Harry – Vaya, pensaba que en Durmstrang se practicaría mucho, como Krum estudiaba allí…

En ese momento se abrió el retrato de la Dama Gorda dejando pasar a un alto pelirrojo que gritaba colérico.

- ¡No quiere verme! ¡Y encima manda a Malfoy a decírmelo! – se giró hacia Harry y lo agarró por los hombros zarandeándolo - ¡Harry! ¡Está loca!

- Ron – le interrumpió Harry, soltándose de la opresión sobre sus hombros – Te dije que se lo dijeras con cuidado, sabes que ella no entendió lo vuestro el año pasado. Y si te soy sincero, yo sigo sin entenderlo demasiado – suspiró. – Se le pasará.

- Eso espero – arguyó enfurruñado Ron.

Por un momento se respiró tensión en la sala. Que las discusiones con Hermione fueran como el pan de cada día era una cosa, pero aguantar a un Ronald Weasley enfadado era otra, para la que uno no siempre estaba preparado.

- ¿Bajamos a entrenar? – cambió rápidamente de tema Harry – Tenemos un par de horas y después van los Hufflepuff…

Harry le miró suplicante. Él se encargaría de hablar después con Hermione si hacía falta, pero no más enfados a principio de curso, por Merlín.

- Ah, claro… – farfulló Ron, intentando sonar más tranquilo – ¿Y tú, Alexei, vienes? – preguntó, reparando por vez primera en la presencia del chico, que no parecía atreverse a mediar palabra.

- ¡No le gusta el quidditch! – exclamó entre aspavientos Harry - ¿Te lo puedes creer?

- ¿¡CÓMO!? – gritó escandalizado Ron - ¡Pero tú eres de Durmstrang! ¡Igual que Krum! – hizo constatar como si ese hecho fuera un argumento irrefutable para su estado de shock. – Ahora no me vendrás con que ni siquiera conoces a Vicky, ¿no? – cogió aire entrecortadamente, permanecía completamente estático de la impresión.

El fervor y la admiración de Ron Weasley por Víktor Krum habían regresado. Atrás, y olvidados, quedaron ya sus enfados de cuarto curso, sustituyéndolos una devoción mayor que en sus mejores tiempos. Bulgaria quedaba demasiado lejos como para enfadarse con él. Si algún día volvía, ya se replantearía su postura si fuera necesario. Miraba expectante al ruso, pendiente de estrangularle si decía una burrada tal como: “Ah, pues no sabía que Krum jugaba a quidditch”.

- ¡Clar-ro que sé quién ess Viccky! – exclamó airado el pálido ruso poniéndose en pie – Mira-rré cómo jugáis.

- Eres mejor que Krum con el inglés, al pobre le costó más de un mes decir tres palabras seguidas – le alabó sonriendo Ron, mientras salía de la sala común.

Alexei le devolvió la sonrisa.

¿Vicky? – se preguntó Harry bajando hacia el hall – Vaya, así que no sólo Ron lo llama así…

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La Torre de Premios Anuales está resultando ser tal y como me imaginaba – pensaba sonriente Dumbledore desenvolviendo un caramelo de limón que luchaba por escapar de sus manos.

Sí, ninguno de sus ocupantes estaba contento con la estancia, exactamente como había predicho Severus. Pero tal y como había supuesto él, el hecho de que estuvieran encerrados y enfadados no se debía sólo a la obligación de estar juntos. Eso no quería decir que fueran a disfrutar viviendo puerta con puerta. Eran dos de los máximos exponentes de Gryffindor y Slytherin: se odiaban. Aunque quizás a fuerza de verse obligados a convivir la mayor parte del día durante todo el año, sus ataques mágicos, físicos y verbales fueran remitiendo paulatinamente. Sinceramente, tampoco veía el asunto como algo tan grave. La gravedad estribaba en si esos comportamientos infantiles iban a seguir produciéndose después de graduarse: ese comportamiento agresivo en adultos sí que era peligroso.

Por eso seguía pensando que su idea de forzar la comunicación entre los Premios Anuales de ese año, que era una de las promociones más conflictivas teniendo en cuenta el factor “Potter”, era de las más brillantes que habían surgido de su imaginativa mente.

- El ambiente está tenso en la torre – vaticinó el director, hablando a los cuadros de su despacho, que asentían con la cabeza. Más de uno había sucumbido ante la tentación de ir a fisgonear (aunque jamás lo admitirían públicamente) y ver si era cierto que esos dos no se habían matado.

Dumbledore se levantó de su sillón y se dirigió a su pensadero. Unas finas hebras plateadas salieron de su cabeza, estiradas mágicamente por su varita. Acto seguido cayeron junto al resto de hebras, fundiéndose en una difusa masa color plata.

Son sus propios fantasmas los que no les dejan ser felices.

- La señorita Granger necesita algo de independencia – caviló rascándose la barba. – Necesita tiempo para poner en orden sus prioridades y superar la decepción de no haber participado más activamente en la lucha, a pesar de haber estado tan preparada.

Volvió a sentarse en su sillón, apoyando las manos sobre el escritorio. Su mano derecha seguía algo ennegrecida, rígida e inútil. Cada vez dudaba más de su recuperación, aunque había recobrado parte de sensibilidad en los dedos.

- Y el joven Malfoy – suspiró. – Sabía que finalmente haría lo correcto. Aunque es normal que esté confuso, la situación es diferente ahora. Se trata de su padre.

Volvió a dirigirse hacia los cuadros. Los antiguos directores le observaban fijamente.

- Claro que duda, pero mientras lo haga hay esperanza – resolvió sonriente. – Y además, queridos, unos segundos de legeremancia a tiempo pueden ser muy útiles. Pero guárdenme el secreto, ¿eh? – confesó en tono cómplice mientras les guiñaba un ojo.

jueves, 29 de marzo de 2007

El Nuevo Señor Tenebroso cap. 4

He tardado más de un mes en escribir esto!! En mi defensa he de decir que lo acabé ayer por la tarde, y que estoy "preparando" unas oposiciones, así que mi tiempo libre escasea un pelín. Éste es mi capítulo más largo hasta el momento. Pensaba continuarlo un poco más, pero mejor lo dejo para el siguiente n.n
Lo que preguntabas, Aya, de si ya tenía en mente toda la historia... la verdad es que en parte sí, y en parte no. Llevo pensadas muchas cosas que van a ocurrir... pero por ejemplo, el final lo tengo en el aire... espero que puedas leerlo y me des tu opinión, para mí vale mucho *^^* (si piensas que es un auténtico peñazo me lo dices también, y si alguien más lo lee, pues lo mismo. Así podré cambiar y/o mejorar en el futuro. Pero no hiráis mi sensibilidad, que soy muy llorica xD)
Y ya no me enrollo más, aquí está el cuarto capítulo n.n


Capítulo 4: Sorpresas en territorio enemigo


En la sala común había organizada una gran fiesta. Quizá no tan grande como la que montaron los gemelos Weasley cuando Harry fue seleccionado en Gryffindor, pero igualmente multitudinaria.

Haber conseguido al alumno de intercambio era todo un logro y una victoria frente a las demás casas, aunque no hubiera dependido de ellos.

- ¿Habéis visto cómo miraba fijamente a Malfoy? – Se hizo escuchar por encima de la algarabía Ron Weasley - ¡Ha descubierto a la primera quién es el enemigo! ¡Obviamente tenía que ser un Gryffindor!

Hermione se presentó como la Premio Anual de ese año, y le ofreció su ayuda y colaboración en todo lo que necesitara para adaptarse a la nueva escuela.

Al cabo de unos minutos tuvo que abandonar la torre, pues sus obligaciones como Premio Anual incluían rondas de vigilancia por los pasillos, para complementar las que hacían los prefectos de cada Casa.

