cap. 2 ¡Quiero una habitación!
Draco observó receloso a sus compañeros en la mesa de Slytherin. No estaba muy seguro de qué era lo que pensaban realmente. A pesar de que todos aplaudían ante la aparición del director, la mayoría eran hijos de mortífagos. Habían sido educados para esconder cualquier sentimiento, para que sus rostros reflejaran siempre lo que se suponía que debían, según la ocasión. Y en esos momentos era algo que le repateaba profundamente.
Que Snape hubiera traicionado al Lord Oscuro, y quisiera hacerlo público a pesar de las posibles represalias por parte de hijos de mortífagos encarcelados, era únicamente asunto suyo. Y por cierto que era algo que realmente le había sorprendido, jamás lo hubiera imaginado. Al menos no antes de verle en el hall, entonces sólo le había faltado sumar dos y dos para saber qué ocurría allí.
Pero su asunto era más delicado. Aunque él no habló con nadie acerca de su misión, no sabía si sus compañeros de casa se habrían enterado de lo que le mandaron, y de que no lo cumplió.
Seguía cavilando y observando de reojo a sus compañeros cuando el tintineo de una copa amplificado pidió silencio. Tras algunos instantes, la algarabía cesó creándose un silencio expectante.
Albus Dumbledore se puso en pie, sonriente, en su sitio de la mesa de los profesores. Intercambió una significativa mirada cómplice con el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, y acto seguido se giró hacia las mesas del comedor.
- Queridos alumnos – comenzó su discurso con voz alta y clara – supongo que la mayoría estaréis sorprendidos de verme aquí, sobre todo después del numerito del funeral a final de curso – expresó con una risita mal contenida. – Quiero pedir perdón a todos por haberos preocupado, pero al final todo ha salido según lo previsto, así que ¡alegraos, éste va a ser el mejor año de Hogwarts en mucho tiempo! ¡La guerra por fin ha acabado! Voldemort… ¡Está muerto! – dijo esto último con una gran sonrisa.
Todo el Gran Comedor rompió en aplausos y la mesa de Gryffindor al completo se levantó entre vítores.
Cómo no, son los mimados de Dumbledore – se dijo para sí mismo Draco – es normal que se muestren tan eufóricos por su presencia y por la derrota del Señor Tenebroso, tendría que haber pensado antes que el viejo podía no haber muerto.
Numerosos miembros de otras casas comenzaron a levantarse y a aplaudir frente a su director. Primero, los miembros de la Armada Dumbledore, después el resto fue uniéndose a la fiesta. Sólo la mesa de Slytherin permanecía tranquila, y aplaudían suavemente en lo que parecía ser por compromiso. Antaño el mismo Draco había actuado así, incluso había impedido que Crabbe y Goyle se unieran a muestras públicas de esa índole. Pero el tiempo pasa y todo puede cambiar.
Miró a su alrededor, realmente no le importaría unirse a la fiesta. Le alegraba saber que el vejete seguía vivo. Por muy loco que estuviera, le había tomado algo de cariño durante esos largos años. Pero él no podía hacer eso, era el príncipe de Slytherin, el hijo de Lucius Malfoy. No quería mostrar ninguna evidencia de alegría, pues podría costarle caro.
Sin embargo, cambió de opinión rápidamente, al sentir cómo alguien se levantaba a su lado. Pansy Parkinson estaba de pie, aplaudiendo con fuerza y determinación. ¡Se ha vuelto loca! – Se alarmó Malfoy – ¡Esto es un suicidio! Pero segundos más tarde él mismo era el que estaba de pie, a su lado, aplaudiendo hasta que sus manos quedaron completamente rojas. Era el príncipe de Slytherin, todos le respetaban – al menos por ahora, – debía aprovechar su posición, ya se le ocurriría una explicación más tarde. Si dejaba a Pansy sola sería su fin, estaba seguro.
Lentamente, algunos de los alumnos de cursos inferiores se fueron levantando también. Y aunque con reticencias por parte de la mayoría de los alumnos de la casa de las serpientes, finalmente todo el comedor se encontraba en pie ovacionando la reaparición de su director, la muerte de Voldemort y la victoria de Harry.