Dumbledore, en uno de sus irracionales arranques de confraternización, les sugirió que hicieran esas rondas juntos, pues sería una útil actividad para limar asperezas. Sobre todo teniendo en cuenta que iban a tener que encargarse de varios proyectos conjuntos durante el resto del curso. Obviamente se negaron.

Tampoco estaba en sus planes pedirle a Ron que la acompañara. Prefería recorrer el castillo sola antes que aguantar una larga lista de improperios y ceños fruncidos durante un buen rato. Y eso contando con que su furibundo amigo quisiera acompañarla en vez de ser el perrito faldero de Lavender, cosa que dudaba muy seriamente.

Los había visto tan pegados que, por un momento, pensó que habían vuelto atrás en el tiempo. Para que luego Ginny fuera diciendo esas estupideces como que en realidad la quería a ella. ¡Ja! ¡Eso no había quién se lo creyera!

Estaba absolutamente convencida de que estaba más cercano el día en el que el arrogante y engreído de Malfoy le confesara que le importaba un rábano la pureza de sangre y estaba perdidamente enamorado de ella, al día en el que el alcornoque de Ron se diera cuenta de lo que ocurría a su alrededor y decidiera hacer algo al respecto. Para bien o para mal.

Saltaba a la vista que estaba enamorada. No es que quisiera hacerlo notar, pero cada vez le costaba más disimular sus sentimientos (y pensaba, por cierto, que era algo realmente vergonzoso). Y si él no había hecho nada hasta ese momento era porque no pensaba hacerlo nunca.

El pequeño rayito de esperanza que se mantuvo gracias a la ruptura con Lavender había terminado por desaparecer durante esos días. Ya no cabía esperar más. Lo mejor sería pasar página.

Otra vez que discuto con Ron, otra vez que aparece un alumno de Durmstrang – pensó sin saber realmente si eso era curioso o amargante. – Hace tiempo que no escribo a Viktor, seguro que le agradará saber que hay un compañero de su colegio aquí – imaginó la castaña mientras revisaba que todas las aulas estaban vacías.

Los pasillos estaban en silencio. Parecía que no iba a haber ningún contratiempo esa noche. Se cruzó con la pareja de prefectos Ravenclaw de quinto curso que se dirigían ya a su sala común. Sus caras le resultaban vagamente familiares, pero ni siquiera conocía sus nombres. Apenas se saludaron y siguieron su camino.

Tenía que recorrer todo el castillo, pues ni siquiera había convenido con Malfoy qué zonas debían abarcar cada uno.

Efectivamente, la ronda fue apacible. Más bien aburrida, pues no se cruzó con nadie más. No es que hubiera preferido andar quitando puntos a diestro y siniestro, pero pensar que todo el curso iba a ser así de aburrido… Todas las noches recorriendo los vacíos y silenciosos pasillos, hasta pasada la medianoche, no era un plan que le entusiasmara demasiado.

Después de echar un último vistazo a la biblioteca con la excusa de “buscar desvalidos alumnos extraviados”, como ella llamaba a aspirar el seco y penetrante aroma de los viejos libros por última vez en el día, se dirigió a su nueva torre.

Al traspasar el cuadro que daba acceso a la sala común, escuchó unos pasos apresurados que subían las escaleras con rapidez y un leve portazo en el piso superior.

¿Y éste qué trama ahora? – se preguntó pensativa – porque esto no se explica con la excusa de que le voy a apestar – recordó algo malhumorada.

Se tiró al sofá descuidadamente. El fuego de la chimenea crepitaba alegre, las brillantes llamas bailoteaban entre los troncos confiriendo un ambiente agradable y acogedor a la sala.

Se acurrucó encogiendo las rodillas y observó melancólicamente la fogata llameante. No podía evitar pensar en Ron cada vez que se sentaba frente al fuego. Aunque, interiormente, sospechaba que todo aquel que conociera a los Weasley no podría evitar pensar en ellos al estar frente al rojizo fuego de una chimenea.

Lo que ya dudaba, era que todas esas personas pensaran en ellos de la misma forma en que ella lo hacía. Se había prometido pasar página, pero momentos más tarde estaba imaginando, otra vez, cómo sería el momento – ficticio, por supuesto, – en el que ambos se declararan sus sentimientos.

- Vaya mierda de fuerza de voluntad – se recriminó en un suspiro. – Como si eso fuera a pasar alguna vez.

Tibias lágrimas surcaron su rostro al tiempo que entrecerraba los ojos. Eso era imposible.

- Ron… – susurró suavemente. Momentos más tarde estaba profundamente dormida.
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- ¡Sangresucia! – canturreó Malfoy mientras se dedicaba a pulular a su alrededor.

Hermione se removió en su sitio molesta, pero todavía sin abrir los ojos. ¿Qué hacía ese inútil fastidiándola tan pronto?

- Snape te ha quitado 100 puntos por saltarte su clase, porque a ninguno de tus inteligentes amiguitos se le ha ocurrido decir que estabas en enfermería – comentó jocoso, observando cómo la castaña se incorporaba violentamente en el sofá.

- ¿CÓMO? – Exclamó horrorizada abriendo sus ojos de golpe - ¿Y qué hago aquí? – preguntó observando desconcertada a su alrededor. Posó su mirada en el Slytherin, interrogándole.

- Y a mí qué me cuentas, Granger. Ya eres bastante mayorcita para decidir dónde dormir cada noche – apuntó socarronamente el rubio. – Mientras no intentes colarte en mi cama…

Hermione lo miró entre asqueada y escandalizada. Pero no respondió nada. Se levantó, tirando al suelo la manta que la cubría y subió corriendo a preparar sus cosas rápidamente.

- ¡Granger! – oyó que la llamaban desde abajo. – ¡Era broma! – se escuchó una mal contenida risita. – ¡Ni siquiera es la hora del desayuno!

La maliciosa carcajada se escuchó más tenue conforme se acercaba a la entrada. En unos segundos, la sala quedó en completo silencio. Se había quedado sola en la torre.

- ¡IMBÉCIL! – gritó con fuerza desde el baño, a pesar de que él ya no podía oírla.

¿Cómo es que no se había dado cuenta? Si lo de Snape hubiera sido cierto, lo más seguro es que ese maldito no le habría dicho nada para ver si faltaba a más clases.

Lo más irónico era que, aunque de forma poco ortodoxa, le había hecho un gran favor: la había despertado a tiempo. Su despertador estaba en la mesita de noche junto a su cama; no lo habría escuchado desde allí.

- “Esta es mi buena acción del año, no esperes ninguna más” – imitó el tono de voz de Malfoy varios días atrás. – Pues ya van dos en menos de una semana, ¡si lo supiera le daría un soponcio!

Se duchó rápido, no fuera a ser que por descuidada sí que llegara tarde a clase.

Bajó la escalera y recogió la manta que había dejado caer al levantarse. Frunció el ceño. No recordaba haberse tapado con ninguna manta cuando llegó. Sin embargo, debía de haberlo hecho. Malfoy jamás haría algo semejante, además de que esa sería ya su tercera buena acción. Sonrió al pensarlo, vaya idea más descabellada.

Se dispuso a plegar la manta. Era suave y esponjosa, muy calentita, de color verde oscuro.

- Coincidencia – se convenció Hermione – no todo lo verde en esta vida tiene que ver con Slytherin. – Sin embargo, seguía sin recordar haber cogido una manta esa noche.

Iba a salir ya por el cuadro que hacía las veces de puerta cuando vio un pergamino tirado en el suelo, al lado de la biblioteca. Se sorprendió, pues ni ella ni Malfoy eran personas que dejaran nada en desorden. Lo recogió con la única intención de dejarlo sobre la mesa. Fue entonces cuando vio que se trataba de una carta. Evidentemente, el destinatario era su compañero de torre, y el remitente no era otro que ¡Lucius Malfoy!

Así que esa sabandija iba por ahí, deslumbrando con su fingida inocencia, esperando pillarles a todos desprevenidos.

- ¡Será mal nacido! – escupió enfadada.

Se metió la carta en el bolsillo de la túnica y salió apresuradamente.

Comprendió que se había perdido el desayuno cuando escuchó a lo lejos el alboroto de los alumnos dirigiéndose a sus clases. Contrariada, encaminó sus pasos hacia el aula de Runas Antiguas, que era su primera asignatura del día. Hubiera preferido hablar con Harry durante el desayuno, ahora le resultaría imposible con su club de fans persiguiéndole. Además, seguro que andaba escabulléndose lo máximo posible con su recién recuperada novia…

La clase pasó rápida e interesante, como siempre en Runas Antiguas. Había compartido pupitre con Ernie McMillian.

Hermione se preguntó cómo habría sido su curso si Ernie hubiera sido elegido Premio Anual: seguramente unos meses mucho más agradables, aunque compartir torre con Malfoy tenía sus ventajas, le podía vigilar.

No pudo evitar recordar la cara de asco que puso Ginny al pensar que le podría haber tocado con él en lugar de Malfoy, “que al menos estaba bueno”. Reconocía que su amiga tenía parte de razón, Ernie no era precisamente un adonis, pero Malfoy era un desgraciado, y además, mortífago.

Se dirigieron juntos a su siguiente clase, Aritmancia, que también compartían.

A pesar de lo estirado que era, Ernie solía comportarse de forma bastante agradable. Oyó que le preguntaba acerca de la torre de Premios Anuales y varias cosas más: algo así como que le gustaría verla. Hermione caminaba asintiendo distraída a lo que McMillian iba diciendo. Se preguntaba si todos los Malfoy estaban locos, al menos tan locos como para continuar con la labor de Voldemort a pesar de que hubiera muerto.

No regresó a la realidad hasta que, al llegar a la puerta de la clase, se encontró con una desagradable sorpresa: Draco Malfoy estaba allí, apostado en el marco de la puerta junto a Blaise Zabini. Y tenía una petulante sonrisa en sus labios.

- ¡Eh, pelo de rata! – se dirigió a ella sonriendo con altivez – Veo que al final no te ha dado un infarto, la próxima vez me esforzaré más.

- Vete a la mierda Malfoy, no quiero saber nada de ti ni de tus estúpidas bromitas – le encaró la castaña escrutándole con la mirada. Una mirada que no pasó desapercibida al rubio.

- ¿Qué pasa, Granger? ¿Te gusta lo que ves? – le preguntó observándola desde arriba.

Zabini dejó escapar una risa divertida.

- ¡Qué más quisieras, hurón! – replicó ella con desagrado. Entró a la clase empujándole levemente al pasar.


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- Pssst ¡Draco! – susurró Zabini cuando la profesora se giró para escribir en la pizarra.

El rubio, sentado a su lado, levantó los ojos de su libro y lo miró interrogante.

- Granger te está mirando – le avisó. – Todo el rato.

Malfoy se encogió de hombros y se dispuso a copiar los apuntes de la pizarra.

- Te mira con cara de mala ostia, ¿qué le has hecho?

- Nada – respondió escuetamente.

- Sigo pensando que tampoco es tan fea, demasiado flacucha y con pelo de estropajo, pero pasable – continuó con la cháchara cuchicheando el Slytherin, a pesar de notar que su interlocutor no estaba mucho por la labor.

Draco lo miro escandalizado. ¿Acaso Blaise se había vuelto loco? Estaba hablando de la sangresucia, ¡por Merlín!

- De todas formas, – continuó el moreno aun a riesgo de que la profesora les acabara pillando – no es ni por mucho la mejor opción entre los Gryffindor.

- Los Gryffindor no son opción – dictaminó Malfoy seco, cansado de tanta charla estúpida. Su tono dio por concluida la conversación, y al parecer Zabini también lo consideró mejor así.

Hermione Granger, dos mesas más atrás, intentaba infructuosamente, enterarse de la conversación entre los dos Slytherin. Ernie McMillian terminó desistiendo de sus intentos de hablar con su compañera de mesa aprovechando que la profesora estaba de espaldas.

Pero el silencio de Zabini no fue muy prolongado. Extrañamente, tenía un día de lo más hablador.

- Pssst, ¡Draco! – insistió el moreno. Malfoy se giró hacia él, molesto.

- ¿Qué quieres ahora, Zabini? – le preguntó hastiado, remarcando su apellido – ¡con tu estúpida cháchara no haces más que recordarme a Pansy!

- ¿Sabes algo de… ya sabes? – preguntó en tono enigmático, pero desafortunadamente, no lo suficientemente bajo.

Hermione se inclinó todo lo que pudo en su asiento. Si ese par iban a ser tan insensatos como para hablar precisamente de eso en clase, ella haría todo lo que fuera posible por escucharlos.

- No sé nada, y ahora cállate.

Pues no, al parecer Malfoy no era tan insensato.

La profesora dejó de escribir en la pizarra en ese mismo instante. Todo el mundo guardó silencio de golpe y se afanaron en copiar velozmente lo que había estado escribiendo.

- Si pensáis que por hablar en susurros no me doy cuenta, os equivocáis – puntualizó con voz seria, pero sin mirar a nadie en concreto – No me gustaría tener que castigar a nadie, así que trabajad: quiero toda la pizarra copiada en cinco minutos.

La clase pronto dio a su fin, con una extensa redacción por deberes para el siguiente día.

En la puerta del aula, una emperifollada Pansy Parkinson se alisaba la túnica distraídamente.

- ¡Draki! – exclamó en cuanto lo vio salir.

La mueca de asco de Hermione al ver a la chica colgada del brazo del rubio en actitud posesiva no pasó desapercibida para nadie.

Son repugnantes – no pudo evitar pensar la castaña al pasar por su lado, –retorcidos y falsos como nadie.

- ¿Qué pasa Granger, te gustaría estar en mi lugar? – le preguntó la Slytherin con una sonrisa de satisfactoria superioridad bailando en sus labios. Evidentemente, parecía haber interpretado mal su expresión.

- Bastante voy a tener que soportarlo todo el curso en mi torre. Por mí como si lo secuestras y desaparece para siempre, Parkinson – indicó Hermione dejándolos atrás.

Malfoy pegó el tirón definitivo que hizo que la morena se soltara de su brazo.

- Bueno, Draco – dijo Zabini alejándose de ellos, - suerte a esta loca y a ti en la doble clase de la Trelawney. No entiendo cómo podéis soportar dos horas seguidas con esa chiflada.

- Me gusta el té – se limitó a contestar Draco.

Pansy le dirigió una desagradable mueca a Blaise, a la que el chico respondió con una brillante sonrisa.

Los tres se separaron, unos caminando en dirección a la torre de Astronomía y el otro a su sala común.

Así que dos horas de Adivinación, ¿eh, Malfoy? – sonrió para sí misma Hermione. – Pues eso habrá que aprovecharlo – pensó mientras se dirigía rápida hacia su torre.

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- Pans, ¿no te das cuenta que con esos comentarios no molestas a Granger? – inquirió el rubio mientras subía las escaleras que llevaban al aula de la Trelawney. – Quizás al resto de chicas de la escuela les afecte, pero con ella no funciona.

Pansy no le contestó, se limitó a mirarle sonriente.

- No sé que tramas, Parkinson – le espetó visiblemente molesto. – Pero a mí no me metas.

- ¿De qué hablas, Draco? ¡Yo no estoy tramando nada! – replicó la chica luciendo una mirada angelical, sin amilanarse ante el mal tono de su amigo.