Tras unos minutos de total euforia y descontrol, McGonagall decidió poner fin a la fiesta:
- ¡Está bien, ya basta! – se apresuró a gritar, tratando de aparentar seria. Pero una persistente sonrisa surcaba su arrugado rostro – ¡Es el momento de seleccionar a los nuevos alumnos en sus casas! ¡Sentaos todos!
El bullicio del Gran Comedor fue cesando paulatinamente hasta que todos estuvieron en su sitio de nuevo y en un expectante silencio: la ceremonia de selección empezaba ya, y todos quería conocer quienes eran sus nuevos compañeros de casa.
- Psssst… ¡Harry! – Susurró Ron, que estaba sentado a su lado – las serpientes, se han levantado. Incluso el desgraciado de Malfoy – escupió – ¿cómo pueden ser tan hipócritas?
- Ya, ya los he visto – le respondió el moreno en otro susurro. – Recuerda que hacen todo por interés, no creo que quieran tener a todo el colegio enfurecido – explicó pausadamente.
- ¡Son lo peor! – exclamó el pelirrojo en un tono ligeramente más alto.
- ¡Shhhht! – le chistó Hermione que se había vuelto hacia él con un dedo en la boca, el ceño completamente fruncido y una mirada amenazadora. Volvió a girarse hacia el sombrero seleccionador, que en ese momento indicaba a una niña de media melena rubia y con cara de traviesa que pertenecía a Gryffindor. Aplaudió con ganas, al tiempo que desviaba su mirada disimuladamente a la mesa de Slytherin; sabía que en esa casa hacían las cosas por interés, pero ella había visto cómo se levantaba Parkinson, y le había parecido completamente espontánea.
La ceremonia terminó, y cuando todos los nuevos alumnos estuvieron en sus respectivas mesas, el espléndido banquete apareció ante sus ojos. Y ese año era uno especialmente suculento: pasteles de carne, verduras y patatas asadas, cinco tipos diferentes de salchichas, pan recién tostado y cantidades ingentes de jugo de calabaza. No tardaron en escucharse expresiones de asombro por parte de los más pequeños que hicieron recordar al resto cómo acogieron ellos su primera cena en Hogwarts.
Harry miró hacia sus costados y terminó por desesperarse con lo que vio. Efectivamente, hasta ese momento había sido uno de los días más felices de su vida, pero no pudo evitar enfurecerse ante lo que sucedía a su alrededor.
- ¿Y se puede saber qué os pasa ahora? – les increpó, hallándose como estaba entre sus dos mejores amigos, que miraban fijamente sus platos sin decir ni una sola palabra. – Esta vez os habéis superado, ¿no creéis? Ni siquiera habéis esperado a empezar el curso.
Ninguno de los dos dijo nada. Hermione picoteaba las verduras de su plato distraídamente, haciéndose la desentendida. Y Ron, él estaba con la mayor cara de enfado que se le había podido ver en mucho tiempo: sus orejas lucían completamente rojas y sus dientes rechinaban con fuerza. Ni siquiera tenía ganas de comer.
- Venga, ¿es que ninguno de los dos me va a decir nada? ¡No es conmigo con quien estáis enfadados! – intentó hacerles hablar un poco más calmado.
- Ron la llamó traidora – intervino Ginny.
- ¿Cómo? – exclamó sorprendido ante la aclaración de la pelirroja, sin saber si era debido a lo que había dicho o al simple hecho de que le hablara tan resueltamente, pues todavía no se habían dirigido la palabra desde el curso pasado.
Sí, definitivamente era por lo último. En cuanto cumplió los diecisiete, Remus había ido a buscarle a casa de los Dursley en Privet Drive, y lo había conducido directamente al cuartel general de la Orden en Grimmaud Place. Todo había sucedido muy rápido, tanto que ni siquiera había tenido tiempo de hablar con ella después de su extraña ruptura. De hecho, ni siquiera la había visto hasta que se sentó frente a él en el Gran Comedor.
- Que Hermione viajó con Malfoy, y Ron la llamó traidora – aclaró tranquilamente Ginny mientras le miraba fijamente a los ojos.
Harry tragó saliva incómodo, pero de repente se percató de lo que su ex – novia había dicho. Se giró bruscamente hacia Hermione.
- Que has hecho ¿QUÉ?
- Harry – le advirtió la chica amenazadoramente, – no empieces tú también. No lo hice por gusto y punto.