- Pansy, te conozco – aclaró Draco. – Eres casi tan retorcida como yo, siempre estás maquinando algo.

La morena calló unos delatores instantes, tras los que volvió a dirigirse al rubio con su cara más inocente:

- Ya sé que el contacto físico te da grima…

- No me cambies de tema ahora – le ordenó.

- Pero que cada vez que me acerque – continuó, ignorándole – me esquives como si quemara es demasiado – la nariz de la chica se arrugó y su expresión se endureció levemente. – Te he ayudado a obtener una reputación, cuídala.

Draco se vio obligado a reconocer que su amiga tenía razón. Exhaló un suspiro resignado.

- Sí, mamá.

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Hermione necesitaba hablar con alguien ya, o de lo contrario explotaría. Más bien, era con Harry con quien tenía que hablar. Los descubrimientos hechos minutos atrás no podía contárselos a Dumbledore, si no quería dejar al descubierto su poco ortodoxa forma de conseguirlos.

Además, hacía tiempo que no había pasado tanto miedo. Vivir una aventura, aunque fuera tan pequeña como la que acababa de suceder, sin sus amigos al lado era algo escalofriante.

Todavía le temblaban las rodillas cuando entró en el Gran Comedor y escuchó a Neville comentarle a Colin Creevey que Harry estaba en Hogsmeade, con Ginny, en una entrevista con Rita Skeeter.

Se sintió desfallecer, ¿con quién hablaría ahora? Era Harry el único que podía responder a las dudas que tenía.

- Hermione – la llamó una voz a sus espaldas.

Era Ron. La chica se giró lentamente, temerosa del motivo por el que el pelirrojo se dirigía a ella. Dejó escapar un pequeño suspiro, aliviada, al ver cómo su amigo parecía avergonzado y no levantaba la vista del suelo.

- ¿Sí, Ron? – le respondió con una pequeña sonrisa.

- Yo… bueno, verás… - comenzó, todavía con la mirada fija en el suelo y las orejas ardiéndole. – No creo que seas una traidora – confesó, ahora mirándola a la cara. – Y aunque lo fueras no me importaría, seguirías siendo mi mejor amiga – su cara estaba del mismo color que su pelo, y sus ojos azules brillaban esperando la reacción de la chica.

No le contestó, pero le cogió de la mano fuertemente.

- Vamos al lago, tengo que contarte algo.

- Pero Herms, todavía no he comido – se quejó el pelirrojo. Un oportuno ruido en su estómago corroboró su historia. – ¡Me muero de hambre!

No le dejó sentarse. En vez de eso, le pasó varias manzanas y ella cogió un par de pastelillos.

- Es urgente – le dijo mientras le empujaba por el hall, para dirigirse al exterior.

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- ¿Y bien? ¿Qué era eso tan importante?

Había hablado con la boca llena. Normalmente, eso supondría una tremenda reprimenda acerca de sus escasos modales y de las náuseas que generaba en quien los presenciaba. Pero Hermione estaba demasiado feliz como para percatarse de esas menudencias. Y Ginny se equivocaba, pensó recordando la conversación del día anterior. Ni siquiera había hecho falta que le dijera que la quería para perdonarle. Le miró sonriendo, le había echado muchísimo de menos.

Respiró profundo y comenzó a contarle lo que había sucedido, desde la carta que descubrió por la mañana hasta el momento de bajar al Gran Comedor minutos atrás.

Vio cómo Parkinson y Malfoy se alejaban, y cómo Zabini bajaba por las escaleras más cercanas. Tenía que aprovechar esa ocasión. Normalmente era Harry quien le incitaba a actuar de esa forma, pero tanto tiempo a su lado había ido generando un espíritu temerario que intentaba mellar, a veces con éxito, su lógica, íntegra y prudente consciencia.

Y así es como se encontró, corriendo cual loca escapada del manicomio, en dirección a la torre de Premios Anuales.

Arrolló a un grupito de Hufflepuffs de segundo, pero por primera vez no le importó. Tenía que descubrir si ese maldito mortífago sabía algo más acerca del posible ataque de su padre, y cómo pensaba ayudarle. Esa misión tenía que cumplirla ella, sola. Además, era algo personal, apenas ayudó en la repentina caída de Voldemort. No se sentiría bien hasta que hiciera algo importante.

Comenzó su búsqueda de información en la mini-biblioteca, donde encontró la dichosa carta. Todos los libros eran antiguos y estaban muy bien conservados, se notaba que habían estado bajo el cuidado de la señora Pince.


Si la carta se le había caído allí, era porque había consultado uno de los libros de esa zona. Empezó a leer los títulos, y no se sorprendió al descubrir que la mayoría trataban sobre las Artes Oscuras. Seguramente se estaba documentando para ayudar a su padre. Estaba más que claro.

No sabía por qué continuaba mirando los libros, éstos no la ayudarían a descifrar los planes de Malfoy. Sin embargo uno puede encontrar algo bueno hasta en las situaciones más insospechadas. Al menos eso pensó la castaña al descubrir un libro interesante en una sección de la que jamás pensó tocar nada. Se trataba de un ejemplar de un manual de Oclumancia que jamás había visto: “Ejercite la mente. Prácticas diarias del arte de la Oclumancia”.


Por un momento olvidó lo que estaba buscando. La rugosa piel bajo sus dedos, el embriagador aroma del papel antiguo…Pero algo le hizo salir de su ensimismamiento. Sus dedos se habían pegado. Parecía como si las tapas estuvieran manchadas de pegamento. Y ahora que lo recordaba, sacó un momento la carta durante la clase de Aritmancia: tenía una esquina cubierta por pelusilla negra procedente del bolsillo de su túnica. Se percató de ello, pero no le dio mayor importancia hasta ese momento. La carta había terminado en el suelo porque se había quedado pegada a las tapas del libro.

- ¡Pegado con pegamento! – exclamó asombrada Hermione a la habitación vacía – ¿Desde cuándo usa Malfoy cualquier invento muggle?

Dejó el libro en su sitio y decidió que si quería hacer una buena investigación tendría que revisar a fondo la habitación del odioso Slytherin.

Subió las escaleras decidida, repasando mentalmente todos los hechizos que conocía que sirvieran para abrir cosas. Estaba convencida de que la puerta del rubio estaría protegida bajo un sinfín de conjuros. No pudo evitar soltar un gritito excitado al ver cómo la puerta estaba solamente entornada. La terminó de abrir con cuidado y entró.


Ron la miraba con la boca abierta.

- ¡Te colaste en la habitación del hurón! – parecía tan feliz como si le hubiera tocado la lotería muggle - ¡Bien hecho! – la felicitó palmeando su espalda y sonriendo ampliamente.

Hermione lo miró consternada. ¿Le había palmeado como si fuera un amigote? ¿Cuándo se había convertido en eso? Reprimió su repentino impulso de pegarle un puñetazo y continuó relatando su aventura.

Ahora entiendo por qué dicen que la elegancia está en lo simple – pensó maravillada al descubrir lo que la habitación mostraba a su alrededor.

Una cama de grandes dimensiones, de una torneada madera oscura y reflejos caoba, con un
suave dosel de gasa verde, coronaba la estancia. La colcha y las cortinas también combinaban con el dosel, en distintas tonalidades de verde.

Su habitación no era, ni por mucho, tan aristocrática, era más acogedora, pero al lado de ésta se veía vulgar.

Salió de su ensoñación. De nada valía una habitación maravillosa si su inquilino era un maldito mortífago que planeaba matarlos a todos.

Sobre un escritorio pulcramente ordenado, de la misma tonalidad que la madera de la cama, había una barra de pegamento. Así que de verdad estaba utilizando un invento muggle…

- ¿En serio que Malfoy utiliza el pega… pega… pegacosas ese? – preguntó sorprendido Ron.

- Parece ser que sí, pero eso no es lo más sorprendente…

Además de la barra de pegamento y una caja con costosas plumas, sobre el escritorio había un grueso libro. Las tapas eran de piel negra, y se veían algo desgastadas por el uso. En la primera página, con una redondeada letra de colegial se podía leer: “Propiedad de Draco Malfoy”.

¿Qué era eso, un diario? Hermione se mordió el labio inferior preocupada. Si eso era un diario, ¿sería capaz de leerlo? ¿Sería capaz de violar la intimidad de Malfoy hasta tal punto, con tal de obtener información?


No, no sería capaz de leerlo, pero sí de hojearlo brevemente por si acaso.

Fue pasando las hojas nerviosamente para darse cuenta de que, en realidad, no se trataba de un diario. Las páginas estaban repletas de recortes del Profeta en los que se nombraba a la familia Malfoy, a Voldemort y en algunos casos, Harry Potter. El nombre de Harry era tachado continuamente con tinta verde mediante un hechizo, y en su lugar aparecía la frase “maldito cara-rajada”. Después se borraba y volvía a comenzar. Si no hubiera sido por el odio hacia su amigo que profesaba ese hechizo, que casi hasta se podía palpar, habría sido ocurrente y divertido.


Pero no eran sólo recortes de periódico los que llenaban el libro, sino que su carta de admisión en Hogwarts también estaba allí.

Así que ella no era la única en ese maldito colegio que la guardaba. Al parecer Malfoy se estaba descubriendo como todo un sentimental.

Multitud de cartas de sus padres y un grupo aún más numeroso de tarjetitas rosadas y hojas perfumadas con cuidada caligrafía inundaban cada pequeño hueco del libro. ¿Guardaba las cartas de sus admiradoras? ¿De todas las chicas a las que engatusaba y a las que rechazaba? No era un sentimental, era un maldito cerdo alimentando su, ya de por sí, enorme ego.


Habría dejado de curiosear, asqueada, de no ser porque se dio cuenta de un pequeño detalle: todo estaba sujeto con un sencillo hechizo de pegado, pero a partir de ese verano (según una fecha escrita en las páginas), los recortes estaban pegados con pegamento. ¿Por qué?

Los miró detenidamente, ¡eso no eran recortes del Profeta! ¡Eran noticias sacadas de diversos periódicos muggle! Parecía que todos trataban sobre las “catástrofes” acontecidas durante el verano. ¿Para qué demonios había recopilado Malfoy esas noticias? ¡Y de un periódico muggle!

En aquel momento acababa de entrar en una espiral de sorpresas, pues las dos cartas de McGonagall pegadas a continuación bien podían calificarse como tal.

En la primera, se notaba a la profesora gratamente sorprendida. Al parecer, Malfoy había contactado con ella previamente y eso le alegraba. Sin embargo, le pedía muestras de fiabilidad con respecto a algo. El texto parecía estar escrito en clave, pues a simple vista parecía incomprensible.

Por el contrario, la segunda carta estaba más clara. McGonagall confesaba estar eternamente agradecida a Malfoy por su inestimable ayuda y colaboración. Y que estaría orgullosa de volver a verle pronto en Hogwarts, cuando comenzaran el curso.


Sin embargo, las sorpresas no terminaban ahí, pues la última página ocupada contenía, ni más ni menos, que ¡una carta de Harry Potter!

Sí, no había duda alguna, era su letra, era su firma. ¡Harry Potter le había escrito una carta a Draco Malfoy! Le importaba un bledo si era inmiscuirse demasiado en la vida de los demás, o no. Ni aunque la amenazaran con encerrarla en Azkaban dejaría de leer esa carta. Miró su reloj de pulsera, todavía le quedaba algo más de media hora hasta que la clase de Adivinación finalizara.
Comenzó a leer pues la carta, curiosa e intrigada.

Malfoy:
Ya sé que el otro día me dijiste que no te tenía que agradecer nada. Y no te preocupes porque, tal y como te prometí, no le diré a nadie lo que hiciste.
Me gustaría tener la misma oportunidad que tú, y pasar desapercibido. Pero otra vez va a resultar imposible.
Sé que piensas que me encanta llamar la atención. Pero si vivieras lo que me va a tocar a mí en
los próximos tiempos te darías cuenta de que es imposible que yo desee esto. No te preocupes, no te haría esa putada, ni siquiera a ti. Podrás seguir guardando las apariencias.
No me caes bien, Malfoy. Jamás pensé que pudieras llegar a arriesgarte tanto, ni siquiera pensé que alguna vez fueras a ser valiente.
Y sin embargo allí estabas, mi mayor rival, ayudándome como nadie más ha podido hacerlo. Me da igual que no quieras agradecimientos. Sin ti no lo hubiera conseguido.
Gracias.
Harry Potter


- ¿Y estás segura de que esa carta no la ha escrito el propio Malfoy? – consiguió articular el pelirrojo después de inhalar el aire desesperadamente a bocanadas.

Hermione negó con la cabeza, exasperada.

- ¿Y para qué querría hacer Malfoy algo así?

- ¿Para que tú lo leyeras? – apuntó Ron dándoselas de entendido.

- Si Malfoy hubiera querido que yo la leyera, - le rebatió la castaña – habría dejado esa carta en la sala común y no la de su padre, en vez de esperar a que yo me cuele en su habitación y la encuentre.

Ron no tuvo más remedio que aceptar la explicación de su amiga. Pero, ¿qué era eso tan importante que había hecho Malfoy para que Harry se lo agradeciera tan efusivamente? Y peor aún: ¿por qué no les había contado nada? Una promesa hecha al hurón no era válida, a no ser que le hubiera prometido romperle todos los dientes.


Por unos instantes no pudo reaccionar, el ruido en el piso inferior la había dejado paralizada. ¡Malfoy había vuelto antes de tiempo!

Miró a su alrededor con desespero. ¿Cómo había podido ser tan inconsciente?

Se oían pasos en las escaleras. Malfoy estaba subiendo y no podría salir de la habitación sin ser vista. Decir aterrada era poco para lo que sentía. En un último acto de desesperación, se metió debajo de la cama. No era el escondite más original, pero la habitación no tenía ningún otro sitio grande a excepción del armario, que suponía un gran riesgo.

La puerta se abrió con violencia. Tanta, que chocó contra la pared y se tambalearon todos los cuadros colgados. Por fortuna, no se cayó ninguno. Si se hubiera agachado a recogerlos, quizás se hubiera percatado de la presencia de unos ojos pardos bajo la cama. De todas formas, Malfoy parecía demasiado enfadado como para agacharse a recoger nada.

Contuvo la respiración angustiada, al tiempo que se pegaba con más fuerza contra el suelo.

- ¡Maldito ruso! – bramó el rubio mientras abría con fuerza la puerta del armario.

Hermione suspiró interiormente, aliviada por no haber escogido esa opción. Al parecer Alexei no le había caído muy bien. Normal, era un Gryffindor.

- ¡Malditos Gryffindor! – siguió hablando enfurecido. Debía estar rebuscando algo dentro del armario, pues su voz se escuchaba amortiguada.

El dosel de la cama se abrió de repente. Los muelles bajaron unos centímetros sobre la cabeza de Hermione. Ésta ahogó un gemido; una sensación de claustrofobia comenzaba a apoderarse de ella.

- ¡Maldita sangresucia! – continuó despotricando el Slytherin sentado en el borde de la cama.

¿Y ahora qué pasaba con ella? No la había descubierto, sino ya estaría volando ventana abajo – concluyó aliviada la chica.