- Claro – intervino Ron en un tono cargado de ironía, - admítelo Hermione, eres una traidora. Has preferido estar con esa sabandija antes que con tus amigos – dijo en un tono bastante más alto del que le hubiera gustado.
- ¡Lo único que hizo esa sabandija fue ayudar a una traidora como yo cuando su amigo la estaba ignorando! – le espetó la castaña en un tono también bastante alto, mientras se levantaba de su asiento.
- ¡No busques excusas, Hermione! – insistió, testarudo, Ron – Me has decepcionado…
Hermione permaneció en pie junto a la mesa, paralizada. Sus ojos se abrieron más de lo normal: no podía creer lo que estaba escuchando.
- ¡VETE AL CUERNO, RONALD BILLIUS WEASLEY! – le chilló antes de salir, hecha una furia, por la puerta del comedor.
Todos, incluso desde la mesa de los profesores, miraron atónitos la escena.
En la mesa de Slytherin, un rubio estiraba sus piernas elegantemente a la vez que sonreía divertido. Estos Gryffindors – pensó – son tan fáciles de provocar…
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La fuerza y la energía que había empleado para salir dignamente del comedor se esfumaron nada más cruzar la puerta. Sus rodillas temblaron como si alguien le hubiera echado un hechizo de piernas de gelatina. Reprimió un sollozo, mas al no conseguirlo por completo, salió corriendo hacia la torre de Gryffindor. ¿En serio creía que prefería estar con Malfoy antes que con él? ¿Es que era tonto? O peor aún, ¿es que estaba ciego?
Llegó frente al retrato de la dama gorda sin mayor contratiempo. Por fortuna, los prefectos eran informados de la primera contraseña del curso al recibir la carta del colegio. Así consiguió entrar en la sala común sin tener que esperar a nadie.
Subió veloz hasta su habitación, pues no había nada que deseara más que meterse en la cama, taparse hasta las orejas y cerrar el dosel a cal y canto para que nadie la molestara.
Al llegar a la puerta de su habitación se percató de un detalle: no se había conjurado ninguna habitación para el Premio Anual. Lo cual supuso, además de la frustración de no haber sido ella la elegida, la secreta satisfacción de saber que ninguna de sus cotillas compañeras lo era tampoco.
¿Y los chicos? – pensó- Ni Ron ni Harry lo son, pero… ¿Y Dean y Seamus? ¿Y Neville? Se le escapó una risita al darse cuenta de lo que había pensado. No, ningún Gryffindor había obtenido el Premio Anual ese año, lo más probable es que fuera algún Ravenclaw…
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- ¡Pans! ¿Estás tonta, o qué? – le siseó Draco al oído al tiempo que la empujaba dentro de un aula vacía en las mazmorras - ¿Has visto lo que me has obligado a hacer?
- Nadie te pidió que hicieras nada – respondió la morena. Aunque su mirada brillaba emocionada.
- No, Pansy, no me mires así. No te pienses lo que no es – se apresuró a aclarar el chico. – Ni funcionó el año pasado, ni funcionará ahora.
La mirada de Parkinson se ensombreció automáticamente.
- Venga Pansy, sabes que te aprecio de verdad y por eso te respeto. Si no ya me habría aprovechado de ti, ¿no crees? Y sabes que Draco Malfoy no aprecia y respeta a cualquiera – intentó animarla.
Y era cierto. Ser un Malfoy implica muchas cosas, pero la principal es el sentirse superior a los demás. El respeto por el prójimo no es algo que vaya ligado a ese apellido.
Pansy sonrió levemente.
- Me daba igual si no se levantaba nadie más, yo ya estoy harta. Me alegro de que todo haya acabado. Sólo quiero vivir tranquila – confesó.
- Eso me parecía. Pero no vuelvas a hacer nada que me ponga en evidencia, ¿entendido? – le dijo seriamente al tiempo que salía del aula. Ahora le tocaría lidiar con la horda de Slytherins que seguro le estaban esperando en la sala común.
En momentos como ése, hubiera dado cualquier cosa por ser Premio Anual, al menos tendría una habitación para él solo. Suspiró. Le esperaba un año muy largo.