- ¿Quién me mandaría a mí arroparla anoche? ¡Esto es terrible, parece que es cierto que me estoy ablandando! ¡Tendría que haberla dejado congelarse y que pillara un gripazo! – se quitó los zapatos y los calcetines – Si la estúpida de Pansy se enterara de esto le faltaría tiempo para maquinar alguna de sus ideas absurdas.

Malfoy se levantó, pues la distancia entre los muelles y la maraña de pelo castaño de Hermione volvió a aumentar.

- ¡Estúpido ruso! ¡Nadie le habla así a un Malfoy! – se quitó los pantalones - ¡Y nadie mira así a un Malfoy!

Hermione vio como la blanca camisa del uniforme caía al suelo. Sólo veía los descalzos pies del rubio dando vueltas por la habitación, pero aun con todo, se sonrojó al evaluar la situación: Draco Malfoy estaba desnudándose a escasos centímetros de ella, ajeno al inesperado voyeurismo de su compañera de torre.

Junto a la camisa, cayeron unos bóxers gris oscuro. La cara de Hermione había adquirido el color de la cabeza de todos los Weasley juntos. Si la descubría ahora se moriría de vergüenza.

No fue así, puesto que Draco se dirigió inmediatamente a la puerta, sin advertir la respiración entrecortada de la mirona accidental.

Se oyó abrir el grifo del baño, y el aroma del agua perfumada que salía de los diferentes caños inundó el pasillo.

Hermione dudó unos instantes en salir de su escondrijo. Confiaba en que el baño apaciguara la rabia de Malfoy, pero no sería lo suficiente como para evitar que le lanzara una imperdonable si la pillaba allí.

Salió de debajo de la cama con cuidado de no tocar la ropa esparcida por el suelo. El rubor regresó de nuevo a sus mejillas al ver las prendas. ¡Había “visto” a un chico desnudarse en su habitación! ¡Nunca había estado en una situación parecida! ¡Y por si fuera poco, se trataba de Draco Malfoy!

De esto sí que no iba a decir ni una sola palabra a nadie. Se moriría de vergüenza si tuviera que hablar de ello. Aunque quizá sí que se lo contara a Ginny, a fin de cuentas era fan de las historias subidas de tono, seguro que su imaginación hacía el resto.

Tampoco diría ni una palabra sobre el hecho de que el hurón la tapó con una manta por la noche. ¡Un momento! ¡Así que al final sí que lo había hecho! Sintió sus orejas arder y bajó veloz las escaleras para huir de la torre.

Si hubiera prestado más atención, habría visto, tras la puerta entreabierta del baño, una varita que hacía chapotear el agua como si alguien se estuviera bañando. Y unos ojos grises que observaban como la chica castaña aparecía por el lado de su habitación y bajaba presurosa las escaleras.

miércoles, 21 de febrero de 2007

El Nuevo Señor Tenebroso cap. 3

Lo primero de todo, ¡GRACIAS POR TUS COMENTARIOS, AYA! me hizo mucha ilusión recibirlos. Con decirte que hasta lloré...

Creo que le he perdido el miedo al fanfiction, al menos un poquito. Así que lo colgaré n.n

Este capítulo no me gusta nada, demasiada transición y poca miga. Pero a veces estas cosas son necesarias para avanzar con la historia.

Aya, creo que vas a tener todavía más ganas de matar a Ron. Creo que ya las tengo hasta yo, y eso que me encanta... pero ya haré algo bueno con él más adelante, el pobrecillo es un poco simple y necesita de varios capítulos para centrarse un poco xD

Bueno, y aquí va el tercer capítulo:


Cap. 3: El intercambio

- Sangresucia – dijo a modo de saludo Draco cuando la vio bajar.

- ¡Oh, qué original! – ironizó Hermione cuando llegó a la sala común – Deberías escribir un diccionario con los insultos con los que me obsequias. No será mucho trabajo, para la hora del desayuno ya habrás terminado – continuó mordaz.

- Tranquila, Granger. Para ti tengo todos los insultos que quieras. Pero no quiero que te dé un sofocón el primer día, pensarían que te he hecho algo – sonrió socarronamente el rubio.

¿Cómo habían llegado a esa situación? ¿Cómo habían podido ceder a las artimañas del viejo loco? Ahora se encontraba compartiendo torre con la sangresucia, ¡con la sabelotodo Granger! ¿No se suponía que ser Premio Anual consistía en eso, en un Premio? ¡Esto era un castigo!

Aunque pensándolo bien, el verdadero castigo hubiera sido quedarse con el resto de Slytherins. Lo pasó francamente mal la noche anterior. Quizás fueran paranoias suyas, pero Nott le había mirado de forma muy suspicaz, y había insistido mucho en que por qué habían tenido que aplaudir durante la cena.

La mayoría se habían mostrado satisfechos con la explicación de que había que actuar como mejor les conviniera. Allá cada uno con lo que creyera, pero si les iba a aportar mayor beneficio adular un poquito a Dumbledore, no deberían caérseles los anillos por ello. A fin de cuentas, la guerra ya había terminado y todos sabían cómo.

Sin embargo, había un sector – a su parecer instigado por Nott – que se mostraban reacios a aquella “humillante sumisión” – como ellos mismos la habían llamado, – y que al parecer pretendían seguir con su cruzada particular por la pureza de sangre.

Sería algo más complicado enterarse de las cosas ahora que ya no iba a dormir allí nunca más, pero también era un alivio saberse alejado y a salvo de aquellos que no se tomarían demasiado bien su pequeña-gran traición.

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- ¡Hermione! ¿Dónde te metiste anoche? ¿Y esta mañana? No te hemos visto bajar – le reclamó Ginny en cuanto la vio llegar a la mesa de Gryffindor – Necesito hablar contigo.

Harry la miró saludándola con la mano mientras apuraba un vaso de jugo de calabaza.

Ron ni siquiera se volteó para verla, tan ocupado como estaba contándoles sus batallitas de quidditch a unas chicas de sexto.

- ¡Hola chicos! – saludó dirigiéndose a los dos primeros. – Pues veréis – dijo en un suspiro – me ha ocurrido algo increíble.

La voz del director pidiendo silencio impidió que continuara hablando, y se sentó en frente de Ginny.

En ese momento, Draco Malfoy hacía acto de presencia en el comedor, escoltado por Pansy Parkinson y sus dos gorilas.

- Queridos alumnos – comenzó Dumbledore – como sabrán, este año todavía no habían sido nombrados los Premios Anuales. Y ahora que la guerra ha terminado, hemos modificado algunas de las normas para favorecer la relación entre las diferentes casas. Así que, a partir de este año, los Premios Anuales compartirán algo más que tareas y obligaciones – todos los alumnos lo miraban ahora con curiosidad. Ha sido creada la torre de los Premios Anuales, en la que ambos vivirán durante todo el curso.

Todo el comedor se llenó de murmullos de sorpresa por la noticia.

- Y los alumnos que se beneficiarán de estos nuevos privilegios – continuó el director alzando un poco más la voz – son: Hermione Granger, de Gryffindor y Draco Malfoy, de Slytherin.


Nadie dijo nada durante algunos momentos. El estado de shock era generalizado, pues toda la escuela conocía la mala relación entre ambos alumnos.

La mesa de Gryffindor y Slytherin miraron con una mezcla de escepticismo y compasión a sus respectivos Premios Anuales. El resto de casas no tardaron en comenzar a cuchichear sobre el “bombazo”.

- Herms, ¿es eso cierto? – le preguntó Harry – ¿de verdad compartes torre con Malfoy?

Ella sólo asintió levemente con la cabeza sin levantar la vista de su plato.

¡Qué estúpida había sido! Desde que se enteró de la fatídica noticia, sólo había logrado lamentarse de su mala suerte. Ni siquiera había pensado en la reacción del resto del colegio. ¡Era la comidilla de todo Hogwarts! Todos sabían que se odiaban a muerte; iban a esperar, apostados en cada esquina, para ver quien lanzaba la primera maldición.

- ¡Escuchad un momento! – reclamó de nuevo el director, con la voz amplificada. – Todavía tengo una noticia más que daros. Esta noche vendrá un visitante y se quedará con nosotros durante cierto tiempo. Se trata de una nueva actividad escolar, y os rogaría que fueseis puntuales para la cena.

Nuevas miradas sorprendidas y cuchicheos se expandieron por todo el comedor. Desde luego, ese principio de curso iba de sorpresa en sorpresa.

- Herms, ¿estás bien? – se interesó Harry que la observaba preocupado. La chica no parecía tener muy buena cara.

Ésta asintió de forma distraída al tiempo que observaba de reojo como, en la mesa de Slytherin, un altivo rubio tomaba su desayuno elegantemente al tiempo que ignoraba los intentos de Parkinson por iniciar una conversación, y los cuchicheos que flotaban a su alrededor.

¡Será imbécil! – Pensó – ¿Qué mal he hecho yo para merecer esto? He sido una alumna ejemplar, ¡este castigo es demasiado!


//////////////////////////////


Siempre que se había enfadado alguno de los tres, se formaba una situación incómoda para el esto. Hermione no recordaba unos momentos tan tensos desde que Harry y Ron dejaron de hablarse en cuarto curso. Y ahora era igual, pues ella no pensaba ceder y suplicar por unas disculpas que no sentía ante el testarudo e inmaduro de Ron. Por mucho que le gustara.

Harry se mostraba extrañamente ausente ese día, lo que no ayudaba precisamente al reciente aislamiento de Hermione. Porque inevitablemente, ella había sido la desplazada. Ella no había estado en la batalla. Ella, la come-libros, no era lo suficientemente interesante.

Sí, Harry estaba completamente en Babia. De no haber sido por Hermione, se hubiera cortado un dedo podando unas simples ramitas en clase de Herbología. Aunque no se libró de la reprimenda de la profesora Sprout y las risitas mal contenidas de sus compañeros. Siempre se había caracterizado por ser un chico algo despistado, pero lo de ese día rayaba lo imposible: la mayoría de las respuestas a lo que cualquiera le dijera eran incoherencias, podrían haberle pedido su saeta de fuego y él la habría regalado sin más.

No, definitivamente, Harry no era un buen apoyo en ese día.


////////////////////////


El primer enfrentamiento del día tardó bastante en llegar. Pero llegó. Habían finalizado las clases, y Hermione se dirigía a la torre de Gryffindor acompañando a Ginny. Ésta le contaba cómo había acorralado a Harry después del desayuno y le había dicho que ya no tenía excusa alguna para no salir con ella. Acto seguido le había besado.

Ahí estaba la razón de por qué Harry había estado embobado todo el día. Tendría que haberlo supuesto – se recriminó la chica mientras felicitaba a su amiga.

Se disponían a cruzar el retrato de la señora gorda cuando una voz se escuchó desde la sala común:

- Y dice que no es una traidora. ¡Ja! Ya no sólo es su amiga, ¡sino que viven juntos!

La risita chillona de Lavender se escuchaba de fondo.

Hermione cruzó la sala común de dos zancadas, enfurecida como estaba, para colocarse frente a la chimenea, donde Ron y Lavender estaban cuchicheando sentados en el sofá.

- Ronald – le llamó, seca – Ya has oído lo que ha dicho Dumbledore, son las nuevas normas, yo no lo he decidido. Así que haz el favor de no inventarte cosas.

- ¡Podrías haberte negado! – le reclamó furioso el pelirrojo.

- ¿Y por qué habría de hacer algo así? ¡Yo quiero ser Premio Anual! – alegó la chica perdiendo la serenidad que había intentado mostrar.

- ¡Te has vendido! – dijo ahora gritando Ron - ¡Ya no eres una Gryffindor, eres una traidora!


No respondió. Apretó los dientes y giró sobre sus talones, dirigiéndose al exterior de la torre. Ginny la siguió.

- No le hagas caso. Se enfadó y ahora no sabe como pararlo.

- Es un imbécil – sentenció Hermione con la voz quebrada.

- Es cierto, pero está dolido porque te quiere.

- Eso no es cierto.

- Sí que lo es.

- No, no lo es.

- Claro que sí, todos lo sabemos.

- Pues todos os equivocáis.

- Es sólo que él no lo quiere reconocer.

- Pues ya es demasiado tarde, porque ya no le perdono más.

- Sabes que no es cierto – repuso Ginny – Lo harás en cuanto te diga que te quiere.

- No lo hará. Me voy a mi torre.

- ¿Con Malfoy? – preguntó pícaramente la pelirroja - ¡Oh, vamos, Herms! ¡No pongas esa cara! – exclamó al ver como su amiga arrugaba la nariz – Al menos te ha tocado con uno que está bueno, imagínate si hubiera sido McMillian – dijo poniendo cara de asco.

- ¡Me voy a mi habitación! – gritó enfadada la castaña mientras se alejaba – ¡sola! – volvió a gritar antes de desaparecer tras una esquina.

¿En qué demonios está pensando esta loca? – pensó entre maldiciones Hermione al tiempo que se acercaba al cuadro de Apolo y Dafne, que la miraban sonrientes.

- Querida, hace un día hermoso, ¿cómo traes esa cara? – le preguntaron en cuanto llegó.

- Ella también le odia, ¡cómo puede bromear con esas cosas! Yo le odio, él me odia, ¡compartir torre es una locura!

- La contraseña, querida…

- Sapientia Maxima.

El cuadro se abrió hacia un lado dejando espacio para pasar a la sala común.

La expresión de Hermione se suavizó un poco. Lo cierto es que su nueva sala común era un lugar bastante acogedor: un gran sofá blandito frente a una enorme chimenea; a los pies, una mullida y peludita alfombra de color crema; junto al sillón orejero, una lamparita de pie ideal para sus largas lecturas. Las tapicerías eran de color vino y verde pastel: una combinación agradable y acogedora, y los muebles eran de madera de cerezo.

La biblioteca estaba al otro lado de la estancia. Varias estanterías repletas de gruesos libros, una amplia mesa con dos sillas acolchadas y Parkinson sentada en una de ellas.

- ¡Parkinson! – escupió cuando se recobró de la sorpresa - ¿se puede saber qué haces en mi torre?

Sorprendentemente, Pansy se levantó con rapidez, como si la hubieran pillado en una travesura.

- Siéntate, Pansy – ordenó una voz desde la entrada – Está aquí conmigo y esta torre no es sólo tuya, Granger.

- ¿Acaso piensas traer aquí a todas las guarrillas con las que te juntas, Malfoy? – volteó para encararle molesta.

- Traeré aquí a quien me dé la gana, sangresucia – replicó altivo – Te diría que hicieras lo mismo, pero ya que el pobretón no te habla y San Potter está muy ocupado besuqueándose con la mini-Weasley por los pasillos…

La cara de Hermione era todo un poema, pero no porque Malfoy hubiera insinuado que no tenía amigos. ¿Cómo hacía el hurón para enterarse de los chismes tan rápido?

- ¿Cómo lo…?

- Todo el mundo sabe que Weasley no te habla. Y en cuanto a Potter, los he visto – aclaró con voz seca – y ha sido lo más desagradable que he tenido que presenciar en mucho tiempo.

Arrugó la nariz en un gesto de asco exagerado, incluso para alguien como Draco Malfoy.

En la planta superior se escuchó un portazo, y acto seguido unas pisadas bajaron por las escaleras.

Hermione se giró alarmada. ¿Quién más había en la torre?