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El primer día de clases en Hogwarts amaneció brillante y soleado, nada que ver con el ánimo de la prefecta Gryffindor que bajaba hacia su sala común. Después de mucho pensar, no sabía si quería estar junto a sus dos amigos. Bueno, sí que lo sabía. Quería estar con ellos, pero no de la forma en la que estaban. Estaba más que harta de aguantar y perdonar todas las salidas de tono de Ron, el incondicional apoyo de Harry a su amigo, aunque quisiera mostrarse imparcial.
Desde aquel lejano ataque del trol en Halloween de primer curso, habían vivido muy buenos momentos. Pero también malos. Discusiones en las que ella siempre terminaba cediendo por el bien de su amistad. Quizás se debía a que eran los únicos amigos que había tenido nunca, y si los perdía volvería a quedarse sola. Y eso era algo que siempre le había aterrorizado. Pero ya no. Definitivamente no quería verlos si se iban a comportar de forma tan egoísta e injusta con ella.
No estaban esperándola en la sala común. Hermione se sintió decepcionada. En el fondo, confiaba que estuvieran allí para disculparse. No había nadie, salvo Neville, que bajaba de su habitación en ese momento.
- ¡Eh, buenos días, Neville! – le saludó cordialmente - ¿y el resto? – preguntó intentando hacerse la despistada.
- ¡Ah, buenos días! Soy el último, todos salieron a desayunar hace un rato. Han madrugado mucho hoy – respondía con una mueca de horror. - ¡Deben de tener ganas de que empiecen las clases!
- ¿Vienes a desayunar? – intentó mostrarse amigable Hermione, a pesar de haberse sentido fatal al escuchar que esos dos se habían largado sin esperarla. Estaba claro que esos idiotas seguían pensando que les había traicionado. ¡Pues esta vez no iban a conseguir que les perdonara tan fácilmente!
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No se dirigieron la palabra en toda la mañana, a pesar de haber compartido todas las clases. Tanto Harry como Ron, estaban rodeados de gente continuamente. Gente que les preguntaba mil y una cosas sobre la famosa batalla: ese rápido desenlace que ella no había presenciado. Todos los veranos iba a Francia con sus padres; y de un día para otro, el Profeta dio la buena nueva. Siempre pensó que se trataría de una cruenta y larga batalla, pero ni siquiera la vio. Ni siquiera se había enterado de todos los detalles.
Y al parecer, sería la última en hacerlo, pues las esquivas explicaciones de Harry, y las evidentemente adornadas de Ron, no iban dirigidas a ella. ¡Y que no pensaran que quería oírlas! ¡No quería saber nada de ellos!
Seguía sentada, sola, en su habitual asiento, mientras el resto rodeaban a sus ex – mejores amigos. De repente, una ya conocida y siseante voz le habló a su lado.
- Sangresucia… – se sentó junto a ella – ¿tus perritos falderos te han abandonado? – preguntó con una leve sonrisa irónica - ¡Claro! – chasqueó sus dedos – San Potter está saboreando su nueva dosis de fama… ¿Y la comadreja? ¡Ah! El pobretón acaba de descubrir que hay algo más que sangresucias en el colegio… Aunque creo recordar que no es la primera vez que ocurre… ¡Ohhh! – se lamentó con falsa tristeza – ¡Pobre sangresucia abandonada!
-¡Cállate, Malfoy! – le encaró molesta.
- Te dije que te molestaría. Ahora te aguantas.
- Pues al menos lárgate de mi mesa – pidió cansada – sé que quieres estar aquí tanto como yo.
- No, no se mueva, Sr. Malfoy – intervino Slughorn, que acababa de entrar en el aula. – Hoy vamos a elaborar una poción muy compleja y necesito que la realicen por parejas.
A regañadientes, Draco tuvo que quedarse de pareja con Hermione.
Una voz enfadada sonó a espaldas de la chica:
- Qué, ¿confraternizando con el enemigo, otra vez?
- ¡Te dije que te fueras al cuerno! ¡No me hables! – exclamó irritada.
- Celoso, ¿pobretón? – insinuó Draco, girado hacia la mesa de detrás y arqueando una ceja, provocador.
- ¡Krum, pase! ¡Pero tú… TÚ! – gritó enrojeciendo al límite, fusionado con su pelo.
- ¿Krum, pase? – gritó escandalizada ella - ¿Ahora le das el visto bueno al pobre Viktor? ¿Después de tantos años amargándome?