Un joven alto, moreno (1), de mirada penetrante y con el escudo de Slytherin descendió entonces a la sala común.

- ¡Hey, Granger! – la saludó con una sonrisa – ¿Cómo va eso? (2)

Lo miró estupefacta, sin poder articular ni una palabra. ¿No era Blaise Zabini el que acababa de saludarla amigablemente?

- ¿Que cómo va eso? – repitió incrédula – ¡Mal!

Y subió corriendo hasta su habitación, cuya puerta cerró de un sonoro portazo.

- ¿Qué le has hecho, Draco? – preguntó divertido señalando hacia arriba – Y por cierto, ¿qué hacías mirándole el culo?

- Joder, Blaise. Es la sangresucia. ¿Cómo voy a mirarla? – saltó a la defensiva el rubio.

- No creo que eso ya importe mucho. Además, ignorando el nido que tiene incrustado en la cabeza, tampoco está tan mal – valoró el moreno.

- ¡Es Granger! – exclamó como último argumento Draco, volviendo a arrugar la nariz.

Zabini se rió suavemente al verlo.

- ¿Para qué nos has llamado, Draco? – inquirió Pansy mostrándose levemente molesta.

- Tú – dijo señalándola el rubio – ¿Es que ahora vas a tener la costumbre de esperar a que te defienda, o qué? – Pansy le dedicó una mueca bastante desagradable. – Tenía que hablar con vosotros en privado.

- Y bien, ¿qué sucede?

- Supongo que habréis leído el Profeta estos días – los dos asintieron. – Entonces sabréis que mi padre y mi tía Bellatrix se han fugado de Azkaban – volvieron a asentir. – He hablado con el viejo loco y sigue pensando que Hogwarts es infranqueable.

- ¿Qué insinúas, Draco? ¿Que tu padre planea atacar Hogwarts? – se preocupó Pansy.

- ¡Por supuesto! No es tan difícil como quiere hacer pensar el viejo.

- ¿A qué te refieres con eso? – preguntó Blaise - ¿Acaso sabes cómo entraron el curso pasado?

- Claro, yo los dejé pasar – confesó Malfoy.

/////////////////////////

Una cosa era que medio-confiara en ese par (al fin y al cabo le apoyaron públicamente en la mini-revuelta de la sala común), y otra muy distinta que les largara sin más toda la información que tenía. Ni siquiera él sabía a ciencia cierta qué hacer. Metió la mano en el bolsillo de su capa y sacó un pergamino pulcramente doblado. Evidentemente, ni Blaise ni Pansy sabían de la existencia de esa carta. Un Malfoy siempre se guarda un As bajo la manga. Y por esa misma razón, tampoco debía limitarse a lo que su padre había escrito.

Se sentó para leer, por enésima vez, el pergamino que había recibido a mediodía:

Draco:

Después del rumbo que tomaron los acontecimientos este verano, he de suponer que te encontrarás de nuevo en Hogwarts. Así que no creo necesario tener que recordarte que guardes a buen recaudo esta carta.

Tu tía Bellatrix y yo estamos en un lugar seguro, contactando con los seguidores del Lord que quedan en libertad. Todavía quedamos bastantes y esto no tiene por qué acabar. Sé que no eras muy partidario del Lord, por eso disculpo tu actuación del curso pasado. A fin de cuentas él era sólo un mestizo.

Pero las cosas van a ser diferentes ahora. Estamos movilizados y ellos no esperan un ataque repentino. Esta vez la victoria será para la sangre pura.

No puedo darte más detalles, sería peligroso en caso de que la lechuza fuera interceptada. No intentes ponerte en contacto conmigo. Yo te avisaré de todo lo que debas saber.

Tu padre,

Lucius Malfoy

A simple vista, parecía que su padre confiaba en él, a pesar de lo sucedido el curso anterior. Pero la excusa de las lechuzas interceptadas no era suficiente como para no haber dado ningún detalle más, aunque fuera en clave.

No, no había ningún código oculto. La única pista que veía después de haber revisado concienzudamente cada palabra, era que su padre no confiaba en él. Y con razón.

///////////////////////////////////

- Queridos pupilos – comenzó alegre el director en cuanto se llenó el comedor para la cena. – Tal y como prometí esta mañana, voy a explicarles la nueva sorpresa que les tenemos deparada este año.

Todos se dispusieron a atender lo que el buen hombre tuviera que contar, pues ese año estaba resultando ser bastante novedoso.

- Supongo que estaréis pensando que hay muchas novedades para ser principios de curso – adivinó el anciano. – El motivo es que pensamos retomar ciertas actividades de las que prescindimos antaño por falta de seguridad. Se hizo una excepción con el Torneo de los Tres Magos, y todos sabéis que el resultado no pudo ser peor – anotó con voz algo apagada. – Sin embargo, a partir de ahora, podremos ir retomando algunas de estas actividades. No sin ciertas precauciones, claro está. Todavía quedan algunos mortífagos en libertad que esperamos terminen pronto en Azkaban…

Los alumnos comenzaron a revolverse inquietos en sus asientos. Dumbledore se había entretenido demasiado tiempo divagando, y todos querían saber ya de qué misteriosa actividad se trataba.

- Os presento a Alexei Nikolaev – anunció de pronto Dumbledore, volviendo a la realidad.

Un joven alto, de piel blanca y pelo oscuro se situó junto al anciano.

- Errr… en-cann-ta-do – saludó tímido al comedor con un fuerte acento.

- Como habrán podido adivinar, se trata de un alumno de Drumstrang, y va a pasar aquí los próximos tres meses como alumno de intercambio.

Murmullos de sorpresa inundaron el comedor.

Dumbledore sonrió abiertamente, ahora venía la mejor parte.

- Y cuando el Sr. Nikolaev se marche, otro alumno de Hogwarts, a partir de quinto curso – de veras que lo siento por los menores, – será elegido para pasar tres meses en la escuela de Durmstrang.

Nuevos murmullos y exclamaciones se dejaron oír en todas las mesas.

- Como veis, ésta es una actividad promovida para fomentar las relaciones internacionales. Además de que el elegido obtendrá puntos extras para su casa y gozará de ciertas ventajas, como ausentarse de la clase de nuestro querido profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras durante algún tiempo – Dumbledore se rió divertido ante su ocurrencia, a lo que Snape le miró agriamente. El resto del comedor observó la situación estupefacto, pero pronto las risitas mal contenidas comenzaron a escucharse en las diversas mesas.

Severus Snape no dudó en lanzar una furibunda mirada a los sonrientes alumnos, sobre todo a la mesa de Gryffindor, que parecía divertirse sobremanera con la situación. Probablemente lo pagaran caro al día siguiente.

- Y para continuar con la tradición – intervino, salvando la humillante situación para el serio profesor, McGonagall, - nuestro nuevo alumno deberá ser seleccionado en una de las cuatro casas.

Se escuchó un “plop” y un taburete de madera apareció frente a la mesa de los profesores. Sobre él descansaba, descuidadamente, el sombrero seleccionador.

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Notas:

(1) : Que yo recuerde, el libro dice claramente que Zabini es negro. De hecho lo estoy leyendo en inglés ahora mismo y pone "black" osease que no hay ninguna duda. Sin embargo, en todos los fanfics que he leído hasta la fecha, lo pintan como un chico moreno de pelo y pálido de piel ¿Ha salido en alguna de las pelis?. Reconozco que la idea me gusta, quizás porque sin querer, lo acercamos más a los estúpidos cánones de belleza occidentales y tal. Lo dicho, una tontería, y sino... mirad a Will Smith :D~~ hasta con las orejotas n.n

(2) : Ey, ¿cómo va eso? *wink* oooooh Joey!! adorei adoreiiiiii xD