Una voz carraspeó a sus espaldas, tras lo que se giraron bruscamente. Ahí estaba Slughorn con una cara no muy amistosa.
- Si no queréis que os quite puntos, callad y prestad atención.
El silencio se hizo en el aula, y el miedo a perder puntos ya el primer día de clase, quedó patente en cuanto todos callaron de inmediato.
A pesar de las circunstancias, la clase transcurrió con total tranquilidad. Si se puede llamar tranquila a una clase en la que las miradas asesinas se cruzaban continuamente, así como se escuchaban frecuentes murmullos que decían lindezas tales como: “cuidado con tus asquerosas manos, sangresucia, que me contaminas” o “maldito hurón engreído, no seas tan inútil y colabora”.
Para la hora de la cena, las cosas con Ron no habían mejorado nada en absoluto. Él no le había dirigido la palabra y, evidentemente, ella tampoco. Por el contrario, su relación con Harry había vuelto a la normalidad: sus enfados nunca habían sido demasiado largos.
Se dirigían a la mesa de Gryffindor en el Gran Comedor, conversando tranquilamente mientras Ron caminaba unos metros por delante junto a Parvati Patil y Lavender Brown, cuando Ginny se acercó corriendo.
- ¡Herms! – la llamó entre jadeos – McGonagall quiere verte en su despacho. Ya ha terminado de cenar y se dirige hacia allí.
- ¿Tengo que ir ahora mismo? – preguntó la chica girándose hacia la puerta.
- Supongo que podrás cenar algo antes – respondió la pelirroja dubitativa.
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Diez minutos más tarde, Hermione se dirigía veloz hacia el despacho de la profesora.
La puerta estaba entornada y se oían varias voces en el interior. Se disponía a entrar cuando reconoció, y cual no sería su sorpresa, una de las voces. Se quedó quieta, pendiente de la conversación.
- Creo que me merezco una habitación individual, si no hubiera sido por mí, no hubiera terminado todo tan rápido.
- Tenemos constancia de ello, y consideramos que debería tener una habitación propia. Pero no por sus servicios, que sin duda fueron valiosos… - concedió McGonagall.
¿Le iban a dar una habitación para él solo? ¿Qué servicios eran esos? ¿Acaso les había sobornado? No es que fuera una idea que la sorprendiera demasiado – se escandalizó Hermione apoyada en el marco de la puerta.
- Anoche fue terrible – se quejó sin haber escuchado a la profesora – tuve que dar un millón de explicaciones cuando nunca nadie me había pedido ninguna. Apenas he dormido, ¡no aguantaré así todo el curso!
- No se preocupe, Sr. Malfoy, a partir de esta noche tendrá una habitación propia – intervino Dumbledore, que al parecer también estaba en el despacho – Y usted también, Srta. Granger. Pase, pase, no sea tímida.
Hermione empujó la puerta levemente. Entró al despacho mirando al suelo y víctima de un fuerte sonrojo, producto de verse vergonzosamente descubierta.
El director no pareció percatarse de la humillante situación de su alumna. O, precisamente por eso, continuó su cháchara como si nada hubiera pasado, en cuanto se cerró la puerta del despacho.
- Dada la situación, comprenderán que no ha habido mucho tiempo para preparar el curso que comienza.
Ambos alumnos asintieron, sentados en dos cómodos sillones conjurados para la ocasión. Dumbledore estaba apoyado levemente en una esquina de la mesa, sonriéndoles tan enigmáticamente como sólo él es capaz. La profesora McGonagall estaba en su asiento, mirándoles complacida. Y en una esquina, sin mediar una sola palabra, estaba Severus Snape.
- Y uno de los cabos sueltos es algo que les concierne a ustedes dos particularmente – siguió explicando el director.
En las caras de los dos alumnos podía verse claramente un signo de interrogación. Parecían no percatarse de a dónde quería llegar el buen hombre.
- Está claro que hablo de los Premios Anuales de este año – aclaró Dumbledore.
Unos brillantes ojos castaños se alzaron hacia el director conteniendo las lágrimas.
- Así es – afirmó, tomando el relevo, la profesora McGonagall – ustedes dos son, sin lugar a duda, los alumnos más brillantes de su promoción. Y por tanto, es un orgullo para nosotros nombrarles los Premios Anuales de este año – sonrió a su alumna. – Como bien sabrán, entre sus obligaciones están las rondas de vigilancia diarias, y ciertas actividades en equipo de las que serán debidamente informados. Estas obligaciones empezarán a partir de mañana.
Ante las palabras “actividades en equipo”, tanto Draco como Hermione se dirigieron una mirada de absoluta repulsa.
- A pesar de los antecedentes en su relación – retomó la palabra Dumbledore – confío en que su sensato juicio llevará a buen puerto esta nueva situación en la que se embarcan. Sin olvidar – añadió en un tono más festivo – que sus privilegios comienzan desde ahora mismo.
- ¿De verdad voy a tener una habitación para mí solo? – insistió Draco nuevamente.
- Por supuesto, jovencito. ¿Y qué me diría si le dijera que va a tener también una pequeña biblioteca en una torre propia? – ofreció alegremente el director.
- ¿Eso quiere decir que mi habitación no va a estar en la torre de Gryffindor? – preguntó la castaña que se sentía extrañamente alegre por la posibilidad. No más situaciones violentas con Ron, no más vanas esperanzas por algo que nunca sucederá.
- Efectivamente, Srta. Granger. Van a tener una habitación alejada de sus respectivas salas comunes, en una torre con una biblioteca particular.
- ¿Y por qué este año es diferente y no tenemos una habitación junto a nuestros compañeros de casa? – preguntó Malfoy, a pesar de mostrarse alegre y aliviado ante la noticia.
- Eso mismo pregunté yo, Sr. Director, ¿por qué cambiarlo? No me parece que de esta idea vaya a salir nada bueno – intervino por vez primera Snape.
- Permíteme contradecirte, Severus. Pero de todas las ideas pueden salir buenos resultados, y ésta me parece brillante.
Los dos profesores miraron con algo de recelo a su director. Acción que no pasó desapercibida por los alumnos, que inevitablemente se preguntaron qué pasaría por la cabeza de su alocado director.
- Bueno, pues si quieren, vayamos a ver sus habitaciones, ¡síganme! – exclamó alegre Dumbledore.
Subieron escaleras y atravesaron corredores hasta llegar a un punto indefinido en el séptimo piso. En una esquina apartada, podía verse un cuadro enorme con dos hermosos jóvenes discutiendo:
- ¡Apolo! ¡Deja ya de perseguirme!
- Pero Dafne… sabes que nuestro destino es estar juntos…
- Ya, ya, chicos, no tienen por qué disimular de esa forma. Estos son los Premios Anuales de quien les hablé – explicó señalando a Hermione y Draco. Se giró hacia éstos y comentó – No les tengáis estas discusiones en cuenta, hace años que nadie utiliza esta torre y deben aprender a comportarse en estos tiempos.
La pareja del cuadro se tomó de la mano sonriente, y dejaron pasar a la comitiva al interior de la torre.
Hermione se quedó en la entrada. No tenía ningún interés en saber cómo era la habitación del hurón. Ya era los suficientemente desesperante el saber que tendrían que colaborar en sus obligaciones como para estar este tiempo junto a él. Pero todo fuese por tener una habitación para ella sola, sin la presencia de sus exasperantes y cotillas compañeras de cuarto.
- Srta. Granger – la llamó la profesora McGonagall desde el interior – ¿acaso no piensa entrar?
- Si no le importa, profesora, prefiero esperarles aquí.
- Eso, sangresucia, no entres. No vaya a ser que lo contamines todo.
- ¡Sr. Malfoy, vigile esa lengua! – le recriminó McGonagall. – Y usted, entre ahora mismo. ¿O no quiere ver su habitación?
- ¿Mi habitación? – repitió ella recelosa a la vez que entraba en la torre.
- Claro, Srta. Granger – dijo el director con una sonrisa, – la suya es la de la izquierda y la del Sr. Malfoy la de la derecha.
Todos los profesores observaron expectantes la reacción de sus dos mejores alumnos. El silencio se cernió sobre la torre y dos rostros se desencajaron automáticamente en una mueca de horror y repulsión.
¿Compartir torre? ¡Nunca!
1 comentario:
Y después de leer el 2ª capítulo, sigo pensando que es muy fiel y coherente, tengo las mismas ganas de matar a Ron!! :D
Quiero más ^_^
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